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Garzón ante el Supremo
El magistrado ponente, el que consiguió la admisión de la querella de Manos Limpias, es Adolfo Prego, cercano a la ultraderecha franquista y conocido por la orientación ideológica de sus críticas a la ley de la Memoria Histórica. A esta Memoria, según parece, sólo tienen derecho los Caídos por Dios y por la Patria, que ahí siguen con sus monumentos urbanos, y la Iglesia, cómo no, que beatifica de cien en cien a los sacerdotes muertos en la guerra civil, entre los que no figuran, por si había alguna duda de donde está su jerarquía, los fusilados por Franco, que los hubo. La tan cacareada caridad cristiana no reza, es un decir, con los descendientes de los muertos “enemigos”; que los siguió habiendo, recuerden, durante toda la dictadura franquista.
Lamento volver sobre esto, pero la actuación del Supremo con Garzón me obliga. Es evidente que el franquismo permanece agazapado entre los intereses partidistas de la derecha, a la que vienen muy bien, no nos engañemos, las divergencias ideológicas y los celos profesionales de otros jueces, que no están menos presentes en este asunto. La idea de que sólo mueve a Garzón el afán de notoriedad ha tenido notable éxito, a pesar de carecer de sentido; porque lo que debería interesarnos no son sus móviles personales (los que sean, incluido ese supuesto deseo de protagonismo; allá él), sino que, hasta ahora, en proporción muy elevada, ha puesto el dedo en la llaga. Lo hizo con los psocialistas y lo sigue haciendo con los etarras y su entorno; pero, queridísimos míos, ha tenido la osadía de entrarle a la derecha y la ultraderecha y eso no se puede tolerar. Va contra las esencias patrias.
Yo desconozco qué impulsa a Garzón a meterse en fregados; como les dije, lo importante es el rigor de sus instrucciones, la fijación de la verdad.
Y llama la atención que nadie parezca contemplar la posibilidad de que obre por un deseo de hacer justicia que no le ha propiciado, precisamente, una vida cómoda. Hostigado por la derecha y sus ultras y en el punto de mira de ETA, no es un hombre libre de ir adonde quiera en el momento que le apetezca. No puede tomar café donde le cuadre sin contar con los escoltas.
Vive en un susto, pero no afloja. Si de notoriedad se trata, cualquier programa de la tele basura se la hubiera proporcionado de sobra. En España, el estricto ejercicio de la profesión, el desempeño de las funciones encomendadas, despierta sospechas y recelos que nutren bulos como, sin ir más lejos, la conspiranoia del PP. Policías, jueces, fiscales, los periodistas, el Gobierno en peso por último, todos son tan sospechosos que se les acusa sin recato ni pruebas.
Garzón puso sobre la mesa que los crímenes del franquismo lo fueron contra la Humanidad. Es esta calificación jurídica el fondo de la controversia y si hay jueces que combaten a Garzón (unos con argumentos; otros dando cancha en los tribunales a la ultraderecha), no faltan los que están de acuerdo con él. Alrededor se mueven quienes no quieren, ni por nada, que se remueva la tierra (o la cal viva) entre los que figura, madre, la jerarquía eclesiástica, la bendecidora de las barbaridades y desafueros, de los crímenes en definitiva, que les proporcionaron los años dorados del nacionalcatolicismo, es decir, de su Iglesia; que no es la de todos los fieles, por suerte.
Si a Garzón lo mueve la notoriedad, no cabe duda de que la obtenida con sus actuaciones contra Pinochet y las dictaduras del Cono Sur latinoamericano ha servido para que la Comisión Internacional de Juristas le apoye con mayor conocimiento de causa. La Comisión la integran juristas de renombre internacional y los presidentes de las Cortes supremas de no pocos países que consideran la querella “interferencia injustificada en las funciones de un juez”.
No creo que el Supremo español pueda meter la cabeza bajo el ala. Habrá de entrar a dictaminar, por fas o por nefas al pronunciarse sobre Grazón, si el franquismo atentó contra la Humanidad o si todo lo hizo de buena fe, en defensa de la civilización occidental. O cierra de una maldita vez la controversia o seguirán los españoles arrastrando sus vergüenzas históricas una generación más.
El magistrado ponente, el que consiguió la admisión de la querella de Manos Limpias, es Adolfo Prego, cercano a la ultraderecha franquista y conocido por la orientación ideológica de sus críticas a la ley de la Memoria Histórica. A esta Memoria, según parece, sólo tienen derecho los Caídos por Dios y por la Patria, que ahí siguen con sus monumentos urbanos, y la Iglesia, cómo no, que beatifica de cien en cien a los sacerdotes muertos en la guerra civil, entre los que no figuran, por si había alguna duda de donde está su jerarquía, los fusilados por Franco, que los hubo. La tan cacareada caridad cristiana no reza, es un decir, con los descendientes de los muertos “enemigos”; que los siguió habiendo, recuerden, durante toda la dictadura franquista.
Lamento volver sobre esto, pero la actuación del Supremo con Garzón me obliga. Es evidente que el franquismo permanece agazapado entre los intereses partidistas de la derecha, a la que vienen muy bien, no nos engañemos, las divergencias ideológicas y los celos profesionales de otros jueces, que no están menos presentes en este asunto. La idea de que sólo mueve a Garzón el afán de notoriedad ha tenido notable éxito, a pesar de carecer de sentido; porque lo que debería interesarnos no son sus móviles personales (los que sean, incluido ese supuesto deseo de protagonismo; allá él), sino que, hasta ahora, en proporción muy elevada, ha puesto el dedo en la llaga. Lo hizo con los psocialistas y lo sigue haciendo con los etarras y su entorno; pero, queridísimos míos, ha tenido la osadía de entrarle a la derecha y la ultraderecha y eso no se puede tolerar. Va contra las esencias patrias.