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El giro a la izquierda del presidente Zapatero

El Gobierno busca el apoyo de los partidos ubicados a su izquierda. Los necesita si quiere recomponer su imagen parlamentaria no sufriendo nuevas derrotas en el Congreso de los Diputados. No le queda otra solución, máxime ante el debate del Estado de la Nación. La victoria socialista en las generales del 9 de marzo la obtuvo José Luís Rodríguez Zapatero sumando cinco diputados más que los conseguidos en 2004. O sea, que la cifra, 169 escaños, fue bastante holgada, a siete escaños de la mayoría absoluta. Pero insuficiente.

Lo cierto es que Mariano Rajoy, aun habiendo sido vencido sin paliativos, incorporó seis diputados más a su grupo de los que tuvo desde el 14-M de 2004. En esta ocasión se plantó en 154. Y, sobre todo, porque los aliados más sólidos del PSOE, durante la anterior legislatura ?aunque con numerosos vaivenes-, fueron IU-ICV y ERC y ambas formaciones perdieron cada una cinco diputados, probablemente como consecuencia del denominado voto útil, parapeto frente al riesgo de un triunfo de la derechona. Todo esto significa que la conjunción de los partidos progresistas -muy minoritarios cada uno de ellos- con el PSOE es, a día de hoy, la única salida viable para Zapatero.

Soledad parlamentaria

En los primeros cuatro años de Gobierno, el PSOE contó por lo general con el respaldo, más o menos entusiasta, de CiU y del PNV. El PP debió acostumbrarse a una soledad parlamentaria desesperante y reiterada. Nadie quería entonces flirtear con los populares, entregados a librar batallas durísimas que no podían ser secundadas ni por los convergentes ni por los peneuvistas. Más allá del nacionalismo, conviene no olvidar que CiU y PNV representan posiciones de centroderecha o de derecha civilizada, mientras que el PP se situó en esos años, y con inusitada frecuencia, en la derecha radical o extrema.

Cambio de paisaje

Ahora el paisaje ha cambiado. El PP ha rebajado sus furores ultramontanos, al menos aparentemente, y no se embarca a fondo en aventuras repudiables como fue la de condenar, con brutalidad y sadismo, el proceso de paz en Euskadi, convirtiendo a Zapatero en el amigo de los terroristas. Ni la de emprender la reconquista de España, prácticamente rota ?decían los genoveses- por el Estatuto de Cataluña y los planes de Ibarretxe. Ni la de boicotear el matrimonio entre homosexuales o lanzarse a la persecución de la asignatura Educación para la Ciudadanía, entre otros muchos episodios como el de poner en cuestión la autoría del 11-M a costa de machacar y golpear el Estado de Derecho.

CiU y PNV

También ha cambiado el panorama desde la óptica de CiU y PNV. Los dos partidos están de uñas contra Zapatero. En Cataluña CiU perdió el poder gracias al tripartito. Arturo Mas, en dos oportunidades, se quedó compuesto y sin novia. En cuanto al PNV, basta con citar al Gobierno de Patxi López, circunstancia enormemente relevante, que ha llevado a sus dirigentes hacia la exasperación y la ira. Y no faltan quienes en Génova 13, por un lado, y en las sedes de CiU y del PNV, por el otro, otean un horizonte que les devuelva ?salvadas las distancias- a los pactos de la primavera del año 1996. Sí, aquellos que posibilitaron la investidura de José María Aznar. No obstante, el recorrido del PNV está aún por ver y no hay que descartar sorpresas. Ibarretxe se fue y con su adiós se ha debilitado el sector más duro del nacionalismo vasco. Significativamente, han empezado a observarse ya síntomas de que la cúpula del PNV busca puentes con los socialistas.

Contra las cuerdas

En unos momentos tan delicados como los actuales, debido a la crisis económica internacional, que la derecha pretende resolver con medidas cercanas al liberalismo salvaje ?que tanto le gusta al PP por razones obvias- y que, en todo caso, sitúa al Gobierno contra las cuerdas, parece sensato y apropiado reforzar a Zapatero desde la izquierda. Como ya ha sucedido ?gracias a la defensa sin fisuras de iniciativas de carácter social por parte del presidente- con los sindicatos CCOO y UGT.

La única alternativa

Ni IU/ICV ni ERC, ni otros partidos, piden la luna ni proponen soluciones a la crisis tan ambiciosas o utópicas que resultarían imprudentes, inviables y, a medio plazo, perjudiciales. Ha llegado la hora de una alianza firme y estable entre las distintas izquierdas para apuntalar a Zapatero. Que nadie olvide que la única alternativa al PSOE se llama Rajoy.

Enric Sopena

El Gobierno busca el apoyo de los partidos ubicados a su izquierda. Los necesita si quiere recomponer su imagen parlamentaria no sufriendo nuevas derrotas en el Congreso de los Diputados. No le queda otra solución, máxime ante el debate del Estado de la Nación. La victoria socialista en las generales del 9 de marzo la obtuvo José Luís Rodríguez Zapatero sumando cinco diputados más que los conseguidos en 2004. O sea, que la cifra, 169 escaños, fue bastante holgada, a siete escaños de la mayoría absoluta. Pero insuficiente.

Lo cierto es que Mariano Rajoy, aun habiendo sido vencido sin paliativos, incorporó seis diputados más a su grupo de los que tuvo desde el 14-M de 2004. En esta ocasión se plantó en 154. Y, sobre todo, porque los aliados más sólidos del PSOE, durante la anterior legislatura ?aunque con numerosos vaivenes-, fueron IU-ICV y ERC y ambas formaciones perdieron cada una cinco diputados, probablemente como consecuencia del denominado voto útil, parapeto frente al riesgo de un triunfo de la derechona. Todo esto significa que la conjunción de los partidos progresistas -muy minoritarios cada uno de ellos- con el PSOE es, a día de hoy, la única salida viable para Zapatero.