Espacio de opinión de Canarias Ahora
Grecia, euro y fe
“La tradición es una mala razón para creer en algo, la autoridad también, y la fe puede que sea la peor de todas” –Richard Dawkins
En su artículo del viernes pasado, “¿El último acto de Europa?”, Joseph E. Stiglitz afirma con rotundidad que esta vez sí, la “supervivencia del euro” pende de lo que ocurra en Grecia durante las próximas semanas. Tan sólo la agonizante realidad de la tesorería del país, que empeora con los días, debería servir de evidencia suficiente para dar al Nobel de Economía la razón. Sin embargo, el consenso es que muy posiblemente Grecia supere este nuevo “período crítico” con otro acuerdo temporal que le permita mantenerse algunos meses más en su limbo particular. Sólo una minoría se atreve a pronosticar un desenlace más letal para el país heleno en forma de quiebra y salida del euro.
Y ha sido Berlín, rápidamente seguido de algunos otros miembros de esta secta en la que se ha convertido la zona euro y antes de las elecciones que en enero dieran el poder a los infieles de SYRIZA en Atenas, quien sentenciara que el abandono del paraíso monetario europeo por un discípulo menor e irredento como Grecia no desencadenaría ninguna ruptura mayor en la sagrada familia europea. Grecia puede suicidarse, o ser sacrificada, según sea la creencia de cada cual, pero como en toda cuestión de fe, cuestionar la existencia de la moneda única sigue siendo anatema.
Los datos, los hechos incontestables, la evidencia tozuda que desde hace un lustro nos viene alumbrando la irracionalidad de un sistema monetario que sólo tiene sentido en el ideario divino de una élite que se cree autora del diseño inteligente del continente, son sistemáticamente ignorados y manipulados en sentido contrario para acallar a los herejes que se atrevan a cuestionar sus dogmas europeístas.
Dogmas hipócritas y de interpretación selectiva, sin duda, como ya hemos expuesto anteriormente en el caso del converso Luis de Guindos, aspirante a suceder a Jeroen Dijsselbloem como sumo sacerdote del Eurogrupo.
Más allá de lo que pueda opinar Stiglitz, u otros premios Nobel como Smith, Spence o Phelps, incluso obviando el hecho de que el mismo ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, quien a pesar de su propósito de alejarse del debate sobre el “grexit”, no cree en el proyecto monetario europeo, cuando uno conversa con gestores de fondos con fuertes inversiones en juego, el cinismo sobre la fe en la disparatada moneda única es casi cómico.
Hace unas semanas, un ejecutivo de un hedge fund en Nueva York me dijo: “El problema fundamental en Europa es que los políticos que toman las decisiones, incluidos muchos de los ministros de Economía del Eurogrupo, son incapaces de entender una hoja de cálculo para darse cuenta del problema; sus conocimientos sobre Economía y Finanzas son simplemente inadecuados”. De hecho, juntos echamos un vistazo a los CVs de cada uno de los ministros que componen el Eurogrupo y lo anterior resultaba evidente. Es decir, todo es una cuestión estrictamente política.
Este fin de semana, el ministro de Finanzas belga (periodista de formación y profesión, pero convertido en político y representante de su país en el Eurogrupo), Johan van Overtveldt, subía al púlpito vulgar en el que Twitter se ha convertido para algunos eurócratas, y pontificaba: “Es difícil saber qué es lo que el primer ministro griego quiere negociar si no está dispuesto a aceptar las reglas que rigen una unión monetaria”.
Ayer mismo, el ministro de Finanzas francés, Michel Sapin, licenciado en Historia y con un máster en Geografía, repetía el nuevo credo europeo de que la moneda única es irreversible, salvo en algunos casos como el griego, cuya salida no supondría “catástrofe” alguna para su país, pues Francia ya está “protegida”…
Y quien insista en denunciar las incoherencias, los insuperables desequilibrios por cuenta corriente entre los estados de la zona euro, la enorme distancia que separa a unos y otros en productividad, modelo económico, intereses nacionales y concepción de estado de bienestar, las distintas legislaciones y normativas jurídicas, quien lo haga es tildado de populista. Y si la crítica proviene de uno de los países paganos, peor.
¿Y cómo se opera en el mercado ante semejante panorama? Según el gestor de fondos consultado, bajo la premisa de que habrá acuerdo sí o sí. Lo mejor para Grecia, añade, es una quiebra y una salida “ordenada” del euro: “así que esperemos que aprovechen el tiempo comprado [entre acuerdo temporal y acuerdo temporal], entren en razón y lleguen a la conclusión correcta”.
Otro gestor de fondos estadounidense me dice: la cuestión no es si el euro se desintegrará a causa de Grecia, o si perderá algunos miembros en el camino a su transformación en algo viable y con sentido, sino más bien cuándo comenzará todo. Cada vez que surge una crisis y Europa se enfrenta a otra “semana crítica”, nos preguntamos si esta vez estallará el problema de verdad.
De lo que sí podemos estar seguros es que, dentro o fuera del templo amurallado del euro, Grecia seguirá sufriendo un infierno. Y eso no es cuestión de fe.
“La tradición es una mala razón para creer en algo, la autoridad también, y la fe puede que sea la peor de todas” –Richard Dawkins
En su artículo del viernes pasado, “¿El último acto de Europa?”, Joseph E. Stiglitz afirma con rotundidad que esta vez sí, la “supervivencia del euro” pende de lo que ocurra en Grecia durante las próximas semanas. Tan sólo la agonizante realidad de la tesorería del país, que empeora con los días, debería servir de evidencia suficiente para dar al Nobel de Economía la razón. Sin embargo, el consenso es que muy posiblemente Grecia supere este nuevo “período crítico” con otro acuerdo temporal que le permita mantenerse algunos meses más en su limbo particular. Sólo una minoría se atreve a pronosticar un desenlace más letal para el país heleno en forma de quiebra y salida del euro.