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El Hierro, sin perder el alma

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El Hierro ha tenido varios eslóganes turísticos: Isla del Meridiano, La tranquila diferencia y, el último reclamo, a modo de innovación revolucionaria, de “Isla con alma”, como si ese órgano espiritual e inmaterial, fuera una exclusividad inventada solo para los herreños. Yo creo más bien que el alma quiere evidenciar esa calma por la que transcurren nuestras vidas y por eso de que tenemos un aguante de hierro, porque lo sufrimos no solo en el cuerpo sino también en el alma; aunque el metal se oxide en silencio, con el olvido, el abandono y la intemperie, sin que haya una pintura que lo proteja, y el alma de existir permanece en nuestros cansados y obstinados cuerpos.

Haciendo esta introducción un poco poética, me viene al recuerdo una etapa en la que me dediqué más en profundidad a los medios de comunicación, llevando varias corresponsalías, entre ellas la de la desaparecida agencia de noticias Ideapress, allá por los principios de los años 90. Aparte de generar las noticias que se publicaban en varios periódicos regionales, con carácter mensual editábamos en papel un periódico que se llamaba La Isla en exclusiva para El Hierro. Me tocaba a mí dirigirlo, redactar las noticias, escribir la editorial, confeccionar una sección crítica que llamé Malpaso, y una columna para la contraportada con un artículo de opinión.

Recuerdo que no fue muy bien recibida… Vamos, que no gustó una de esas columnas mensuales, que en concreto titulé: El futuro de la juventud de El Hierro. Era, claro está, muy joven yo, y venía a reflexionar sobre la necesidad de cambiar el futuro para este colectivo del que depende el estado del bienestar insular. Segmentaba el colectivo joven en tres grupos, el primero los nada formados, esos que malamente terminaban la primaria y que la única alternativa era esperar un convenio en aquel entonces con el INEM (Instituto Nacional de Empleo), para ser sacados de las filas del paro y trabajar en alguna obra pública. El siguiente segmento juvenil, el de los medianamente formados con el bachillerato terminado y sin posibilidad de seguir estudiando en la universidad, porque refresquemos la memoria, no todos pudieron y no todos pudimos terminar; éstos últimos, en los que me incluyo, pendientes de una oposición a la banca o a alguna convocatoria a plaza interina por parte de la Administración. Los que terminaban la carrera universitaria, poca cabida tenían es esta isla, salvo alguna plaza en Cabildo o ayuntamientos, por lo tanto el retorno resultaba difícil, por no decir imposible.

Pues han pasado treinta años de aquella descripción periodística del futuro de los jóvenes, y poco ha cambiado el panorama, quizás los nombres de los gestores del empleo en Canarias y en El Hierro, como que el INEM ahora se llama Servicio Canario de Empleo, o que los contratos laborales en los ayuntamientos y Cabildo son en su inmensa mayoría ultimados por empresas públicas, llámese Tragsa o Gesplan. De los bancos mejor no hablar, porque hemos hecho nosotros más por ellos que ellos por nosotros, porque por imperativo de la economía global, mientras nosotros los rescatábamos ellos reducen personal, cierran oficinas y nos escurren el bolsillo a todos los españoles. Vamos que en esta isla con alma, hemos tenido la calma suficiente de años, para plantearnos que muchas cosas poco o nada han cambiado.

Que nadie se sienta aludido con esta primera reflexión, porque faltaría más que en más de cuarenta y cinco años de democracia, no hayamos progresado. Posiblemente no tengamos el mejor puerto ni el aeropuerto ideal, pero en la lucha del pedir hasta decir basta se consiguió un muelle hoy ya insuficiente mientras que para entrar un barco tenga que salir otro, y la ampliación de un aeropuerto con sus históricas limitaciones respecto a la operatividad, teniendo que centrar más nuestras demandas en nuevos destinos y más frecuencias que en ese sueño imposible de ampliar su pista.

En sanidad, aún con carencias: falta de camas hospitalarias, listas de espera mejorables y necesidad de dar fijeza a algunas especialidades médicas, pero con todo ello podemos decir en voz alta que contamos con una sanidad más que digna al paciente, incluso comparándola con la que se le da a usuarios de islas capitalinas.

Hemos mejorado en la gestión del agua, también en infraestructura viaria (salvo los perpetuos baches en la red de carreteras) o las asignaturas pendientes de Los Roquillos; incluso en telecomunicaciones aunque haya sido a costa de tender cables de poste a poste e invadir fachadas, convirtiendo nuestro azul cielo en negras telas de araña…, pero eso podrá ser objeto de otro análisis más exhaustivo. Sería imposible hacer una radiografía completa de la actual situación de El Hierro, me entenderán.

Hace unos cinco años que escribí otro artículo de opinión que titulé en aquella ocasión EL HIERRO, ¿una isla museo?, en el que venía a reflexionar el cómo escribir del futuro de El Hierro sin herir alguna que otra susceptibilidad, pero decía que los años, la mayoría viviendo en esta isla que me vio nacer y crecer, me legitimaban a hacerlo con cierta libertad, no con toda la que sería deseable, porque siempre saldría algún agorero, místico, veraneante u ombliguista a darte lecciones de cómo hacer las cosas en donde vives y trabajas. Tengo que reconocer, que fue bien aceptado por quién me lo dijo, y posiblemente mal recibido por quienes se guardaron su opinión.

Haciendo un rescate del mismo, por eso de que pocas cosas han cambiado desde ese entonces, planteaba que los tiempos cambian y las sociedades tienen que adaptarse necesariamente a las nuevas tendencias. También que no era menos cierto que se puede lograr un equilibrio entre el cambio y el inmovilismo, porque el que un pueblo pierda su identidad no deja de ser la peor herencia que se puede dejar a las futuras generaciones, pero el estarse quieto y no evolucionar puede llevarnos a la muerte súbita.

Es bastante habitual escuchar la frase, creo que muchas veces pronunciada con la mejor intención y como buen consejo de aquellos que nos visitan o veranean: “El Hierro es un paraíso, no dejen que lo estropeen”. Yo particularmente, agradezco el consejo, pero mis distintas actividades, mis años, y mi irrenunciable amor por El Hierro, me conducen a manifestarles que hay cuatro `Hierros´ distintos: uno para disfrutarlo, otro para trabajarlo, otro para padecerlo, y el último o el primero, según el cristal con el que se mire, para vivirlo.

No me agrada aquellos y aquellas que vienen a darnos lecciones de como conducir o reconducir las políticas en El Hierro, sobre todo los que a modo de prospecto en un medicamento, quieren sentar cátedra con sus sabias, y a la vez poco fundamentadas, recomendaciones para la curación del paciente. De qué es lo que hay que hacer y qué es lo que no. Hay incluso algunos personajes, aquellos que salieron no sé si por necesidad o por casualidad, que si por ellos fueran pondrían unas cadenas en los accesos portuarios y aeroportuarios que impidiera la entrada de turistas, porque si de ellos dependieran El Hierro debería convertirse en una “Isla Museo” en la que solo se escuche el silencio.

También los he visto, afortunadamente los menos, que vienen, te hablan de que nunca se irán, y cuando consiguen la plaza fija, si te he visto no me acuerdo, aun entendiendo esas cosas de la reunificación familiar o del inevitable éxodo del medio rural al urbano buscando la ciudad por muy masificada e impersonal que sea, pero allí están los servicios.

Habría que explicarles a todos los que ven El Hierro como un lugar idílico, me imagino que por aquello de sus increíbles paisajes y el pausado ritmo que disfrutan en sus días de vacaciones, aspectos comprobables como que nuestros hijos salen a estudiar y nunca más vuelven a la isla porque no hay mercado laboral para acogerlos, salvo para ver a sus padres y reencontrase con su lugar de nacimiento. Que aún, y a estas alturas del siglo XXI, hay muchos herreños que no pueden continuar sus estudios por falta de recursos económicos para desplazarse a los centros académicos. Que tenemos, pese a los avances en materia sanitaria, que trasladarnos a los centros hospitalarios de las islas capitalinas para ser atendidos en distintas especialidades. Que los transportes aéreos y marítimos siguen siendo nuestra espada de Damocles para el desarrollo social y económico. Que El Hierro es una isla en la que nuestros ingresos no se ven compensados en la parte proporcional del sobrecosto de la doble insularidad. Que no existe vivienda social, la de alquiler es inaccesible para muchas familias, y que la autoconstrucción es la única alternativa y el suelo es caro por la falta de espacios urbanos.

Tendríamos que referirnos que en pleno siglo XXI no tenemos suelo industrial y comercial en el que desarrollar una actividad, que si queremos cambiar de coche y dar de baja el vehículo, aún no contamos con un gestor de residuos autorizado, teniendo que recurrir a utilizar el seguro o pedir un favor a un transportista para que se lo lleve para Tenerife, que incluso hay exámenes de capacitación profesional que hay que salir a otra isla porque aquí no se desarrolla, ...

En algunos casos hemos sido víctimas los propios herreños, y lo seguimos siendo aún, del excesivo auto proteccionismo de nuestro territorio, y nuestras marcas de prestigio o sellos de calidad, aun estando orgullosos de tenerlos, llámese Reserva de la Biosfera o Geoparque, porque poca rentabilidad nos ha dado; porque seguimos siendo casi los mismos al igual que las necesidades de la población, aunque reconozcamos que algo hemos evolucionado.

El futuro de El Hierro pasa por quitarnos esa careta de isla idílica y anclada al pasado, sin tener que renunciar a la identidad de pueblo. Por ejemplo, el construir un hotel no tiene porqué convertirse necesariamente en una agresión al paisaje, si ponemos las herramientas necesarias para saber qué tipo de hotel queremos y qué tipo de turista. El que las estadísticas de incremento en el movimiento de pasajeros eligiendo El Hierro como su destino debe verse como un valor añadido, aunque también es verdad que debemos evaluar su grado de satisfacción, porque de nada nos vale un turista que viene ilusionado y se va defraudado. Ahora veo atónito como se enreda un asunto que cuenta con base jurídica como un hotel sobre un inmueble deteriorado y encima con inversión privada herreña, o la construcción de una cancha de atletismo en El Pinar que, supongo yo, tendrá todos los condicionantes legales, y cuanto menos cuenta con un expediente abierto para formular las alegaciones que se consideren oportunas. El no por sistema no es una buena opción.

Terminaba este artículo que he vuelto a sacar a colación, con otra reflexión a modo de punto final: planteándoles que si queremos que El Hierro siga vivo y tenga vida, y no se convierta en una Isla Museo, tenemos que diseñar una planificación `equilibrada y de futuro´, o lo que es lo mismo, poner en la mesa una carta boca arriba, la que visualiza de donde partimos, y por descubrir otra que nos dirá dónde queremos llegar.

El Hierro ha tenido varios eslóganes turísticos: Isla del Meridiano, La tranquila diferencia y, el último reclamo, a modo de innovación revolucionaria, de “Isla con alma”, como si ese órgano espiritual e inmaterial, fuera una exclusividad inventada solo para los herreños. Yo creo más bien que el alma quiere evidenciar esa calma por la que transcurren nuestras vidas y por eso de que tenemos un aguante de hierro, porque lo sufrimos no solo en el cuerpo sino también en el alma; aunque el metal se oxide en silencio, con el olvido, el abandono y la intemperie, sin que haya una pintura que lo proteja, y el alma de existir permanece en nuestros cansados y obstinados cuerpos.

Haciendo esta introducción un poco poética, me viene al recuerdo una etapa en la que me dediqué más en profundidad a los medios de comunicación, llevando varias corresponsalías, entre ellas la de la desaparecida agencia de noticias Ideapress, allá por los principios de los años 90. Aparte de generar las noticias que se publicaban en varios periódicos regionales, con carácter mensual editábamos en papel un periódico que se llamaba La Isla en exclusiva para El Hierro. Me tocaba a mí dirigirlo, redactar las noticias, escribir la editorial, confeccionar una sección crítica que llamé Malpaso, y una columna para la contraportada con un artículo de opinión.