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Historia triste de una evasión (III)

Al lado de las rapiñas particulares estaban las oficiales, que las superaban con creces. Una comisión de pintores afrancesados, Maella, Pablo Recio y Francisco Ramos entre otros, designados por el rey José, injustamente llamado Pepe Botella, pues era abstemio, reunieron nada menos que novecientos noventa cuadros de toda Andalucía para agasajar a Napoleón, entusiasmado ante lo robado por Soult. Los cuadros, entre ellos muchos Zurbaranes y Velázquez, salieron de España en 1813 pero, derrotado Napoleón y tras arduas gestiones diplomáticas, volvieron a sus lares en 1816.

Si este asunto quedó resuelto favorablemente, no ocurrió lo mismo con otro derivado del desconcierto conque concluía la Guerra de la Independencia. Me refiero a lo encontrado por Wellington en el equipaje del rey José tras la derrota de Vitoria, el 21 de junio de 1813. Se retiraban en desbandada los franceses por las llanuras de Álava. Son varios los testimonios sobre los ¡mil quinientos furgones! que, cargados con el despojo de España, trataban de ganar la frontera. Cayeron sobre ellos en hermandad de robo y sin hacerse daño, ingleses, portugueses, franceses y españoles. Se veía a galos y britanos, en súbito armisticio, robando de un mismo furgón. Un soldado luso trepaba una ladera con una imagen de Berruguete mientras un guerrillero español se escondía tras los álamos con un copón sagrado y una copa de cristal de cuarzo.

Lord Wellington fue favorecido por la fortuna al topar con lo robado por José Bonaparte en el Palacio Real de Madrid. A pesar de ello no estaba muy conforme, pues no aparecían los ambicionados cuadros de Rafael Sancio, de los que todos hablaban. Sea como fuere y una vez en Londres, el bravo militar ?Duque de Ciudad Rodrigo y Grande de España- tuvo la decencia de intentar devolver lo hallado. Algo más tarde escribía al duque de Fernán Núñez, nuestro ministro en Inglaterra, en estos términos: “? tengo muchas pinturas pertenecientes al rey, que he capturado del enemigo en la batalla de Vitoria mandando los ejércitos aliados. Envié una lista de las pinturas a la Regencia con el encargo de que alguien, en Londres, pudiese verlas al objeto de devolver a su majestad las que le pertenecen. Mi hermano, sir Henry Wellesley, ministro británico en España, ha hablado del asunto varias veces con los ministros de su majestad, pero nadie dice o hace nada al efecto?”.

Al fin respondió Fernán Núñez por boca de su despótico amo Fernando VII, el rey Felón, y su respuesta no pudo ser más pintoresca: “? Su majestad, conmovido por su delicadeza, no desea privar a su excelencia de lo que ha venido a su posesión por medios tan justos como honorables?”. Imagino que el duque de Wellington, aquel bravo militar y caballero, se pellizcaría para comprobar que le estaba ocurriendo. De aquella forma necia, sin más averiguaciones, pura, gratuita y estúpidamente, el peor de los reyes que ha producido el orbe regalaba a los ingleses ciento sesenta y cinco increíbles óleos de las mejores firmas, por citar unos pocos: Santa Catalina de Claudio Coello, La Última Cena de Juan de Flandes, San Juan Bautista de Ribera y tres estupendos Velázquez, Dos hombres a la mesa, El Aguador de Sevilla y Retrato de hombre.

Así nacía una de las más importantes colecciones foráneas de pintura española. Cada vez que la contemplé en la maravillosa ciudad que baña el Támesis me temblaron las piernas. Verdad es que no sólo contribuyó a su formación el regalo de aquel monarca nefasto y mentecato. Diversas entidades, por ejemplo la Intendencia de Segovia, contribuyeron regalando a Wellington una docena de cuadros. El noble guerrero y sus descendientes, Evelyn Wellington entre ellos, se cuidaron de hacer públicas las cartas, extractadas, pudiendo verse en una vitrina de la exposición y en los catálogos para demostrar la inaudita pero reglamentaria procedencia del fastuoso legado. Qué pena?

Y aún queda lo peor. Pero ello se verá en una última entrega.

Antonio Cavanillas

Al lado de las rapiñas particulares estaban las oficiales, que las superaban con creces. Una comisión de pintores afrancesados, Maella, Pablo Recio y Francisco Ramos entre otros, designados por el rey José, injustamente llamado Pepe Botella, pues era abstemio, reunieron nada menos que novecientos noventa cuadros de toda Andalucía para agasajar a Napoleón, entusiasmado ante lo robado por Soult. Los cuadros, entre ellos muchos Zurbaranes y Velázquez, salieron de España en 1813 pero, derrotado Napoleón y tras arduas gestiones diplomáticas, volvieron a sus lares en 1816.

Si este asunto quedó resuelto favorablemente, no ocurrió lo mismo con otro derivado del desconcierto conque concluía la Guerra de la Independencia. Me refiero a lo encontrado por Wellington en el equipaje del rey José tras la derrota de Vitoria, el 21 de junio de 1813. Se retiraban en desbandada los franceses por las llanuras de Álava. Son varios los testimonios sobre los ¡mil quinientos furgones! que, cargados con el despojo de España, trataban de ganar la frontera. Cayeron sobre ellos en hermandad de robo y sin hacerse daño, ingleses, portugueses, franceses y españoles. Se veía a galos y britanos, en súbito armisticio, robando de un mismo furgón. Un soldado luso trepaba una ladera con una imagen de Berruguete mientras un guerrillero español se escondía tras los álamos con un copón sagrado y una copa de cristal de cuarzo.