Espacio de opinión de Canarias Ahora
La ley histórica para todos
Siempre me produjeron desasosiego dos historias de la literatura. La del Conde Ugolino, personaje dantesco de la Divina Comedia del que no se sabe si murió de hambre o comió de uno de sus dos hijos muertos para sobrevivir. En otra de la que no recuerdo su extracción, se interroga al lector sobre si sería legítimo o justo sacrificar a un niño al fuego eterno a cambio de conseguir la felicidad del resto de los mortales.
Imagino que el diputado López de Aguilar siendo ministro de Justicia, ante el segundo de los dilemas hubiera contestado que un ministro del Reino de España no debe entrar en querellas personales. Pero dejando a un lado esta digresión, lo que desasosiega de las dos historias es que fuerza al lector a tomar partido o a felicitarse por no tener que pasar por esa coyuntura.La Ley conocida como de la Memoria Histórica es corolario de la segunda de las historias. Puede este país haber encontrado la reconciliación y ser una Arcadia feliz; puede que muchas víctimas, o incluso todas, hayan olvidado o incluso se hayan comprometido con otros seres queridos a olvidar. Puede que opere sobre cicatriz inexistente en el pueblo español. Pero incluso ante un escenario tan exagerado y aportado sólo a los efectos dialécticos, esta complacencia quiebra ante un solo caso de alguién que quiera enterrar de forma justa a un ser querido o reivindicar su mejor memoria.
Esta España que vivimos tiene a dos intérpretes de ocasión protagonistas recientes de la realidad. El primero es “el primo”, el segundo es “el autor intelectual”. Yo creo ver en el primo a ese doble del personaje de Edgar Allan Poe, Guillermo Wilson, que vive obsesionado con alguién que existe, que es exactamente como él y que lo conoce al fin ante un espejo para decretar que ha muerto, que los dos han muerto. Imagino que cada español, como Rajoy, tiene un doble aunque no lo sepa, y aunque sepa vivir sin ese poco de memoria, corre el riesgo de morir de vergüenza ante su visión en el espejo por no haber simpatizado con esa norma, que permite sin rencores a cualquiera, aunque sólo sea un individuo, hacer uso de ese derecho.
El otro personaje de actualidad es el autor intelectual. Creo que es el presidente Zapatero y creo que con ello ha aumentado el barómetro de la honorabilidad de todos los españoles. Esta Ley para un malcriado es una Ley inoportuna. Para las personas de sano intelecto es una Ley obvia, que otorga derechos y no se los quita a nadie, que incluso ni siquiera trae causa principal de la guerra civil sino de una pulsión benefactora que debería anidar en todos los españoles, de derechas o de izquierdas. Esta España nuestra desde ahora tendrá un alma más digna. Que se haya opuesto el Partido Popular no debe preocuparnos mucho: también se opuso al divorcio, al aborto, a las bodas de personas del mismo sexo. Ya verán como cuando gobiernen la aplicarán como si fuera propia. José Francisco HenrÃquez
Siempre me produjeron desasosiego dos historias de la literatura. La del Conde Ugolino, personaje dantesco de la Divina Comedia del que no se sabe si murió de hambre o comió de uno de sus dos hijos muertos para sobrevivir. En otra de la que no recuerdo su extracción, se interroga al lector sobre si sería legítimo o justo sacrificar a un niño al fuego eterno a cambio de conseguir la felicidad del resto de los mortales.
Imagino que el diputado López de Aguilar siendo ministro de Justicia, ante el segundo de los dilemas hubiera contestado que un ministro del Reino de España no debe entrar en querellas personales. Pero dejando a un lado esta digresión, lo que desasosiega de las dos historias es que fuerza al lector a tomar partido o a felicitarse por no tener que pasar por esa coyuntura.La Ley conocida como de la Memoria Histórica es corolario de la segunda de las historias. Puede este país haber encontrado la reconciliación y ser una Arcadia feliz; puede que muchas víctimas, o incluso todas, hayan olvidado o incluso se hayan comprometido con otros seres queridos a olvidar. Puede que opere sobre cicatriz inexistente en el pueblo español. Pero incluso ante un escenario tan exagerado y aportado sólo a los efectos dialécticos, esta complacencia quiebra ante un solo caso de alguién que quiera enterrar de forma justa a un ser querido o reivindicar su mejor memoria.