(Relato ficticio)
Ayer papá me contó cómo se enamoró de mamá. Le pedí que me contara la mejor historia de amor que conociese para un trabajo del cole y papá me contó la suya porque dice que de ahí nací yo.
Papá y mamá se conocieron en el instituto hace un montón de años. Al verle por primera vez, papá sintió un flechazo. Así, sin conocerle ni nada. Esas son las cosas que nunca he entendido de los mayores. Se gustan y desgustan sin cruzar una palabra. Él, solo con verla, ya sabía que mamá era la mujer de su vida. Me dijo que nunca había visto una chica tan guapa. Unos ojos verdes «de escándalo», un pelo rubio «de escándalo»; una sonrisa «de escándalo». Una auténtica princesa, me dijo. Así que papá hizo de todo por ligarse a mamá porque ella, al principio, ni caso le hacía porque mamá era de esas que iban de novio en novio, me dijo.
Un día coincidieron en la playa con un montón de amigos más y empezaron a hablar. Bueno, mamá habló y papá fingió interés. Nada de lo que le decía mamá le gustaba pero él fingió que sí porque mamá era la mujer de su vida. Mamá le habló de libros que papá ni conocía pero papá hizo el de que sí que sabía. Mamá lo llevó a comerse un gofre de helado y caramelo. Papá odia el caramelo pero ese día fingió que le encantaba. Mamá lo invitó un día a subir a la montaña pero papá era uno de esos cosmopolitas que odiaba a los bichos, y a la naturaleza y a todo eso pero mintió a mamá y se hizo pasar por el mejor montañista de todos. Mamá lo tenía loquito perdido. Y papá estaba convencido de que se volvería el hombre de la vida de mamá.
Papá jugó muy bien sus cartas porque a mamá le empezaron a brillar los ojos por papá. Lo llamaba siempre, a todas horas. Incluso a las tres de la mañana, simplemente, para decirle que le quería. A papá lo despertaba y le fastidiaba un poco pero le parecía romántico. Se veían a todas horas. Desayunaban, almorzaban y cenaban juntos. Se esperaban fuera de las clases y se lo contaban todo. Qué habían hecho, qué no, con quién había estado, con quién no y así. Eran un auténtico equipo de remo, dice papá.
Disfrutaban tanto estando juntos que no necesitaban a nadie más. Empezaron, incluso, a sentirse incómodos en la pandilla porque les decían que se besaban mucho y que no hablaban con los demás. Así que empezaron a distanciarse porque nadie entendía un amor tan real como el que se tenían. Fueron a la universidad y papá convenció a mamá de que estudiaran lo mismo para así pasar más tiempo juntos porque si no, apenas se verían. El sueño de mamá era hacer psicología pero tenía un sueño aun más grande: papá. Así que estudió una ingeniería que le aburría, como él, para así estar juntos todo el día y eso, al menos, la hacía algo más feliz. O eso creía ella.
Papá y mamá se comían a besos por todas las esquinas hasta el mismo día de su boda al que solo fueron él y ella porque ya no tenían amigos. Nadie entendía que dos personas estuviesen tan enamoradas como lo estaban ellos dos. Su amor era único en el mundo. Uno de esos de películas de Hollywood, dice papá. No tenían ojos para nadie más ni interés por compartir su tiempo con otras personas. Papá es cierto que era muy celoso y un día se enfadó mucho con mamá por haberle visto hablar con su compañero de trabajo pero es que papá la quería tanto que no lo hacía por desconfianza sino por proteger esa relación tan bonita que tenían y que me había traído a mí al mundo. Mamá acabó cambiándose de trabajo porque a papá le afectaba mucho que mamá estuviera trabajando con aquel hombre. Así que se fue a una empresa peor, con un salario peor, con un trabajo que no le hacía feliz pero papá sonreía un poquito más y eso a mamá la hacía sentir bien. O eso creía ella.
Los dos últimos años mamá siempre traía mala cara. Mamá ha estado triste mucho tiempo. Ha intentado hablar muchas veces con papá y le ha dicho que la relación no funciona pero papá siempre empieza a llorar, le dice que son el uno para el otro, que nunca van a encontrar una media naranja igual y se besan y se perdonan. Aunque, a pesar de todo, mamá seguía teniendo la misma cara: triste. Y ahora pienso yo que quizá mamá estaba tan triste porque no sabía cómo estar en un mundo en el que ya no fuese la media naranja de papá porque quizá mamá se echaba de menos a sí misma porque de repente, un día, empezó a echar de menos la psicología. Y también a la montaña. Y también al caramelo. Y también a su compañero de trabajo favorito. Así que quizá lo que me contó papá fue su historia de amor pero no fue la historia de amor de mamá.
Y quizá por eso hoy mamá ya no está porque anoche mamá se fue. Anoche mamá terminó con la vida que se supone que era suya pero en realidad… era la vida de papá.