Espacio de opinión de Canarias Ahora
Un millón de muertos
Para la ORB, el número de muertos en Irak asciende a más de un millón de personas. Uno de cada cinco hogares iraquíes perdió al menos a un miembro de su familia a causa de la violencia desatada por la guerra. La Casa Blanca no ha negado todavía los resultados de esta investigación rigurosa. Raro, porque cuando la Universidad Johns Hopkins informó que la cifra de muertos a finales de 2006 ascendía a 655.000, el presidente George Walker Bush aseguró que aquel dato era “inverosímil”. Sólo cabe añadir que quienes iniciaron esta despreciable aventura deben asumir la responsabilidad de la destrucción que han provocado en aquella región donde el ser humano no vale un euro para la civilización occidental y cristiana necesitada de petróleo.
Me ahorraré los miles de muertos gringos durante la ocupación, las deserciones (entre 8.000 y 10.000), el aumento se suicidios en su ejército, la cantidad de crímenes cometidos cuando algunos regresaron a Estados Unidos o las enfermedades mentales provocadas por su participación en las guerras de Irak y Afganistán. Hablar del gasto en tratamientos psicológicos de sus soldados aumenta al presupuesto del Pentágono. A pesar de fármacos como el propapolol, cuya función consiste en apagar la ansiedad que le provoca a un soldado los asesinatos que cometió al día anterior en nombre de no se sabe qué. Con buen criterio, Juan Gelman definió éste y otros fármacos como una política de “lobotomía moral”. Lo único que preocupa a las autoridades gringas es que, cuando regresan a casa los soldados, como no reciben esa medicación o cualquier otra, pueden hacer cualquier cosa como matar a algún pariente cercano tras un sueño espantoso. Completamente enfermos, los ocultan a la opinión pública. Sólo los periódicos, algunos, se preocupan de la salud de sus soldados por su participación en la guerra, aunque en general les importa bien poco la destrucción de Irak y sus habitantes. Pura miseria moral.
Y toda esta locura con un solo objetivo. Atención: “Un diputado iraquí declaró que se habían producido reuniones altamente confidenciales con representantes de las compañías petrolíferas estadounidenses, que habían ofrecido cinco millones de dólares a cada diputado iraquí que votara a favor de la ley del petróleo y el gas”. La norma prevé la privatización al mejor postor de las únicas riqueza nacional. La operación saldría barata a los buitres de las empresas estadounidenses, apenas costaría unos 150 millones de dólares para comprar a los diputados cipayos. Parece mentira que Estados Unidos no haya convencido todavía a sus aliados iraquíes sobre la urgencia de regalarles el petróleo y el gas. Así son las cosas. Supongo que hasta estos políticos vendidos pensarán que algún día los gringos regresarán a casa.
Rafael Morales
Para la ORB, el número de muertos en Irak asciende a más de un millón de personas. Uno de cada cinco hogares iraquíes perdió al menos a un miembro de su familia a causa de la violencia desatada por la guerra. La Casa Blanca no ha negado todavía los resultados de esta investigación rigurosa. Raro, porque cuando la Universidad Johns Hopkins informó que la cifra de muertos a finales de 2006 ascendía a 655.000, el presidente George Walker Bush aseguró que aquel dato era “inverosímil”. Sólo cabe añadir que quienes iniciaron esta despreciable aventura deben asumir la responsabilidad de la destrucción que han provocado en aquella región donde el ser humano no vale un euro para la civilización occidental y cristiana necesitada de petróleo.
Me ahorraré los miles de muertos gringos durante la ocupación, las deserciones (entre 8.000 y 10.000), el aumento se suicidios en su ejército, la cantidad de crímenes cometidos cuando algunos regresaron a Estados Unidos o las enfermedades mentales provocadas por su participación en las guerras de Irak y Afganistán. Hablar del gasto en tratamientos psicológicos de sus soldados aumenta al presupuesto del Pentágono. A pesar de fármacos como el propapolol, cuya función consiste en apagar la ansiedad que le provoca a un soldado los asesinatos que cometió al día anterior en nombre de no se sabe qué. Con buen criterio, Juan Gelman definió éste y otros fármacos como una política de “lobotomía moral”. Lo único que preocupa a las autoridades gringas es que, cuando regresan a casa los soldados, como no reciben esa medicación o cualquier otra, pueden hacer cualquier cosa como matar a algún pariente cercano tras un sueño espantoso. Completamente enfermos, los ocultan a la opinión pública. Sólo los periódicos, algunos, se preocupan de la salud de sus soldados por su participación en la guerra, aunque en general les importa bien poco la destrucción de Irak y sus habitantes. Pura miseria moral.