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El modelo húngaro

No exagero, oigan. En estos momentos, la cámara legislativa magiar aguarda la llegada de las doscientas mil firmas de apoyo que necesitan los promotores del referéndum que viene y cuya insólita pregunta, a la que deberán responder unos ocho millones de potenciales votantes, será la siguiente: “¿Es usted partidario de que el Parlamento de nuestra república desarrolle una ley para regular la siesta?...”. Y es que la cabezadita o la dormida total, profunda y extensa tras el almuerzo –porque en la siesta también se dan diversas gradaciones- tan tradicional en la cultura mediterránea, es una actividad (decir inactividad sería más apropiado, desde luego) exótica por esas europas centrales donde se contempla con interés y hasta cierta envidia una costumbre cuyos efectos beneficiosos para la salud han avalado numerosos estudios científicos, en los que se basan sus valedores ante los poderes de políticos de Budapest. A uno, desde tan lejos, le suena raro el asunto y hasta le parece que una siesta legalmente regulada –se podrá dormir de tal a tal hora, se habilitarán butacas y sillones especiales en los lugares de trabajo, etcétera- perderá gran parte de su encanto. Pero, allá los húngaros, que también intentaron someter a referéndum no hace mucho la posibilidad de que en los bares se despachase la cerveza gratis. La realización de la consulta fue rechazada por el Comité Nacional Electoral porque la medida, de aplicarse, podría haber provocado una distorsión de tres pares de narices en el mercado. Aquí, con el modelo húngaro podríamos –para no meternos en política, que es al parecer, lo que tampoco apetece a los magiares- decidir, por mayoría, si el timple debe llevar cuatro o cinco cuerdas o si las viejas deben desescamarse o no antes de ser sancochadas. Acabaríamos de una vez con la polémica sobre dos cuestiones que siempre han enfrentado al cincuenta por ciento de los isleños contra el otro cincuenta por ciento. ¡Y si sólo fuera esoÂ…!

José H. Chela

No exagero, oigan. En estos momentos, la cámara legislativa magiar aguarda la llegada de las doscientas mil firmas de apoyo que necesitan los promotores del referéndum que viene y cuya insólita pregunta, a la que deberán responder unos ocho millones de potenciales votantes, será la siguiente: “¿Es usted partidario de que el Parlamento de nuestra república desarrolle una ley para regular la siesta?...”. Y es que la cabezadita o la dormida total, profunda y extensa tras el almuerzo –porque en la siesta también se dan diversas gradaciones- tan tradicional en la cultura mediterránea, es una actividad (decir inactividad sería más apropiado, desde luego) exótica por esas europas centrales donde se contempla con interés y hasta cierta envidia una costumbre cuyos efectos beneficiosos para la salud han avalado numerosos estudios científicos, en los que se basan sus valedores ante los poderes de políticos de Budapest. A uno, desde tan lejos, le suena raro el asunto y hasta le parece que una siesta legalmente regulada –se podrá dormir de tal a tal hora, se habilitarán butacas y sillones especiales en los lugares de trabajo, etcétera- perderá gran parte de su encanto. Pero, allá los húngaros, que también intentaron someter a referéndum no hace mucho la posibilidad de que en los bares se despachase la cerveza gratis. La realización de la consulta fue rechazada por el Comité Nacional Electoral porque la medida, de aplicarse, podría haber provocado una distorsión de tres pares de narices en el mercado. Aquí, con el modelo húngaro podríamos –para no meternos en política, que es al parecer, lo que tampoco apetece a los magiares- decidir, por mayoría, si el timple debe llevar cuatro o cinco cuerdas o si las viejas deben desescamarse o no antes de ser sancochadas. Acabaríamos de una vez con la polémica sobre dos cuestiones que siempre han enfrentado al cincuenta por ciento de los isleños contra el otro cincuenta por ciento. ¡Y si sólo fuera esoÂ…!

José H. Chela