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Tras los pasos de Trump

Intenté escuchar, sin llegar a conseguirlo, una entrevista de Pepa Bueno con Pablo Casado. Confieso que anduve muy atento desde la primera palabra hasta la última, pero… vano esfuerzo. Porque aquello no fue una entrevista.

Lo habría sido si la periodista, a la que admiro profundamente, se hubiera plantado en algún momento para decirle a su invitado: “usted ha venido aquí, como lo ha hecho tanta gente antes que usted, para someterse a las reglas de una entrevista y no para dar un mitin”. Todos los oyentes de oído limpio lo habríamos agradecido. Pero, para mi sorpresa y la de muchos fans de Bueno, no acopió coraje suficiente para hacerlo. Cierto que intentó hasta el cansancio llevar las aguas al cauce del periodismo informativo, que preguntó y repreguntó sin apenas ser escuchada. Sin embargo, su excesivo respeto al fair play dio lugar a lo peor: que el entrevistado arruinara la entrevista y se nos vendiera gato por liebre: letanías propagandísticas en lugar de información, verborrea machacona y sectaria en lugar de diálogo sereno, intoxicación en lugar de esclarecimiento.

Las ruedas de prensa de Donald Trump, como casi todo lo que él ha hecho desde que llegó al poder, están precipitando una división universal de las aguas. No exagero. Los partidarios de la mordaza se vienen arriba en todas partes, piden meter en cintura a “quienes agitan desde los medios” y hasta sueñan con un declive del cuarto poder. En este otro bando (el de cuantos vemos en el derecho a la información una palanca que eleva nuestro nivel democrático) parece llegado el tiempo de la movilización. Por eso escribo.

La línea estratégica seguida por Pablo Casado, en esa no-entrevista a la que aludo, fue idéntica a la de Donald Trump: ignorar y hacer inaudibles las repreguntas. En su boca como en su ánimo, el lenguaje fue una apisonadora con la que aniquilar la voz del otro (de la otra en este caso), sin darle apenas oportunidad de pedir aclaraciones, justificaciones, puntualizaciones… en fin, cuanto elemento de contraste pudiera contribuir al esclarecimiento informativo. Todo aquello que el oyente tiene derecho a esperar del periodismo radiofónico -y que se condensa en la frase atribuida a Goethe: “¡Luz, más luz!”- lo evitó Pablo Casado con su apisonadora verborreica.

No muchas horas antes, habíamos escuchado en el mismo programa al periodista Jorge Ramos, de Univision Communications. Fue muy claro al exponer el zarandeo que sufre el derecho a la información en EE.UU. Y muy rotundo en la receta: “La única manera de enfrentarse a Trump es no callarse y repreguntar”.

Corren malos tiempos para la repregunta, ese instrumento indispensable del periodismo veraz. Sin ella resulta imposible desmontar las respuestas falaces, los infundios, las artimañas retóricas, todas esas trampas que saturan y colapsan el espacio político, resquebrajando la confianza de los electores.

En la entrevista de la que hablo no hubo repreguntas, porque Pablo Casado impidió que las hubiera. Sus partidarios habrán pensado -ya nos llega su clamor- que ganaron la partida. Es posible, pero fue mucho lo que todos perdimos. El derecho a la información también.

Intenté escuchar, sin llegar a conseguirlo, una entrevista de Pepa Bueno con Pablo Casado. Confieso que anduve muy atento desde la primera palabra hasta la última, pero… vano esfuerzo. Porque aquello no fue una entrevista.

Lo habría sido si la periodista, a la que admiro profundamente, se hubiera plantado en algún momento para decirle a su invitado: “usted ha venido aquí, como lo ha hecho tanta gente antes que usted, para someterse a las reglas de una entrevista y no para dar un mitin”. Todos los oyentes de oído limpio lo habríamos agradecido. Pero, para mi sorpresa y la de muchos fans de Bueno, no acopió coraje suficiente para hacerlo. Cierto que intentó hasta el cansancio llevar las aguas al cauce del periodismo informativo, que preguntó y repreguntó sin apenas ser escuchada. Sin embargo, su excesivo respeto al fair play dio lugar a lo peor: que el entrevistado arruinara la entrevista y se nos vendiera gato por liebre: letanías propagandísticas en lugar de información, verborrea machacona y sectaria en lugar de diálogo sereno, intoxicación en lugar de esclarecimiento.