No es una conjetura; la extrema derecha puede hacerse con el poder en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Después del Brexit y de la elección de Donald Trump nadie descarta una posible sorpresa en los comicios sobre todo porque un tercio de los electores franceses están aún indecisos. Y eso sería un gran peligro para el futuro de Europa y de la Unión.
Con una llegada de Marine Le Pen al Palacio del Elíseo, el papel pivotal de Francia en el presente y para el futuro de la Unión Europea se vería severamente comprometido, ya que la extrema derecha es partidaria de una reformulación drástica de la Unión, devolviéndola hacia algo parecido a sus inicios como simple comunidad económica y revirtiendo a los estados miembros todos los elementos de soberanía concedidos por éstos en el tratado de Lisboa.
El peligro de la llegada al poder de la extrema derecha a un país tan importante como Francia es no solo el riesgo del inicio del descoyuntamiento de la Unión Europea, sino también el del contagio a otros países y el desmantelamiento de los estados democráticos y sociales de derecho, así como de los sistemas de bienestar social, que son los signos distintivos de Europa tal y como la conocemos en la actualidad.
Francia podría iniciar un camino similar al que están recorriendo Hungría y, un poco más rezagada, Polonia, y que estuvieron a punto de empezar Austria e Italia. Y eso es un grave peligro para nuestra convivencia.
El riesgo es de tal envergadura, que, aunque en la segunda vuelta gane Macron, el peligro de la llegada de la extrema derecha al poder simplemente podría retrasarse cinco años.
El hundimiento de los partidos tradicionales es tan brutal que difícilmente encontrará solución a corto plazo; el alejamiento de los jóvenes de la política les puede echar con facilidad en los brazos de las consignas y promesas facilonas y falsas de la extrema derecha; y el presidente actual, que si gana no se podrá volver a presentar, no dispone de un partido político, sino de un movimiento laxo y heterogéneo, compuesto fundamentalmente por tecnócratas de los que no parece probable que surja un nuevo candidato que pueda plantar carta a la extrema derecha.
Y ante el escenario que se nos presenta, Europa sigue sin saber bien cómo tratar el fenómeno del auge del fascismo en los estados miembros de la unión. No hay coordinación ni una estrategia ordenada. En algunos países, como en Alemania, reina la idea de los “cordones democráticos” para excluirlas del poder. En otros, como España, la derecha tradicional del PP los mete en los gobiernos para asombro de Europa, como acaba de ocurrir recientemente en Castilla y León.
Se hace más necesario que nunca avanzar en la federalización europea, corregir el déficit democrático comunitario, regular mucho más a los mercados financieros, recuperar el modelo social hoy deteriorado y corregir las grandes diferencias de renta entre países europeos, sin olvidar algo crucial: fomentar un espíritu cívico solidario europeo.