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Pijos malcriados

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Muy acomplejados deben estar los controvertidos directivos de la Federación Española de Fútbol como para disponer una guagua a los campeones de Europa con la leyenda “esto solo es el comienzo”, pero en inglés. 

Eso es como si la final de la Eurocopa la hubiese ganado Inglaterra y a su federación se le hubiera ocurrido pasear con los campeones por Londres en una guagua cuyo lema fuera escrito en español. Es algo propio de tontos apocados. De esos que creen que cualquier cosa en inglés suena mejor que en español. 

Es como esos anuncios de colonias en las televisiones españolas narrados en inglés. Creen que la colonia es más valiosa y se venderá más si un campurrio analfabeto la escucha en un idioma que no es el suyo. Es verdad que ellos tienen a Shakespeare pero nosotros tenemos a Cervantes y a Benito Pérez Galdós. Los patriotas de hojalata están en una encrucijada porque no saben si celebrar o no el campeonato de la selección española debido a su conformación multicultural y multirracial, plural y diversa, como realmente es España. 

Esos españoles ultras deberían estar contentos por la victoria de la selección pero les habría gustado más que todos sus componentes fueran más españoles, muy españoles y mucho españoles. No es que en la selección española jueguen extranjeros (eso sería una contradicción en términos) pero estos españolitos de salón habrían preferido que todos ellos fuesen de raza blanca, aria, caucásica o carpetovetónica. 

Los ultras patriotas no soportan que dos de los mejores jugadores laureados en la Eurocopa tengan padres ghaneses, marroquíes o ecuatoguineana que llegaron a España de forma irregular y sin papeles. Esos que la ultraderecha quiere expulsar del país. Aunque sus hijos futbolistas internacionales hayan nacido en Barcelona y Navarra. 

Son tan españoles o más que Abascal, que tiene cara de magrebí, como Carvajal, el futbolista maleducado de la selección española que no fue capaz de saludar correctamente al presidente del Gobierno de España cuando los recibió en el Palacio de la Moncloa. 

Se ha politizado mucho ese despreciable y miserable comportamiento del defensa madridista. Se le ha llamado facha, ultra, racista y xenófobo. Sus defensores afirman que no todo el que está contra Pedro Sánchez es un fascista o un neofranquista. Y tienen razón porque es una perogrullada. Evidentemente la mayoría que se opone a Sánchez no tiene por qué ser fachista o neofranquista, y de hecho (y afortunadamente) no lo es. 

A Carvajal se le ha tildado fundamentalmente de maleducado y malcriado, y eso es fácilmente demostrable por el feo y vil gesto que tuvo con el presidente del Gobierno de España. La parte ultra, racista y xenófoba se ha unido a la malcriadez no por el gesto despectivo y maleducado sino por las propias declaraciones del jugador, que entre otras cosas dijo que no quería meterse en política cuando le preguntaron por las palabras de Mbappé, el futbolista francés que la próxima temporada será compañero de plantilla, cuando se pronunció claramente contra la ultraderecha francesa en vísperas de que la izquierda ganara la segunda vuelta y postergara a Marine Le Pen al tercer lugar, detrás del presidente liberal Emmanuel Macron. 

No se le puede pedir mucho a unos jugadores pijos y multimillonarios que tienen una capacidad cerebral inversamente proporcional al valor de sus pies. Es muy difícil encontrar a un deportista de élite con la cabeza bien amueblada y dos dedos de frente. La mayoría es conservadora o ultraconservadora. 

Muchos son egoístas e insolidarios. Pero una cosa es que rechacen a la izquierda por su confortable y envidiable situación socioeconómica y otra bien distinta hacerle un feo protocolario al presidente del Gobierno de España, que representa al fin y al cabo, le guste o no al cromañón de Carvajal, a todos los españoles.

Algunos jugadores presuntuosos y petulantes aprovecharon la celebración de la Eurocopa en la plaza de la Cibeles madrileña para reivindicar Gibraltar ante los ingleses, a los que vencimos en la final de Berlín. “Gibraltar español”, vociferaban en el escenario mientras buena parte del público lo coreaba miméticamente. No sé qué les habría parecido si Lamine Yamal, de padre marroquí, hubiese reivindicado desde el escenario la marroquinidad de Ceuta y Melilla.

El problema no es que se politice el deporte porque al fin y al cabo todo es política. El problema es que se parcialice de manera espuria, sectaria y partidista, enfrentando a los españoles en dos bandos irreconciliables, como si reviviésemos la guerra civil y la dictadura franquista a través de un balón de reglamento. 

Afortunadamente España está cada vez más lejos del nodo propagandístico del franquismo, a pesar del esfuerzo de la ultraderecha por volver al blanco y negro. El país va progresando adecuadamente, aunque todavía queden retos por conquistar, y prueba de ello es que tenemos una selección a color, a todo color. Una selección capaz de sacar los colores a los falsos patrioteros de salón y pulserita. 

No se le pueden pedir peras al olmo, aunque sí goles a Dani Olmo. España es otra cosa mejor que los toros. El gol a los retrógrados y reaccionarios rojigualdos ha sido por toda la escuadra. 

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