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Los Pilares de España

Nunca entenderé que una Nación festeje su día por un hecho que sucedió lejos de su territorio y de su gente. Es como si Francia, en vez del Catorce de Julio, celebrara como día nacional la fecha en que ganó la batalla de Austerlitz; Alemania, en vez de su Reunificación del Dos de Octubre, festejara como tal su última victoria sobre Francia en 1870; o que Estados Unidos, en vez de su Cuatro de Julio, asumiera el preciso instante en que expandió sus fronteras por el Pacífico derrotando a España en 1898 en Cuba y Filipinas. No tiene pies ni cabeza. Como España misma.

O sí. Lamentablemente, en el Doce de Octubre convergen los Pilares de esta España esquizofrénica. Es el día en que se inicia la construcción de un Imperio Transoceánico a costa de la masacre de cientos de pueblos indoamericanos. Por aquí, años antes, también pasaron un Veintinueve de Abril o un Tres de Mayo, dejando el camino expedito de aborígenes. Y España (¿por qué no celebra como fiesta nacional el día del matrimonio de los Reyes Católicos, o cuando Isabel y Fernando heredan las dos Coronas, o cuando conquistan Granada o Navarra?), su idea, fue durante siglos un complejo edificio de equilibrios cimentado en dos pilares a ambos lados del Atlántico. Desde que se derrumbó la pata occidental con las independencias latinoamericanas de 1810-1824, anda coja, mirándose al espejo, explicándose a sí misma, matándose entre ella. Y va para dos siglos.

Hoy tengo el día libre y me he levantado con otra idea de España, quizás a lo Saramago ibérica global; en esencia lo que postulaba la Federación Anarquista Ibérica de conjunto de pueblos que habiten bajo una estructura confederal la Península y las Islas -para independencias, con El Día ya sobra-. Pero, “no es esto, no es esto”, como dijera Ortega al ver la quema de iglesias en mayo de 1931 con la llegada de la Segunda República.

Hoy tengo el día libre y me llevo a mis niños a la playa. A buscar burgaos y jacas pelúas en Los Lisos, lejos de tantos paños rojigualdas de la Marina de Guerra de Don Carlos III. País.

Nunca entenderé que una Nación festeje su día por un hecho que sucedió lejos de su territorio y de su gente. Es como si Francia, en vez del Catorce de Julio, celebrara como día nacional la fecha en que ganó la batalla de Austerlitz; Alemania, en vez de su Reunificación del Dos de Octubre, festejara como tal su última victoria sobre Francia en 1870; o que Estados Unidos, en vez de su Cuatro de Julio, asumiera el preciso instante en que expandió sus fronteras por el Pacífico derrotando a España en 1898 en Cuba y Filipinas. No tiene pies ni cabeza. Como España misma.

O sí. Lamentablemente, en el Doce de Octubre convergen los Pilares de esta España esquizofrénica. Es el día en que se inicia la construcción de un Imperio Transoceánico a costa de la masacre de cientos de pueblos indoamericanos. Por aquí, años antes, también pasaron un Veintinueve de Abril o un Tres de Mayo, dejando el camino expedito de aborígenes. Y España (¿por qué no celebra como fiesta nacional el día del matrimonio de los Reyes Católicos, o cuando Isabel y Fernando heredan las dos Coronas, o cuando conquistan Granada o Navarra?), su idea, fue durante siglos un complejo edificio de equilibrios cimentado en dos pilares a ambos lados del Atlántico. Desde que se derrumbó la pata occidental con las independencias latinoamericanas de 1810-1824, anda coja, mirándose al espejo, explicándose a sí misma, matándose entre ella. Y va para dos siglos.