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¡No querías viento, Colón!

Cuestión aneja a la anterior era la de si Colón estuvo o no en Gran Canaria en su primer viaje. Era asunto más bien académico, que, después, ya con la autonomía a cuestas, se empapó del pueblerinismo del Hermoso Manuel, entonces alcalde de Santa Cruz, que sometió democráticamente al pleno santacrucero la decisión de que Colón no sólo no estuvo en Las Palmas sino que ni siquiera se le pasó por la cabeza. Pero, a lo que iba: el paso de Colón era la constatación de que los continentes necesitaban de Gran Canaria; y la Hermosa ATI se dispuso a destruir tal falacia en cuanto se hizo con el control de la autonomía; tarea que continúa don Pepito, premio Canarias en el ánimo plenario del Cabildo tinerfeño. Se preguntarán adónde quiero ir a parar. A mí también me sorprendió recordar aquel mito de los sesenta y de que por medio se colara Colón, nunca mejor dicho. Era como una de esas musiquillas que se te meten en la cabeza sin que sepas de dónde viene ni porqué. El culpable resultó ser Mauricio. Había leído su propuesta de hacer de Las Palmas (de Gran Canaria, of course) tremendo foco de atracción, nucleamen o así del mundo globalizado del siglo XXI y el disco duro incorporado debió grabarlo como trasnochado revival del escalextric tricontinental que fuimos; actualizado, claro, pues de simple puente lo pasó a alfa y omega de los tropecientos continentes restantes. Detectado el origen de la relación de ideas, descubrí que, en realidad, Mauricio todavía piensa que mola al personal creer que la isla es el ombligo del mundo. Pensé comentar la ocurrencia y rematar la faena con la vieja exclamación isleña de “¡no querías viento, Colón!” que se lanzaba a quienes se quedaban sin habla ante la contundencia de su replicante. Pero no merece la pena ir más allá de indicar que a Mauricio se le paró el reloj en los sesenta, por más que ahora trabaje en euros. Que se deje de conduermas, que tiempo ha tenido.

Cuestión aneja a la anterior era la de si Colón estuvo o no en Gran Canaria en su primer viaje. Era asunto más bien académico, que, después, ya con la autonomía a cuestas, se empapó del pueblerinismo del Hermoso Manuel, entonces alcalde de Santa Cruz, que sometió democráticamente al pleno santacrucero la decisión de que Colón no sólo no estuvo en Las Palmas sino que ni siquiera se le pasó por la cabeza. Pero, a lo que iba: el paso de Colón era la constatación de que los continentes necesitaban de Gran Canaria; y la Hermosa ATI se dispuso a destruir tal falacia en cuanto se hizo con el control de la autonomía; tarea que continúa don Pepito, premio Canarias en el ánimo plenario del Cabildo tinerfeño. Se preguntarán adónde quiero ir a parar. A mí también me sorprendió recordar aquel mito de los sesenta y de que por medio se colara Colón, nunca mejor dicho. Era como una de esas musiquillas que se te meten en la cabeza sin que sepas de dónde viene ni porqué. El culpable resultó ser Mauricio. Había leído su propuesta de hacer de Las Palmas (de Gran Canaria, of course) tremendo foco de atracción, nucleamen o así del mundo globalizado del siglo XXI y el disco duro incorporado debió grabarlo como trasnochado revival del escalextric tricontinental que fuimos; actualizado, claro, pues de simple puente lo pasó a alfa y omega de los tropecientos continentes restantes. Detectado el origen de la relación de ideas, descubrí que, en realidad, Mauricio todavía piensa que mola al personal creer que la isla es el ombligo del mundo. Pensé comentar la ocurrencia y rematar la faena con la vieja exclamación isleña de “¡no querías viento, Colón!” que se lanzaba a quienes se quedaban sin habla ante la contundencia de su replicante. Pero no merece la pena ir más allá de indicar que a Mauricio se le paró el reloj en los sesenta, por más que ahora trabaje en euros. Que se deje de conduermas, que tiempo ha tenido.