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Representatividad democrática y bienestar social: el caso de Noruega

Noruega se independiza de Dinamarca en 1814, y se deshace del dominio de Suecia en 1905. Ese proceso de dependencia de las grandes potencias escandinavas produjo un sentimiento de comunidad que ha tenido un efecto importante en su cultura y en sus políticas públicas hasta la actualidad. Al mismo tiempo en el principio del siglo XX comienza el desarrollo de la producción de energía eléctrica a partir del aprovechamiento de las caídas naturales de agua.

Fruto de ese sentimiento de comunidad, surgido de la independencia de las dos grandes grandes potencias escandinavas, los políticos se plantearon la cuestión: ¿cómo explotar el recurso natural para beneficiar a la comunidad y favorecer la unidad? La respuesta fue un modelo de explotación pública y descentralizada: centrales hidroeléctricas de propiedad pública con una importante participación de los municipios (Skjold, 2011). Un hecho inédito en la experiencia europea, solo hay que mirar qué ocurre en países como Francia, Italia o España, donde la propiedad pública también se impuso pero preferiblemente en forma de monopolio.

El sistema descentralizado refuerza el sentido de propiedad de los noruegos de su país. Se sienten propietarios de sus recursos, al igual que los suizos y tienen una participación directa en su gestión. Se generaliza la costumbre de la participación política desde el asociacionismo civil. Asociacionismo que escala hasta los partidos políticos. Similar a los daneses. Política de abajo hacia arriba. El verdadero sentido de la democracia, el poder reside en el pueblo.

La misma filosofía se repite sesenta años después con el descubrimiento de los yacimientos de petróleo. Los políticos noruegos de los años 70 lo hicieron muy bien, obviaron las ofertas japonesas y de Estados Unidos para la explotación del recurso y prefirieron mantenerlo en manos públicas. Además, también de manera inédita, se decidió que los recursos deberían destinarse a la formación del que hoy día es el mayor fondo soberano del mundo, cercano al billón de euros en octubre 2019 (Wirth, E. 2018) destinado principalmente a pagar las pensiones de sus ciudadanos.

Fruto de ese espíritu de participación, las preferencias de los ciudadanos están reflejadas en la gestión del fondo. Un comité ético vela por que los recursos de su petróleo se inviertan acorde a las preferencias de los noruegos, evitando empresas vinculadas con la industria armamentista, donde no se respetan los derechos humanos, o en empresas cuya actividad genera impactos ambientales graves.

Los noruegos tienen un índice acumulado de Gallagher alto derivado de su ley electoral (Gallagher and Mitchell 2008). Pero no de los más altos, y eso me llamó la atención al observar los primeros resultados de mi investigación. La razón es que la población de la periferia de Noruega está moderadamente sobrerrepresentada en su parlamento. Aproximadamente el 40% de la población noruega vive alrededor del fiordo de Oslo. La densidad de población del país es de 15,5 habitantes por kilómetro cuadrado, solo por encima de la de Islandia. (Eurostat, 2019). La distancia entre Oslo y las poblaciones más al norte del país es equivalente a la distancia entre Oslo y el norte de Italia ¿Cómo mantener un país tan inmenso y con una población tan dispersa si no es con una política integradora y favorecedora de la periferia.

Priorizan el sentido de comunidad favoreciendo a la población de la periferia. La mayor representatividad en su parlamento es sólo un ejemplo. Esto se presenta contrario a la hipótesis de que cuanto mayor es la representatividad electoral, mejor están representadas las preferencias de los ciudadanos en un parlamento y como consecuencia mayor es el bienestar social. Pero en realidad esta sobrerrepresentación es sólo un ejemplo, y realmente está en las preferencias de los noruegos la integración de su territorio y favorecer el bienestar de sus compatriotas que viven allí.

Hay una diferencia sustancial cuando se cruza la frontera y se pasa de Noruega a Suecia. Las políticas centralistas suecas generan una periferia más pobre y abandonada. Viajando de Noruega a Dinamarca me llamó la atención ese efecto en ese momento, ahora consigo explicarlo. Esto ocurre a pesar de que el índice acumulado de Gallagher para Suecia es muy similar al de Noruega. Simplemente las preferencias son diferentes, el sentido patriótico para los noruegos está más desarrollado como consecuencia de su historia de país dominado. En Suecia prevalece el comportamiento centralista característico de una gran potencia.

En España hay una parte de la periferia que también está sobrerrepresentada, es el caso de los catalanes y vascos. Y además de esa sobrerrepresentación como consecuencia de su configuración política esta situación les ha servido para obtener aún más rédito electoral. En las elecciones 2015 el partido Unidad Popular con algo de más de novecientos mil votos obtuvo dos escaños, mientras que el Partido Nacionalista Vasco, con algo más de trescientos mil, obtuviera, seis escaños, o que Esquerra Republicana con, algo más de seiscientos mil, alcanzara los nueve escaños. En España la periferia del noreste es la más rica del país. Y en este caso las políticas favorecedoras del territorio actúan en el sentido contrario y concentran la riqueza aumentando la desigualdad en su distribución por territorios.

Se facilita la unión del territorio y de la población, y se refuerza el sentimiento de comunidad. La historia política está presente y otras políticas públicas también están enfocadas en esa línea. Está en sus preferencias favorecer la economía del periferia como un medio de mantener unido el territorio y la población. Incluso aún con una menor sobrerrepresentación de la periferia las políticas públicas se mantendrían en la misma dirección. Las políticas publicas noruegas están destinadas además de redistribuir la riqueza entre las diferentes clases sociales también a redistribuirla en función de su localización. La periferia con tendencia a ser más pobre no lo es tanto en Noruega por este motivo. Esta política tiene su recompensa, la redistribución de la riqueza da lugar a que la periferia también aporte a la economía del país.

Noruega se independiza de Dinamarca en 1814, y se deshace del dominio de Suecia en 1905. Ese proceso de dependencia de las grandes potencias escandinavas produjo un sentimiento de comunidad que ha tenido un efecto importante en su cultura y en sus políticas públicas hasta la actualidad. Al mismo tiempo en el principio del siglo XX comienza el desarrollo de la producción de energía eléctrica a partir del aprovechamiento de las caídas naturales de agua.

Fruto de ese sentimiento de comunidad, surgido de la independencia de las dos grandes grandes potencias escandinavas, los políticos se plantearon la cuestión: ¿cómo explotar el recurso natural para beneficiar a la comunidad y favorecer la unidad? La respuesta fue un modelo de explotación pública y descentralizada: centrales hidroeléctricas de propiedad pública con una importante participación de los municipios (Skjold, 2011). Un hecho inédito en la experiencia europea, solo hay que mirar qué ocurre en países como Francia, Italia o España, donde la propiedad pública también se impuso pero preferiblemente en forma de monopolio.