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中国 China

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Hace casi 20 años un político me comentó entusiasmado que trabajaba en una estrategia para atraer turismo de sol y playa procedente de China. “Los chinos no toman el sol”, le dije. “Pues a mí me han dicho que…”, continuó. “Los chinos no toman el sol”, le repetí. Contrariado, zanjó la conversación. Creía haber descubierto un filón, o se lo habían hecho creer, desconociendo que en China la piel pálida es sinónimo de estatus social elevado y de belleza. El bronceado no se asocia con unas vacaciones a todo tren en Malibú, sino con el trabajo agrícola, con largas y sudorosas jornadas en el campo bajo un sol de justicia. Estar moreno se sigue considerando mayoritariamente cosa de campesinos y de obreros. Hagan una búsqueda en Aliexpress y verán el sinfín de mascarillas faciales de protección solar, que cubren parcial o totalmente la cara. Quien haya visitado Pekín o Shanghai lo sabe bien. Además de ir por la ciudad con sombrillas, paraguas y sombreros, usan protectores de brazos, mangas de quita y pon. 

Las cremas blanqueadoras faciales y corporales son el producto estrella de la cosmética asiática. Cuatro de cada diez mujeres chinas utilizan productos para blanquear la piel. También en África, por cierto. La reducción de la producción de melanina como facilitadora de un determinado canon de belleza alimenta un mercado multimillonario. ¿Significa esto que los chinos con poder adquisitivo no van a resorts? Ni mucho menos. Yalong Bay, en la isla tropical de Hainan, que alberga a las mejores cadenas hoteleras del mundo, es un buen ejemplo. O Tailandia, que espera recibir este año a ocho millones de turistas chinos. Pero, eso sí, salvo contadas excepciones, no vuelven a casa como lechones fritos, como hacen británicos y alemanes. Se trata de resorts con amplias zonas de sombra, balnearios, bufés adaptados a los gustos culinarios de los visitantes, etc..

A Hainan, que aspira a ser la mayor zona franca del mundo, la separan de Pekín casi los mismos kilómetros que nos distancian a nosotros de Madrid. La isla es una Zona Económica Especial, o lo que es lo mismo, uno de los lugares elegidos en los 80 por el reformista Deng Xiaoping para abrirle la puerta al libre mercado y atraer inversión y tecnología extranjeras. Una especie de oasis capitalistas, con incentivos fiscales, que permitieron crear empleo y reducir las tasas de pobreza. Eso, unido a otras medidas, como la privatización de empresas deficitarias estatales, el abandono de la economía rural planificada con el desmantelamiento del sistema de comunas, el desarrollo de las ciudades o la decidida apuesta por la educación, permitió sentar las bases de lo que China llama “economía socialista de mercado”. Según un estudio del Banco Mundial, el país ha logrado sacar de la extrema pobreza a 800 millones de personas en 40 años. Se dice pronto. 

Hay frases que quedan irremediablemente unidas a un político y que acaban convirtiéndose en el sumario de su carrera profesional. Deng tiene varias. Una de ellas la escribió en los 60 y la repitió ante Felipe González en el 85: 不管黑猫白猫,捉到老鼠就是好猫. “No importa que el gato sea blanco o negro; si caza ratones, es un buen gato”. Pragmatismo para avanzar hacia el llamado “socialismo con características chinas”. Economía socialista de mercado como medio, no como fin, -ha repetido siempre el PCCh-, para construir una sociedad “modestamente acomodada”. 致富光荣: Enriquecerse es glorioso, dijo Deng. Acercarse a la realidad china requiere de bisturí, no de brocha gorda. De análisis y no de clichés exóticos y lugares comunes. No entender por qué el otro hace determinados movimientos, conduce a calcular mal la próxima jugada. 

“Oriente Próximo tiene petróleo. China tiene tierras raras” es otra de las frases pronunciadas por Deng. El país controla las reservas de los 17 elementos raros con los que se fabrican productos de alta tecnología: desde sistemas de defensa y equipos quirúrgicos hasta turbinas eólicas marinas. Ante otra posible guerra comercial con Donald Trump, parecida a la de 2019, los expertos coinciden en que Beijing sacará, como hizo entonces, ese as de la manga. El país de Xi dispone de un tercio de las reservas mundiales de esos minerales: 44 millones de toneladas métricas. El petróleo del que hablaba Deng lo obtienen a buen precio de Rusia, debilitada por las sanciones que afronta como consecuencia de la guerra de Ucrania; Arabia Saudí y países africanos como Angola, a la que China ha llegado a conceder préstamos por valor de 45.000 millones de dólares, utilizando el crudo como aval. Liquidez para construir infraestructuras a cambio de reservas de petróleo o minerales. Hace unos meses el director del Banco de Desarrollo Africano alertaba de estas prácticas en una entrevista concedida a Associated Press. Denunciaba el desequilibrio de poder en esos acuerdos opacos y el circulo vicioso que supone para países como la República Democrática del Congo vincular el pago de deudas con los recursos minerales de los que, al fin y al cabo, dependen sus economías. En el caso del Congo, el cobalto. El metal, con el que se fabrican las baterías de los coches eléctricos, garantiza a China la posición dominante en la producción de esos vehículos. 

A principios de septiembre se celebraba en Beijing el Foro China - África en el que el presidente Xi Jinping comprometió 50.700 millones de euros en tres años para el continente -la mayor parte de ellos, en créditos- y ayudar a crear, como mínimo, un millón de puestos de trabajo. Cerró acuerdos energéticos, industriales, agrícolas... con más de medio centenar de países africanos. Ni que decir tiene que es su mayor inversor y prestamista. Y no ocurre solo en África. Hace unos años Atenas, acuciada por las deudas, vendió su mayor puerto comercial, el del Pireo, al grupo chino Cosco Shipping. 

La del miércoles es la tercera visita de Xi Jinping a Canarias en los últimos ocho años. La primera se produjo en 2016. Dos años antes de que el fondo de capital estatal Jin Jiang comprara en la isla de Gran Canaria dos hoteles de la cadena Radisson Blu. Cuatro años después, entraron en Lanzarote. Que inviertan en hoteles, por supuesto, tiene más sentido que el hecho de que vengan a tomar el sol. Como hicieron sus predecesores en el cargo, el presidente chino visitó la Casa de Colón. Era la asignatura que le quedó pendiente en su primer viaje. Entonces, canceló la visita por el derrumbe de parte de una central eléctrica en Jianxi, que provocó la muerte de más de 70 personas. Como han contado los medios, se interesó por “la cartografía, los documentos de navegación y los instrumentos náuticos” que hicieron posible la llegada de Colón al Nuevo Mundo. Durante la visita, Xi mencionó al mítico almirante Zheng He. Y no lo hizo por casualidad. Algunas teorías le atribuyen el “descubrimiento” de América en 1421, 71 años antes que Colón. Hace 18 años presentaron en China un mapa, supuestamente, de 1418 para avalar esa hipótesis. De camino a América, la flota de Zheng He habría fondeado en Canarias. 

Xi despliega el soft power fuera de sus fronteras, mientras en China habla de “prosperidad común”, de la redistribución de la riqueza, para enfrentarse a la cara B del desarrollo económico: la desigualdad y la percepción de estancamiento social de buena parte de la ciudadanía. Para que el motor económico siga engrasado allí y reduzca el descontento interno, tienen que continuar con su política en África y en América Latina. Dejémonos de exotismos. 

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