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República real

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Los republicanos señalan al rey y los monárquicos miran el dedo. Algunos políticos plantean la abdicación del rey y sus opositores los tildan de antimonárquicos o republicanos, que es casi una redundancia, como llamar a alguien antimadridista y culé, como si fueran dos conceptos disociados y diferenciados.

El que cuestiona el reinado de Juan Carlos I por republicano no plantearía nunca su abdicación porque ésta no acabaría con el sistema monárquico. La esencia de la monarquía es que los reyes, que son los padres, dejen el camino expedito a sus hijos y les regalen el trono, no necesariamente el 6 de enero, día de la epifanía del señor.

El secretario de los socialistas catalanes planteó el otro día la abdicación real y sus correligionarios del resto de España le afearon el envite. Es alucinante que los dirigentes de un partido republicano y supuestamente de izquierda como el PSOE tiren de las orejas a un compañero por decir lo que piensa su partido y consta en su ideario.

Posteriormente los conmilitones cabreados aclaran, como para disimular, que lo que molestó de la propuesta de Pere Navarro fue que la hizo el mismo día que comparecía Rubalcaba en el debate del estado de la nación. Cuestionaban su oportunidad, aunque otros socialistas juancarlistas le reprochaban también el contenido.

Mientras algunos se entretienen con la oportuna o inoportuna abdicación, discutiendo si se trata de galgos o podencos, orillan el verdadero debate de la cuestión: si la gente quiere monarquía o república. Mientras debaten sobre la chorrada de la renuncia, mirando al simple dedo en lugar de a la majestuosa luna, la monarquía prolonga su mandato sin que se hable del meollo de la cuestión: si preferimos la república a la realeza. Cuando se llegue a este punto álgido ya los perros, sean galgos o podencos, nos habrán alcanzado el paso y mordido el culo.

Cuando el único argumento que esgrimen los monárquicos o los juancarlistas para perpetuar al rey en la jefatura del Estado es que éste abortó hace 32 años el golpe militar del 23-F, lo mejor es apagar la luz e irnos con la música a otra parte, aprovechando que los jóvenes parados por los que tanto llora el monarca en la intimidad ya ni estudian ni trabajan. Solo tuitean, hasta que la compañía telefónica les corte el servicio por falta de pago, y hacen las maletas para emigrar a otros mundo, aunque desgraciadamente todos estén en éste.

Los republicanos señalan al rey y los monárquicos miran el dedo. Algunos políticos plantean la abdicación del rey y sus opositores los tildan de antimonárquicos o republicanos, que es casi una redundancia, como llamar a alguien antimadridista y culé, como si fueran dos conceptos disociados y diferenciados.

El que cuestiona el reinado de Juan Carlos I por republicano no plantearía nunca su abdicación porque ésta no acabaría con el sistema monárquico. La esencia de la monarquía es que los reyes, que son los padres, dejen el camino expedito a sus hijos y les regalen el trono, no necesariamente el 6 de enero, día de la epifanía del señor.