Espacio de opinión de Canarias Ahora
Se acabó
Rivero se despidió del Parlamento y del común con una intervención marciana en el debate del Estado de la Cosa, híbrida entre lo estratosférico y lo chiripitiflaútico, inventándose un legado que ni los Kennedy con su Camelot. Describió el hombre su gestión –la más cuestionada de toda la historia de la Autonomía- como trasparente, honesta y eficaz. Pero ninguna de esas tres cosas es cierta.
Rivero no ha desarrollado una gestión transparente. Ni siquiera ha sido capaz de explicar las evidentes diferencias de enfoque entre su primera etapa con el Partido Popular, y esta segunda en la que se nos volvió progresista y de izquierdas. La transparencia es respeto a la ciudadanía, y Rivero ha tratado a los ciudadanos como alumnos de una de esas clases de primaria que dejo de dar hace casi cuarenta años. Rivero no ha sido transparente, todo lo contrario: su gestión estuvo encaminada desde el principio a someter a los medios de comunicación. Cerró más de una treintena de pequeñas emisoras, repartió licencias de Tdt y de radio entre sus amiguetes, y convirtió la televisión pública canaria en un instrumento sectario y entregado al poder, gobernado por un incompetente que utilizó recursos públicos para comprar la voluntad de los medios.
En cuanto a la honestidad… En ocho años de Gobierno, el entorno directo de Rivero se ha visto sacudido por asuntos raros o escabrosos con demasiada frecuencia. Del nuevoriquismo, el despilfarro, las escobillas de retrete de 700 euros y los paseos en helicóptero de los primeros años, a ser pillado in fraganti intentando colar a una pariente suya en una oposición pública. Y aún siguen y seguirán saliendo historias. Presidencia ha tenido que responder ante los tribunales por sus decisiones arbitrarias más que en cualquier otra etapa. Y los escándalos por contrataciones irregulares y/o delictivas de los protegidos de Rivero hacen cola en las fiscalías.
Lo de la eficacia es harina de otro costal: Rivero abandonó el Gobierno a su suerte para hacer campaña por la reelección desde el minuto uno. Presidencia sólo ha estado en la maniquea pelea del petróleo. Los pocos asuntos que han funcionado lo han hecho al margen del presidente y sus indicaciones.
En fin, que “lo mejor de esta etapa es que se acaba”. Lo dijo Román Rodríguez para valorar el fin del ciclo paulino. Y yo lo suscribo.
Rivero se despidió del Parlamento y del común con una intervención marciana en el debate del Estado de la Cosa, híbrida entre lo estratosférico y lo chiripitiflaútico, inventándose un legado que ni los Kennedy con su Camelot. Describió el hombre su gestión –la más cuestionada de toda la historia de la Autonomía- como trasparente, honesta y eficaz. Pero ninguna de esas tres cosas es cierta.
Rivero no ha desarrollado una gestión transparente. Ni siquiera ha sido capaz de explicar las evidentes diferencias de enfoque entre su primera etapa con el Partido Popular, y esta segunda en la que se nos volvió progresista y de izquierdas. La transparencia es respeto a la ciudadanía, y Rivero ha tratado a los ciudadanos como alumnos de una de esas clases de primaria que dejo de dar hace casi cuarenta años. Rivero no ha sido transparente, todo lo contrario: su gestión estuvo encaminada desde el principio a someter a los medios de comunicación. Cerró más de una treintena de pequeñas emisoras, repartió licencias de Tdt y de radio entre sus amiguetes, y convirtió la televisión pública canaria en un instrumento sectario y entregado al poder, gobernado por un incompetente que utilizó recursos públicos para comprar la voluntad de los medios.