Espacio de opinión de Canarias Ahora
La selva
Cada vez que llega el mes de abril, Facebook me recuerda que llevo un año más envejeciendo con esta red social. Este último ya hice los diez años con el mismo perfil y la misma cuenta. Apenas hacía cinco desde que lo había creado el tal Zuckerberg y poco más de un año que Facebook se usaba en español cuando yo me hice miembro. Creo que gente como yo debería recibir algún premio a la paciencia y la tenacidad y sobre todo a la conservación del perfil lo menos castigado posible y de la personalidad indemne a pesar de la locura que se mueve por esos subsuelos. Porque hay que ver en lo que se ha convertido esto…
Básicamente recuerdo que entré a Facebook por curiosidad, a ver de qué iba eso que empezaba a hacer furor en internet y qué nuevas sensaciones podría proporcionarme, y me hice mi cuentita y pude comprobar la simplicidad que era. Solamente tres botones: “me gusta”, “compartir” y “comentar”. No había más. Para probar, cogí una canción de Youtube, la copié en el estado y la compartí, luego hice lo mismo con un enlace de cualquier cosa, más tarde una fotografía y después empecé a hacerme asidua de las frases y a hacer quizes descabellados que la página te proponía. Tú te reías de lo lindo y ellos te robaban los datos. Los Nametests de siempre, vamos.
Y en tantos años podría contar experiencias que he sufrido con todo tipo de fauna que habita en la selva de Facebook, aunque de momento solo les contaré unos pocos ejemplos.
Hace mucho tiempo, cuando jugaba con mis quizes pensando que eran de lo más inocente, porque hacías una pregunta a veces algo pícara y etiquetabas a alguno de tus contactos, un buen día, estando con mi hija tumbada en la cama del hospital en medio de una prueba sanguínea complicada, de pronto recibo una llamada telefónica. Al otro lado del aparato la esposa de uno de mis compañeros de trabajo estaba recriminándome porque yo le había puesto una de esas preguntas trampa a “su” pareja, que todo muy simpático pero él era “su” pareja. Parecía una mocosa que en el patio del colegio me estaba sermoneando porque yo le había quitado un noviete. Total, que por entonces yo sabía de buena fuente -por no decir del manantial mismo- que esa pareja hacía rato que ya no funcionaba, que él era pareja de otra persona. Desde ese día la bruta de la exmujer de mi compañero no me dirige la palabra así nos demos de narices en un alambre de funambulista.
En otra ocasión llegaron a mis manos por esos azares generosos que tiene la vida unos papeles que dejaban bien claro que alguien se había hecho un perfil falso y había montado un complot contra mí para pillarme in fraganti en una presunta infidelidad conyugal. Ese mismo día unos minutos después mi exmarido con su complot y su perfil falso salió de mi vida por canalla y desleal. Nada me da más miedo que la gente que tiene dos caras.
También en unas cuantas oportunidades he tenido que aguantar a señoras de la flor y nata de mi pueblo que, sintiéndose en inferioridad de condiciones no sé por qué razones de las que yo tenga algo que lamentar, les había dado por trolearme y acosarme sin piedad, tuvieran o no tuvieran razón, había a toda costa que menoscabarme. Acabado que se hubo mi paciencia y antes de pasar a insultarlas, preferí bloquearlas y eliminarlas de mis contactos. En la calle nos seguimos sonriendo forzadamente.
Pero como los caminos de Facebook son inescrutables, lo último, a raíz de que Facebook incorporara un chat independiente, el Messenger, es que me he convertido en observadora de los tipos de depredadores sexuales que pululan por la red. Ellos a veces te conocen, a veces simplemente te agregan porque apareces en los contactos de sus contactos. Ni siquiera miran tu perfil para saber quién eres ni cuáles son tus intereses. Nada más llegan, te saludan y se lanzan a conocerte con intención de pillar un ligue para un rato, porque eso lo intuyes a la milla. Es como quien entra en un bar y se sienta y se pone a hablar en plan entrometido con cualquiera que esté en cualquier mesa hablando con su pareja. Y como ya me sé de la pata que cojean, los dejo seguir a ver lo que es capaz de dar de sí la situación.
Los hay de todo tipo. Los que no te saludan a la antigua usanza sino que te mandan una foto de su miembro enhiesto y te dicen “perdona, me equivoqué, la foto no era para ti”, hasta el que te dice que era un antiguo amigo que bailaba contigo en las verbenas, o un viejo compañero de partido que te miraba mucho desde la época en que eras cargo público, pasando incluso por los típicos famosetes pederastas que no tienen remilgos de proponerte hacer un trío contigo y con tu hija pequeña. Cuando tú les dices que no quieres saber nada porque tienes pareja, a la manera de la zorra y las uvas, te dicen que eres una mala persona, una sobrada, que no vales nada, aunque hace un rato te estuvieran llamando cielo y encumbrándote en el Olimpo mismo.
Y es que los años son vida y la vida es experiencia y en esto de Facebook la experiencia es un grado. Ya lo decía mi padre: “Que Dios me conserve la vista” para ver dónde va a parar esto…
Cada vez que llega el mes de abril, Facebook me recuerda que llevo un año más envejeciendo con esta red social. Este último ya hice los diez años con el mismo perfil y la misma cuenta. Apenas hacía cinco desde que lo había creado el tal Zuckerberg y poco más de un año que Facebook se usaba en español cuando yo me hice miembro. Creo que gente como yo debería recibir algún premio a la paciencia y la tenacidad y sobre todo a la conservación del perfil lo menos castigado posible y de la personalidad indemne a pesar de la locura que se mueve por esos subsuelos. Porque hay que ver en lo que se ha convertido esto…
Básicamente recuerdo que entré a Facebook por curiosidad, a ver de qué iba eso que empezaba a hacer furor en internet y qué nuevas sensaciones podría proporcionarme, y me hice mi cuentita y pude comprobar la simplicidad que era. Solamente tres botones: “me gusta”, “compartir” y “comentar”. No había más. Para probar, cogí una canción de Youtube, la copié en el estado y la compartí, luego hice lo mismo con un enlace de cualquier cosa, más tarde una fotografía y después empecé a hacerme asidua de las frases y a hacer quizes descabellados que la página te proponía. Tú te reías de lo lindo y ellos te robaban los datos. Los Nametests de siempre, vamos.