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Shemá Israel

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El asesinato a sangre fría de más de un centenar de gazatíes mientras trataban de acceder a la ayuda humanitaria ha colocado a Israel en una posición insostenible y hace completamente imposible el más mínimo intento de justificar sus operaciones en la Franja de Gaza como respuesta a los brutales atentados de Hamás.  

A lo largo de estos meses hemos sido testigos del avance imparable del siniestro contador que acumula víctima tras víctima, pero ha sido precisamente ese imparable suma y sigue el que ha convertido la tragedia en mera estadística.

Tratando de entender la dimensión de esas cifras, a medida que se iba incrementando la cantidad de víctimas, he ido comparándola con distintos lugares de Canarias. 

Así, cuando iban por cinco mil, pensé que era como si hubieran asesinado a toda la población de Haría, Agaete o Valverde. Al llegar a las diez mil traté de imaginar que no quedara nadie vivo en Teror o en Santiago del Teide. Esta semana, tras superar los treinta mil asesinatos, ya tuve que recurrir a conjeturar lo que supondría no haber dejado con vida a nadie en Puerto de la Cruz, Ingenio o Agüimes.

Debo reconocer mi fracaso. Sigo siendo incapaz de imaginar, por más que recurra a esas comparaciones, lo que significa asesinar a cinco mil, a diez mil o a treinta mil personas.

Quizás por eso me ha impactado tanto el asesinato a sangre fría de más de cien personas. Puedo imaginar cien muertos y quedarme ahí, con esa cifra, porque si intento pensar que treinta mil muertos son trescientos lotes de cien cadáveres, vuelvo a perderme. 

Por eso sigo pensando en ese centenar de gazatíes y trato de imaginar de que manera han podido perder completamente su humanidad quienes apretaron el gatillo y no con un disparo apresurado o fortuito. Asesinar a balazos a ese centenar largo de víctimas requirió una voluntad deliberada de matar.

Soy capaz de imaginar esa voluntad de matar si ese centenar de personas lo constituyera un grupo de fedayines fuertemente armados al que se trata de repeler en defensa propia. Pero no. Eran todo lo contrario, eran un puñado de civiles atemorizados y hambrientos.

He recordado la matanza de My Lai, el mayor asesinato en masa de civiles cometido por el ejército de Estados Unidos en Vietnam.

Fue el piloto de un helicóptero de combate estadounidense,  Hugh Thompson Jr., el que logró detenerla, amenazando a los soldados de su propio ejército de disparar contra ellos sin no dejaban de torturar, violar y matar. Posteriormente, puso el hecho en conocimiento de sus superiores y testificó contra el mando a cargo de la matanza.

No hubo ningún  Hugh Thompson Jr. en la mañana de ese jueves en Gaza y, lo que es aún peor, no hay ninguna autoridad a la que denunciar esa matanza, ya que es el propio gobierno de Israel el que ha puesto en marcha el brutal genocidio al que estamos asistiendo en vivo y en directo gracias, incluso, a los selfies y los vídeos de los soldados israelíes que exhiben sin pudor y con orgullo su crueldad en las redes sociales.

Me aterra la cifra de muertos, aunque solo sea capaz de imaginarla de cien en cien. Pero me aterra, también, la pérdida de humanidad no de un gobierno, sino de un país.

El plan de exterminio de los gazatíes es obra de Netanyahu y la camarilla radical en la que se apoya para mantenerse en el gobierno, pero detrás del gatillo de las ametralladoras y la palanca que libera las bombas están las manos del medio millón de soldados que ha movilizado Israel y la comprensión mayoritaria de la población civil.

La estrella de David comienza a parecerse a la esvástica precisamente porque la población israelí se está comportando de manera demasiado parecida a esa Alemania que, finalizada la guerra, trató de ampararse en que el horror fue cosa de Hitler y su camarilla, que nadie había visto nada. 

Shemá Israel, escucha Israel, las palabras de Jeremías: ¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mis prados!, declara el Señor.

La única manera de desoír la admonición de Yahvé es contestar que no, que los palestinos no son ovejas del rebaño, que no son personas, que carecen completamente de derechos, algo que recuerda demasiado a lo que sostenía el régimen nazi con respecto a los judíos.

El asesinato a sangre fría de más de un centenar de gazatíes mientras trataban de acceder a la ayuda humanitaria ha colocado a Israel en una posición insostenible y hace completamente imposible el más mínimo intento de justificar sus operaciones en la Franja de Gaza como respuesta a los brutales atentados de Hamás.  

A lo largo de estos meses hemos sido testigos del avance imparable del siniestro contador que acumula víctima tras víctima, pero ha sido precisamente ese imparable suma y sigue el que ha convertido la tragedia en mera estadística.