Hace unas semanas tuve el enorme placer y privilegio de reunirme en Tenerife con el profesor francés Julien Meyer, ingeniero acústico y doctor en lingüística cognitiva del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS). Se trata, quizá, del mayor especialista en el estudio de los aproximadamente 42 lenguajes silbados que se han constatado en el planeta, contando con más de medio centenar de publicaciones en revistas de impacto internacional y una importante monografía sobre la cuestión: Whistled Languages: A Worldwide Inquiry on Human Whistled Speech (2015). El profesor Meyer y yo charlamos acerca del empobrecimiento que suponía para Canarias y para el mundo que los silbos tradicionales de El Hierro, Gran Canaria y Tenerife, actualmente en grave peligro de extinción, no tuvieran cabida en esa reducidísima lista. Más aún cuando se trata de tres islas cuyos cabildos prestaron su apoyo incondicional al silbo gomero en 2008 para que fuese reconocido Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO al año siguiente.
Los lectores se preguntarán cuál fue el objeto de esta reunión. Pues bien, es muy simple: me gustaría estudiar científicamente el silbo herreño y en la Universidad de La Laguna no puedo hacerlo. Y, por supuesto, tampoco puede hacerlo ningún estudiante interesado en otro silbo canario que no sea el gomero. Ello se debe a que la única institución pretendidamente científica que existe en la ULL para dirigir un trabajo de estas características se llama Cátedra Cultural de Silbo Gomero y está bien financiada por el Cabildo de La Gomera. Además, el profesor Marcial Morera Pérez, una de las máximas autoridades locales en el silbo, no ha mostrado el menor interés en el estudio científico del silbo herreño, sino que ha escrito reiteradamente en la prensa contra esta denominación. De nada han servido para él los artículos, monografías y grabaciones publicadas en los últimos treinta años por profesores de la talla de Manuel J. Lorenzo Perera (1987), Maximiano Trapero Trapero (1991), María de la Cruz Jiménez Gómez (1993), Antonio Tejera Gaspar y Juan Francisco Navarro Mederos (2007), David Díaz Reyes (2008), Jens Lüdtke (2014) y Julien Meyer (2015), entre otros. Tampoco le ha servido de mucho el más de medio centenar de entrevistas a silbadores herreños que ha publicado la Asociación para la Investigación y Conservación del Silbo Herreño en las redes sociales YouTube y Facebook. Muy al contrario, lamentablemente, el profesor Morera no ceja en su empeño de querer refutar hasta el paroxismo la identidad del silbo herreño, negándole cada cierto tiempo en distintos medios de comunicación su denominación y, con ello, su existencia, contribuyendo así a su marginación como objeto de protección patrimonial y estudio científico. Ante este panorama desalentador, a los veteranos silbadores herreños parece que no les queda otro remedio que pedir perdón por haber mantenido una manifestación cultural que tan solo se conserva, insisto, en otros 42 enclaves del planeta, a los que cabría sumar Tenerife y Gran Canaria.
Por suerte, el aldeanismo académico tiene remedio en el mundo globalizado en que vivimos, ya que fuera de aquí existen decenas de investigadores interesados en todos y cada uno de los lenguajes silbados de Canarias. Veamos un ejemplo de cómo se pueden superar ciertos dogmas excesivamente provincianos desde centros de investigación extranjeros. Me ceñiré a la pretendida universalidad del sistema fonológico del silbo gomero, enésimo argumento al que se vuelve a aferrar estratégicamente el profesor Morera para negar la identidad del silbo herreño en particular y de los silbos tradicionales canarios en general.
En 2006, la lingüista francesa Annie Rialland publicó en la revista Phonology el artículo «Aspectos fonológicos y fonéticos de los lenguajes silbados»: un rigurosísimo estudio acústico y fonológico en el que se comparaba el silbo gomero con otros silbos de Turquía, China, Indochina y Togo. La actual directora emérita de investigación del Laboratorio de Fonética y Fonología del CNRS, que llegó a dirigir la prestigiosa Sociedad de Lingüística de París en 2016 (institución que en su día acogió a filólogos de la talla de Saussure, Benveniste y Martinet), estableció un sistema fonológico para el silbo gomero que difería del propuesto en 1978 por el profesor Ramón Trujillo. Como era de esperar, tal discrepancia generó un debate que se plasmó en la reedición de la monografía del célebre filólogo tinerfeño: El silbo gomero. Nuevo estudio fonológico (2006). La correcta metodología de ambos estudios y la reconocida trayectoria de sus autores conducirían a cualquier filólogo cabal a aceptar ambos resultados como igualmente válidos y a concluir que el silbo gomero no ha tenido un único sistema fonológico a lo largo de su dilatada historia. En efecto, al tratarse de un lenguaje secundario o sustituyente, la estructura fonológica del silbo depende de la mayor o menor destreza con la que el silbador reproduzca el sistema fonológico primario o sustituido, que no es otro que el del español de Canarias (este sí que es único). Así pues, el rudimentario silbo tradicional que describió el profesor Trujillo en 1978, ya insólito en La Gomera, difiere de los perfeccionados silbos recreativos «silfateo» (del maestro don Isidro Ortiz), «silbo con todas las letras» (del maestro don Luis Morales Méndez) y otros tantos que «los virtuosos del silbo» (concepto acuñado por el profesor Trujillo) han ido engendrando desde el primer tercio del s. XX, etapa en que, a través de la prensa, se constata el comienzo del proceso de folklorización del silbo gomero. Negar la variedad de sistemas del silbo gomero supone un planteamiento esencialista y atávico, así como un absoluto menosprecio hacia la creatividad de quienes han sido los mejores silbadores de Canarias. Además, se trata de una postura totalmente hipostática, pues eleva un sistema abstracto por encima de los hechos empíricos para, a continuación, negarlos, cayendo en el razonamiento circular de las generalizaciones indebidas del tipo de «ningún escocés es verdadero»: falacia característica de los movimientos políticos y religiosos fundamentalistas. En consecuencia, la interesante e ingeniosa hipótesis universalista del sistema fonológico del silbo gomero, vertida tímidamente por el profesor Trujillo y elevada interesadamente a la categoría de dogma (e incluso de mantra) por su discípulo Morera no parece tener vigencia ni siquiera dentro del propio silbo gomero actual. Por lo tanto, se hace necesario estudiar los silbos tradicionales de Canarias, que solo perviven con cierto vigor en El Hierro, Gran Canaria y Tenerife (ya que el silbo gomero tradicional apenas ha podido resistir el empuje arrollador de la variedad recreativa, estandarizada y prestigiada a partir de 1997) para refutar estas y otras tantas hipótesis, pues las últimas investigaciones llevadas a cabo en el extranjero han demostrado que sigue abierto el debate en torno a ese aparente sistema universal y a otras muchas cuestiones.
En definitiva, el sistema pretendidamente universal del profesor Morera no es tal ni siquiera para el silbo gomero actual, y mucho menos para los silbos de otras lenguas, como era de esperar: todo filólogo sabe que cualquier teoría extraída a partir del estudio de una sola manifestación lingüística constituye una generalización apresurada, siendo necesariamente hipotética y provisional. En efecto, en el citado artículo de la profesora Rialland se demuestra que el silbo turco posee un sistema fonológico diferente del español silbado en La Gomera. Y a esta misma conclusión llega el profesor Meyer en su monografía (2015: 108-122) y en un artículo publicado en Annual Review of Linguistics (2021), al abordar los sistemas de los silbos turco, griego y bereber o tamazight, los cuales ha estudiado in situ. Por lo tanto, aun reduciendo interesadamente el lenguaje silbado de La Gomera a su representación menos concreta, tangible, superficial y significativa (el sistema fonológico), tendríamos serios problemas para postular su universalidad (e, incluso, su canariedad).
Con todo lo expuesto, creo que ha quedado patente la necesidad de abrir las ventanas de la investigación de los lenguajes silbados de Canarias para procurar el avance en su conocimiento. Esta habitación requiere abundante ventilación para desplazar el aire viejo, viciado y endogámico que intoxica a quienes están dentro y repugna a los que desean entrar. Canarias no puede seguir renunciando a la protección e investigación de estos elementos patrimoniales de primer orden por mezquinos intereses políticos, gremiales y nepotistas. Mucho menos por los aldeanismos académicos que tanto daño han hecho al desarrollo científico de las Islas.