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Silbos gomeros al Himno de España

La artesanal manera de expresar el descontento ha variado a lo largo de los últimos años.

Y así, cabe recordar que antes de que los hijos del noble pueblo americano nos prestaran sus silbidos como muestra de júbilo, aquí, en esta España nuestra, solamente el aplauso se significó como una muestra de incontenible alegría y firme adhesión.

Hoy en día, la alegría toma de la mano el aplauso y el silbido, y el rechazo se viste solamente con el paseo del aire por la boca.

El espectáculo dado en Barcelona en el preámbulo del partido entre los dos representantes futboleros de la ruptura constitucional, vestiditos con sus camisolas de colores, ha provocado diversas reacciones, acordes, eso sí, con la manera que tenemos de interpretar los afanes independentistas de las provincias vascas y catalanas.

Las ganas que tenían de tocar el silbato y silenciar el himno nacional español no era de escasa cuantía y a la primera de cambio el chino del barrio hizo el agosto con la venta de tan singular instrumento, - pito, que lo mismo te manda a tercera división que te hace campeón de copa-.

La certeza que provee el refrán en su expresa mención a que “las carretas cuanto más vacías más suenan” me viene como una prórroga al perdedor. Hay que ver la que liamos los españolitos con el respeto a los símbolos del Estado.

La moda de silbar, chiflar, tocar el pito ante cualquier expresión de españolidad se ha venido arriba, como tal dijera la vicepresidenta Soraya (Poyeya en canto trivial) atendiendo a las encuestas en Andalucía refiriendose a Juanma, su candidato. Y tan arriba se vino que el batacazo ha sido de número. ¡El respetito es muy bonito!.

Personalmente, me parece que los pitidos acallando el himno nacional español es una bofetada a la más elemental regla de cortesía y buenas maneras. Algunos hay que se cuestionan la permanencia del Rey mientras duró la chifladura; hombre, bueno fuera, que ya que suena el himno nacional se largara con aires de enfado. Se quedó en su sitio y para que más.

¿Por qué no se jugó la final de la Copa del Rey en Valladolid?.Escalofríos me da sólo pensarlo.

De verdad, ¿tan mal huele España?.¿Tanto repugna su nombre?. Que quiere que le diga, España es la diana de la sana envidia, ¡que no darían tantos por ser y sentir como españoles!

Si la competición se llama Copa del Rey no me parece de recibo que la jueguen equipos que participan de la deriva rupturista con el Estado y aprovechen un evento deportivo para interpretar el “la,la,la” de Eurovisión.

A estas alturas de la película me sorprende la furibunda pitada propinada por la mayoría de los aficionados que se dieron cita en el Nou Camp al himno de los españoles. Qué tendrá que ver el culo con las témporas, las cuestiones políticas con un partido de fútbol.

De manera singular me ha llamado la atención, como probablemente a muchos otros, la cara equipada con una sonrisa sardónica del que viene en llamarse Artur Más. Ha mostrado su satisfacción con la pitada e incluso se permite, con el connivente asentimiento del presidente vasco, comentar lo mal que estaría una condena de tal conducta por parte del gobierno central. Han perdido la oportunidad de quedarse quietos y alisar su caras.

Para evitar este tipo de espectáculos propongo que la próxima final, de copas o de platos, se juegue en La Gomera, cuna del silbo universal, maravilloso modo de entenderse salvando barranqueras y profundos precipicios.

Aprendan pues de los canarios gomeros a soltar el aire con fuerza por la boca pero articulando los labios y los dedos. De esta manera se puede hablar pero sin ofender, y sirve el silbo en positivo, para dialogar que, mire usted don Artur, no ofende quien quiere sino quien puede.

Quienes se comportan de esta manera no merecen más que volver a la escuela a que les enseñen el silbo gomero.

La artesanal manera de expresar el descontento ha variado a lo largo de los últimos años.

Y así, cabe recordar que antes de que los hijos del noble pueblo americano nos prestaran sus silbidos como muestra de júbilo, aquí, en esta España nuestra, solamente el aplauso se significó como una muestra de incontenible alegría y firme adhesión.