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¿Somos lo que tenemos?

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Para acabar el año qué mejor que hacerse preguntas que nos obligan a reflexionar, y más ahora que se acercan fechas complicadas de gestionar, ya sea por exceso como por defecto. Por un lado, hace acto de presencia una irrefrenable exuberancia bondadosa de paz y amor a la que estaremos sometidos, siendo cierto que el contacto y las experiencias con seres queridos se muestra como algo positivo, dado que puede estimular la liberación de endorfinas, que no es otra cosa que una sustancia producida por nuestro cerebro que genera un efecto de placer y bienestar, de ahí que la conexión emocional y el apoyo social son factores importantes en este proceso. Pero, por otro lado, hay que tener en consideración una óptica más materialista al pivotar gran parte de las celebraciones en torno a un papel de regalo. 

No hace falta ser mus perspicaz para percibir que el consumo ha alcanzado proporciones importantes, siendo una de las piedras angulares sobre las que se mueve el sistema económico definiendo, incluso, la forma en la que vivimos, nos relacionamos y percibimos el entorno que nos rodea, no limitándose única y exclusivamente a la adquisición de bienes materiales de supervivencia, sino que se extiende a todos los aspectos nuestras vidas, incluyendo la información, la tecnología y las propias interacciones sociales. Llegados a este punto, la expresión “somos lo que tenemos” toma mayor protagonismo donde la marca (o el “branding”, como se dice con cierto tono esnobista) nos representa, identificándola, incluso, con el estatus social.

Hemos convertido el acto de consumir en algo más que un acto aislado de adquirir productos o servicios; es un sistema intrincado que afecta directamente nuestra identidad y sentido de pertenencia. La publicidad, omnipresente en la era digital, ha evolucionado para convertirse en una fuerza persuasiva que moldea nuestras aspiraciones y deseos. Las marcas no solo venden productos, sino también estilos de vida y narrativas que influyen en cómo nos percibimos, como si de un espejo se tratara. Pero, ojo, este modo de actuación puede originar una pérdida de autenticidad personal a medida que nos adherimos a imágenes prefabricadas, otorgando homogeneidad a la tribu perdiendo diversidad. Este hecho, conjuntamente con el impacto psicológico de un consumo desenfrenado termina por reflejar ansiedad ante la insatisfacción porque la sociedad de consumo promueve la noción de que la felicidad está intrínsecamente ligada a la adquisición constante de novedades y, sin embargo, este ciclo interminable de obtener y desechar rara vez conduce a una satisfacción duradera, de ahí que la presión constante para mantenerse al día con las tendencias puede generar un estrés abrumador, pudiendo ocasionar un incremento de la brecha de la desigualdad ante las disparidades en el acceso al consumo creando, no solo divisiones, sino una perpetuación de ciclos intergeneracionales de pobreza.

No se pretende ser agorero de desgracias, sino el de trasladar los pies al suelo asumiendo que se puede alcanzar la felicidad sin necesidad de tener, solo de sentir. Ese sería, tal vez, el deseo que se pudiera transmitir en estas fiestas, tanto para aquella parte que las disfruta con un profundo sentimiento religioso como para aquella otra que lo que percibe es un periodo vacacional. Para todos y todas, solo queda por desearles felices fiestas y que 2024 sea un año lleno de emociones, todas ellas positivas y deseadas.

Para acabar el año qué mejor que hacerse preguntas que nos obligan a reflexionar, y más ahora que se acercan fechas complicadas de gestionar, ya sea por exceso como por defecto. Por un lado, hace acto de presencia una irrefrenable exuberancia bondadosa de paz y amor a la que estaremos sometidos, siendo cierto que el contacto y las experiencias con seres queridos se muestra como algo positivo, dado que puede estimular la liberación de endorfinas, que no es otra cosa que una sustancia producida por nuestro cerebro que genera un efecto de placer y bienestar, de ahí que la conexión emocional y el apoyo social son factores importantes en este proceso. Pero, por otro lado, hay que tener en consideración una óptica más materialista al pivotar gran parte de las celebraciones en torno a un papel de regalo. 

No hace falta ser mus perspicaz para percibir que el consumo ha alcanzado proporciones importantes, siendo una de las piedras angulares sobre las que se mueve el sistema económico definiendo, incluso, la forma en la que vivimos, nos relacionamos y percibimos el entorno que nos rodea, no limitándose única y exclusivamente a la adquisición de bienes materiales de supervivencia, sino que se extiende a todos los aspectos nuestras vidas, incluyendo la información, la tecnología y las propias interacciones sociales. Llegados a este punto, la expresión “somos lo que tenemos” toma mayor protagonismo donde la marca (o el “branding”, como se dice con cierto tono esnobista) nos representa, identificándola, incluso, con el estatus social.