Espacio de opinión de Canarias Ahora
Sospecha fundada
El tiempo ha pasado, las teorías económicas y las seguridades científicas han sufrido alguna que otra convulsión (del temor al congelamiento planetario hemos pasado, por ejemplo, a la preocupación dogmática por el calentamiento global), pero nadie ha revisado aquellas convicciones que relacionaban el horario oficial con el consumo energético. Ahora, o sea antes de que acabe el año, la Unión Europea deberá decidir si continúa imponiendo a los ciudadanos esta molesta tradición o si deja en paz los relojes de los contribuyentes comunitarios. Lo lógico sería que la UE optase por acabar con esta vaina semestral sobre la que ya la prensa y ciertos científicos los científicos expresan serias dudas. Señalan algo que cualquier persona con dotes de observación y sentido común habrá intuido desde hace la tira: cuando cambia el horario oficial, la energía que se ahorra por la mañana se gasta por la noche. O vicealainversa, que decía Cantinflas.
Posiblemente la cantidad minúscula que pueda ahorrase con el sistema ?a la que se agarraran sus defensores- no merezca la pena en relación con los trastornos de salud (o de cotidiano bienestar) que los cambios horarios obligatorios generan en muchas personas, especialmente en ancianos y bebés. La luz, la natural, la de los usos horarios auténticos influye considerablemente en el metabolismo de los humanos al parecer y no se entiende muy bien que las autoridades no tengan eso en cuenta. Los cambios de hora son, además, un coñazo insufrible. Hemos de poner a punto todos los relojes no sólo los de muñecas, sino los de los automóviles y todo tipo de aparatos y electrodomésticos con programación. Parece como si la directiva tratase de mantenernos, al menos un par de días al año, ocupados y entretenidos en absurdas naderías.
Cuando uno viaja a países donde el sol sale a su hora- en Centroamérica por ejemplo- primero se sorprende por su temprana a insólita aparición, que marca ya toda la actividad diaria de pueblos y ciudades. Luego, uno se acostumbra y, simplemente, se encuentra mejor. Más acorde, en fin, con la naturaleza.
José H. Chela
El tiempo ha pasado, las teorías económicas y las seguridades científicas han sufrido alguna que otra convulsión (del temor al congelamiento planetario hemos pasado, por ejemplo, a la preocupación dogmática por el calentamiento global), pero nadie ha revisado aquellas convicciones que relacionaban el horario oficial con el consumo energético. Ahora, o sea antes de que acabe el año, la Unión Europea deberá decidir si continúa imponiendo a los ciudadanos esta molesta tradición o si deja en paz los relojes de los contribuyentes comunitarios. Lo lógico sería que la UE optase por acabar con esta vaina semestral sobre la que ya la prensa y ciertos científicos los científicos expresan serias dudas. Señalan algo que cualquier persona con dotes de observación y sentido común habrá intuido desde hace la tira: cuando cambia el horario oficial, la energía que se ahorra por la mañana se gasta por la noche. O vicealainversa, que decía Cantinflas.
Posiblemente la cantidad minúscula que pueda ahorrase con el sistema ?a la que se agarraran sus defensores- no merezca la pena en relación con los trastornos de salud (o de cotidiano bienestar) que los cambios horarios obligatorios generan en muchas personas, especialmente en ancianos y bebés. La luz, la natural, la de los usos horarios auténticos influye considerablemente en el metabolismo de los humanos al parecer y no se entiende muy bien que las autoridades no tengan eso en cuenta. Los cambios de hora son, además, un coñazo insufrible. Hemos de poner a punto todos los relojes no sólo los de muñecas, sino los de los automóviles y todo tipo de aparatos y electrodomésticos con programación. Parece como si la directiva tratase de mantenernos, al menos un par de días al año, ocupados y entretenidos en absurdas naderías.