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Tres funerales para Alexis Ravelo

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En una esquina del tanatorio de San Miguel lloran cabreados Eladio Monroy y el Garepa. No oigo su conversación pero los veo haciendo aspavientos, gritando con los brazos y los ojos encharcados. Imagino escuchar lo que dicen tal y como la habría escrito su padre, emputados ambos como si creyeran que esta broma ya ha ido demasiado lejos. Amputados como quedan tras cortarse de un plumazo la soga de tinta que los sostenía. 

Pero es real. El cabrón nos ha dejado, ahora sí, huérfanos para siempre de sus historias. 

Tres funerales se me antojan pocos para Alexis Ravelo, un tipo duro que sí leía poesía, que no murió despacio y, si no hubiera mañana, sólo los muertos llorarían con nosotros… ahora que su marcha nos aboca al peor de los tiempos. Se vienen noches de piedra hasta la última tumba. En ella descansa ya el amigo, ya mito, que tantas buenas horas nos hizo pasar. A todos, pero especialmente a quienes compartimos con él la penúltima en el Cuasquías y la primera en tantos otros bares, la conversación y el pan… Recuerdo visitarlos a él y a Thalía en plena pandemia para fotografiarlos y confesarme haber caído en la trampa de matar horas vivas aprendiendo a hacer pan casero… y mostrar el orgullo de un obrador ante su magna obra al dármelo a probar. 

Tengo el grito amarrado a la garganta con un nudo tan fuerte que me impide dejarlo ir. Lo mismito que a Alexis. No voy a dejarlo ir aunque ya haya terminado el horario de visitas. 

Si pudieras ver todo el amor que dejas en esta dimensión estoy seguro que no te habrías ido amigo. Pero igual es que fue esa la razón de tu existencia y de tu partida: Tener un corazón que no te cabía en el pecho… Hasta un forense que no lee poesía firmaría tu autopsia con esa frase. 

El único consuelo que me queda es pensar que ahora estarás con el bueno de Krahe y todos los muertos de tus novelas acodado en una mesa con forma de nube, intentando adivinar qué carajo andarán hablando Eladio y el Garepa en esa esquina, mientras el primero se esconde una pistola por detrás de la camisa. 

Yo seguiré pensando, como ellos, que esta broma ya está durando mucho. 

En una esquina del tanatorio de San Miguel lloran cabreados Eladio Monroy y el Garepa. No oigo su conversación pero los veo haciendo aspavientos, gritando con los brazos y los ojos encharcados. Imagino escuchar lo que dicen tal y como la habría escrito su padre, emputados ambos como si creyeran que esta broma ya ha ido demasiado lejos. Amputados como quedan tras cortarse de un plumazo la soga de tinta que los sostenía. 

Pero es real. El cabrón nos ha dejado, ahora sí, huérfanos para siempre de sus historias.