Espacio de opinión de Canarias Ahora
La Unidad Popular contra la Casta
¿Qué es La Casta? Muy sencillo: la Casta (interesante lapsus: estuve a punto de escribir La Caspa) es el Complejo Económico-Político-Mediático-Financiero que nos desgobierna desde hace más de 30 años. Lo forman las empresas del IBEX 35, los grandes partidos políticos, los medios de comunicación de masas, las constructoras y la Banca. Se trata de un poder cuasi-omnímodo circundado por un vasto entramado de redes clientelares. Hablamos de ese pegajoso tejido parasitario formado por toda suerte de bravucones con la cara más dura que un ladrillo de los de la burbuja y el corazón del color de un fajo de billetes de 500 euros (sí, uno de ésos que vuelan de sobre en sobre rumbo a Suiza.
Ya nos explicó Jean Ziegler que la banca helvética lava más blanco el dinero negro que ningún otro Estado-detergente dentro de ese gran casino-lavandería en que han convertido la economía mundial). En definitiva, con el significante ‘Casta’ intentamos designar al infumable tinglado de mangantes y sin-vergüenzas-con-marhuendas, que nos repite día sí y día también que “no se puede”. Como eco disonante de este discurso se ha podido escuchar en todas las plazas de España desde hace casi un lustro el siguiente pareado: “La rosa y la gaviota / nos toman por idiotas”.
Los integrantes de La Casta intentan colonizar nuestras conciencias con el viejo mantra thatcheriano: “no hay alternativa”. Pretenden hacernos creer que la Economía pertenece al campo de las Ciencias Naturales; es decir, que la voluntad humana no tiene margen de acción ninguno para alterar los inescrutables designios del Dios Mercado. De ahí surge la proliferación de metáforas meteorológicas que satura el vocabulario neoliberal desde que se inició la crisis. Llevamos ya muchos años (demasiados) escuchando a los tecnócratas que rigen los destinos de Europa perorar sobre “tormentas” financieras, “nubarrones” en la bolsa, “brotes verdes” en las oficinas de desempleo y sandeces por el estilo. Y todo ese nauseabundo discurso va dirigido inexorablemente hacia el mismo final infeliz: la única política económica posible es la Austeridad, los desgraciadamente célebres “recortes”. La realidad, sin embargo, es muy otra: sí hay alternativa. Podríamos resumirla repitiendo nuestro querido artículo 128 de la Constitución Española: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.” No estaría de más citar también el conmovedor adagio que vitorean desde la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca): “Sí se puede, pero no quieren”.
¿Quién está frente a la Casta? Nosotros, el pueblo. La gente. Surge la pregunta ¿quiénes somos? Podríamos auto-definirnos como una multitud de singularidades ultrajadas; somos el parado de larga duración que tiene que pedir dinero prestado a sus vecinos porque no llega a fin de mes; somos la joven con dos carreras y cuatro idiomas que tiene que emigrar fuera de España -en contra de su voluntad- para mendigar un puesto de trabajo a media jornada, muy por debajo de su cualificación; somos el jubilado que tiene que dar de comer a sus hijos y nietos con su escuálida pensión; somos la mujer a la que le quieren cercenar sus derechos reproductivos; somos el hombre que titubea de pie en el quicio de la ventana mientras tocan a la puerta cinco agentes destinados a desahuciarle (agentes, dicho sea de paso, que con toda seguridad preferirían estar poniéndole las esposas a los mafiosos que provocaron la crisis-estafa); somos el niño que hace la única comida del día en el comedor escolar; somos la mujer de la limpieza que llora silenciosamente por no poderle pagar la matrícula universitaria a sus hijos; en definitiva, somos “los de abajo”.
La Casta nos quiere divididos ideológicamente (tú eras de derechas, yo de izquierdas, el otro ni siquiera se definía). La Casta nos quiere sumisos, cierto, pero también nos quiere rebeldes, siempre y cuando dicha rebelión se ciña a la manifestación gritona e incluso a la huelga (siempre y cuando ésta consista en un pataleo estéril de un día). La Casta nos quiere en casa, en el estadio, en la oficina o en el bar. ¿Saben, queridos conciudadanos, cuál es el único sitio donde La Casta no nos quiere ver bajo ningún concepto? En las Instituciones. Gobernando para los de abajo. Y por eso nos tienen miedo. Porque saben que podemos arrebatarles el poder político y, desde ahí, transformar la sociedad tutelados por las palabras del viejo Sócrates: “¿Qué arte nos libra de la pobreza? ¿No es acaso la economía?”.
Desde PODEMOS apelamos a la unidad popular, al empoderamiento de la gente para sacar cuanto antes de las Instituciones a esta manada de golfos y corruptos que viene embridando las ansias de emancipación del pueblo español desde hace ya demasiadas décadas. El proyecto consiste en buscar las demandas que compartimos (que son muchas) en una situación de emergencia nacional donde es muchísimo más lo que nos une que lo que nos separa. Ya lo decía una pancarta del 15M: “Bajemos las banderas para vernos las caras”. Si somos capaces de unirnos, nada ni nadie podrá pararnos. Porque juntos podemos, claro que PODEMOS.
¿Qué es La Casta? Muy sencillo: la Casta (interesante lapsus: estuve a punto de escribir La Caspa) es el Complejo Económico-Político-Mediático-Financiero que nos desgobierna desde hace más de 30 años. Lo forman las empresas del IBEX 35, los grandes partidos políticos, los medios de comunicación de masas, las constructoras y la Banca. Se trata de un poder cuasi-omnímodo circundado por un vasto entramado de redes clientelares. Hablamos de ese pegajoso tejido parasitario formado por toda suerte de bravucones con la cara más dura que un ladrillo de los de la burbuja y el corazón del color de un fajo de billetes de 500 euros (sí, uno de ésos que vuelan de sobre en sobre rumbo a Suiza.
Ya nos explicó Jean Ziegler que la banca helvética lava más blanco el dinero negro que ningún otro Estado-detergente dentro de ese gran casino-lavandería en que han convertido la economía mundial). En definitiva, con el significante ‘Casta’ intentamos designar al infumable tinglado de mangantes y sin-vergüenzas-con-marhuendas, que nos repite día sí y día también que “no se puede”. Como eco disonante de este discurso se ha podido escuchar en todas las plazas de España desde hace casi un lustro el siguiente pareado: “La rosa y la gaviota / nos toman por idiotas”.