Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Vale la pena?
Aunque le quite romanticismo al asunto, soy de las personas que creen que gran parte de las acciones que decidimos y hacemos están condicionadas por la economía. Si no creemos eso, analicemos por qué nos levantamos cada mañana, por qué se decide ir a un lugar y no a otro o por qué se adquieren determinados bienes y servicios en lugar de utilizar los recursos para otra cuestión. Sea como fuere, la pobreza es resultado de cómo se entiende la economía, de su estructura y de su funcionamiento y, al ser indeseable, nos debe preocupar y, sobre todo, ocupar, dirigiendo el trabajo hacia la equiparación de oportunidades. Esta tarea implica un enfoque multifacético que abarca desde la implementación de políticas fiscales y sociales inclusivas hasta la promoción de un mercado laboral justo y equitativo junto, claro está, a un proceso de toma de decisiones que garantice la competitividad del tejido productivo debido que, todo desequilibrio es perjudicial, se decante del lado del que se decante.
Resulta que los datos de pobreza publicados por Eurostat revelan que el crecimiento económico no está traduciéndose en una mejora significativa en la calidad de vida de gran parte de la población. Es cierto que se han incorporado más personas al mercado laboral, pero en ausencia de suficiente inversión y producción, no genera mejores salarios y ganancias. Es decir, a pesar de los impresionantes avances en términos de empleo, una parte significativa de la población sigue atrapada en una situación de riesgo de pobreza o exclusión social. Y aquí la estadística es tozuda, puesto que nos dice que en España un 26,5% de la sociedad se encuentra en una situación de riesgo de pobreza o exclusión social, representando la mayor tasa de toda la zona euro. Y si analizamos a Canarias, la cosa empeora, porque alcanzamos una tasa del 33,8% y, tal situación, se nota cada día más. Incluso, el empleo ya no te libra del riesgo en sí. Pero si el análisis lo hacemos, ya no sobre la población total, sino solo sobre la desempleada, la tesitura se torna más oscura debido a que la tasa de riesgo de pobreza se incrementa en un 293,75% respecto a las personas que sí tienen un empleo.
Vista la evolución y el resultado, el panorama se puede catalogar de contradictorio donde aparecen, además, aspectos que originan mayores dificultades a través de ese impuesto invisible que entra en nuestros bolsillos y, de un día para otro, hace perder valor a nuestro dinero. Estamos hablando de la inflación, que ha exacerbado estas dificultades, debido a que la escalada de precios ha erosionado el poder adquisitivo de las familias. Por esta, y otras razones, pensemos en cantidad, pero también en calidad, de forma que no solo nos centremos en impulsar el necesario crecimiento económico, sino que también debemos asegurar que dicho crecimiento sea inclusivo y beneficie a toda la sociedad convirtiéndose en desarrollo. Por esa razón, la lucha contra la pobreza y la exclusión social requiere un enfoque multidimensional, que abarque desde la mejora de la calidad del empleo hasta la mitigación de los efectos de la inflación y el fortalecimiento de la red de seguridad y apostando así por un contrato social cohesionado y sin fisuras porque, como dije al principio, soy de las personas que creen que gran parte de las acciones que decidimos y hacemos están condicionadas por la economía. Si no, analicemos por qué nos levantamos cada mañana, por qué se decide ir a un lugar y no a otro o por qué se adquieren determinados bienes y servicios en lugar de utilizar los recursos para otra cuestión. Pero analicen, sobre todo, si vale la pena hacerlo.
Aunque le quite romanticismo al asunto, soy de las personas que creen que gran parte de las acciones que decidimos y hacemos están condicionadas por la economía. Si no creemos eso, analicemos por qué nos levantamos cada mañana, por qué se decide ir a un lugar y no a otro o por qué se adquieren determinados bienes y servicios en lugar de utilizar los recursos para otra cuestión. Sea como fuere, la pobreza es resultado de cómo se entiende la economía, de su estructura y de su funcionamiento y, al ser indeseable, nos debe preocupar y, sobre todo, ocupar, dirigiendo el trabajo hacia la equiparación de oportunidades. Esta tarea implica un enfoque multifacético que abarca desde la implementación de políticas fiscales y sociales inclusivas hasta la promoción de un mercado laboral justo y equitativo junto, claro está, a un proceso de toma de decisiones que garantice la competitividad del tejido productivo debido que, todo desequilibrio es perjudicial, se decante del lado del que se decante.
Resulta que los datos de pobreza publicados por Eurostat revelan que el crecimiento económico no está traduciéndose en una mejora significativa en la calidad de vida de gran parte de la población. Es cierto que se han incorporado más personas al mercado laboral, pero en ausencia de suficiente inversión y producción, no genera mejores salarios y ganancias. Es decir, a pesar de los impresionantes avances en términos de empleo, una parte significativa de la población sigue atrapada en una situación de riesgo de pobreza o exclusión social. Y aquí la estadística es tozuda, puesto que nos dice que en España un 26,5% de la sociedad se encuentra en una situación de riesgo de pobreza o exclusión social, representando la mayor tasa de toda la zona euro. Y si analizamos a Canarias, la cosa empeora, porque alcanzamos una tasa del 33,8% y, tal situación, se nota cada día más. Incluso, el empleo ya no te libra del riesgo en sí. Pero si el análisis lo hacemos, ya no sobre la población total, sino solo sobre la desempleada, la tesitura se torna más oscura debido a que la tasa de riesgo de pobreza se incrementa en un 293,75% respecto a las personas que sí tienen un empleo.