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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Venezuela, Ucrania y los secretos de las “revoluciones de colores”

La expresión “revoluciones de colores” fue acuñada para definir las revueltas ocurridas en diversos países de la antigua Unión Soviética en la primera década del 2000 y han vuelto a ponerse de moda con los graves sucesos que están ocurriendo en Ucrania y Venezuela en estos días.

La “Revolución de la Rosa”, en Georgia, en 2003 que derrocó a Eduard Shevardnadze, la “Revolución Naranja” en 2004 que acabó con el gobierno electo de Viktor Yanukovych o las protestas en Georgia, Serbia o Bielorrusia en años posteriores, tienen un denominador común: su generación espontanea.

Sin la existencia de un malestar social previo ni de indicadores claros que lo mostraran, de la noche a la mañana, miles de personas salen a las calles con una espectacular organización y bajo consignas genéricas que pueden ser firmadas por cualquiera de nosotros, exigiendo cambios en las políticas gubernamentales mientras son amplificados por los medios de comunicación afines. Y la pregunta es ¿Por qué? ¿Por qué de un día para otro esas revueltas sociales en Ucrania y en Venezuela?

Todas esas protestas con apariencia de espontaneidad, en realidad son la nueva forma de llevar a cabo golpes de estado, ideada para evitar la mala publicidad que genera una invasión militar violenta, y basada en la teoría del “golpe suave” del politólogo estadounidense Gene Sharp. No son protestas sociales legítimas, se trata de grupos organizados que generan violencia callejera de manera artificial.

Sus métodos se basan en la utilización de la presión social mediante la organización de acciones de protesta civil y la amplificación de los intentos gubernamentales de parar las protestas, como excusa para forzar una intervención militar de fuerzas de coalición internacionales en el país, utilizando para ello los altavoces mediáticos unidos a la causa.

Generalmente estos grupos están muy organizados, bien financiados y en algunos casos, fuertemente armados. Se mimetizan con el resto de la población que desarrolla sus legítimas protestas ciudadanas, con lo que se hace más difícil controlarlos y desde ahí, provocan disturbios, saqueos y hasta asesinatos para poner en jaque al gobierno de turno. Todo esto está encaminado a la intervención física, social, económica y política para controlar tanto los recursos económicos como geoestratégicos del país en cuestión.

La puesta en marcha del “golpe suave”, teorizado por Sharp y llevado a la práctica por EEUU, es tan sutil que en ocasiones no se nota su ejecución hasta que llega a los estadios finales, como ocurre en Ucrania y en Venezuela estos días. En Ucrania, ya han conseguido tumbar otro gobierno de Viktor Yanukovych, han convocado elecciones y han suspendido a los jueces del Tribunal Constitucional e ilegalizando partidos políticos. En Venezuela lo siguen intentando aunque el Gobierno cuenta con un claro respaldo social.

La expresión “revoluciones de colores” fue acuñada para definir las revueltas ocurridas en diversos países de la antigua Unión Soviética en la primera década del 2000 y han vuelto a ponerse de moda con los graves sucesos que están ocurriendo en Ucrania y Venezuela en estos días.

La “Revolución de la Rosa”, en Georgia, en 2003 que derrocó a Eduard Shevardnadze, la “Revolución Naranja” en 2004 que acabó con el gobierno electo de Viktor Yanukovych o las protestas en Georgia, Serbia o Bielorrusia en años posteriores, tienen un denominador común: su generación espontanea.