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Vergonzante bochorno

Hemos asistido esta semana, como meros y atónitos convidados de piedra, y en los últimos meses desde el comienzo de esta epidemia generalizada –y desde la coalición del presente gobierno–, a uno más de los más vergonzantes y bochornosos espectáculos parlamentarios que hemos tenido que sufrir, por los supuestos representantes de las mayorías de ciudadanos, que con sus castos votos han hecho que estén en el Parlamento español y relegan de su obligaciones para con la sociedad.

Todo un esperpento, en un gravísimo trance de mortandad y enfermedades, sanitarias, económicas y sociales, como la que estamos atravesando en esta espantosa tormenta epidémica, que incluye, sin excepción alguna, a todos los componentes de la sociedad civil.

Nada, ni un ápice de decencia y responsabilidad política, ni de ética ni moral, ni de afligida conmiseración tienen los representados parlamentarios ni los senadores, con la gran parte de la sociedad que van a quedar a la deriva en las miserias de una pobreza severa, por la pérdida de miles de empleos. Y quedarán bajo el umbral de las obligadas bondades gubernamentales. Y de un futuro nada halagüeño.

Nada, nada, les hace recapacitar en sus compromisos para apoyar todos los proyectos, hacerlos viables y en propósitos comunes que solventen este grave problema social. Solo están por la gresca parlamentaria de agravar al contrario en las ideas.

Los partidos de derechas como el PP siguen con su retahíla, que por “herencia” tienen ellos que gobernar este país; los hiper-ultras de derechas de Vox, con su olor a naftalina y radical ideología de antaño, se niegan a colaborar inmisericordes con la sociedad a la que dicen defender. Los “nacionalegoístas” no se afligen con los muertos, ni enfermos, todo lo quieren en compra-venta filibustera para dar el SÍ a las propuestas gubernamentales. Igual ocurre con los de presuntos izquierdistas radicales en sus “nacionalinsolidarios”, y solo responden en cuanto a sus fronteras ombliguistas para negociar a cambio de sus trasnochadas políticas aldeanistas.

En un Estado de alarma sanitaria como el que estamos insólitamente viviendo, deben cambiar por pura responsabilidad y decencia política y humana. Todos los partidos continúan, como si nada pasara, a la caza y derribo del Gobierno de coalición, al que llaman “Ilegítimo”, en una democracia. Todos ellos están computando (ante los muertos presentes, enfermos y miserias sociales), qué exabrupto más grosero pueden lanzar contra el Gobierno actual. Hay que derribarlo al precio que sea. Y allá pena con la pandemia.

Irresponsabilidad e indecencia ante los ciudadanos que les pagan para solucionar problemas, no para crearlos y olvidarse de ellos, de forma flagrante cuando obtienen sus escaños. Las estrategias belicistas de los partidos ha sido en una crispación virulenta, de desgaste y arrinconamiento, y que caiga el presidente del Gobierno y sus coaligados. Ha nacido otro “sindicato del crimen” para derribar al Gobierno “venezolano-cubano-comunista”, como en indecentes estrategias anteriores en tiempos del primer gobierno socialista.

Ninguno de los partidos del arco parlamentario presenta proyectos alternativos que se puedan asumir o, corregir el presentado por los responsables del Gobierno, para debatirlos, consensuarlos o sumar nuevas propuestas factibles, en estos momentos de máximas urgencias sociales en todos los estamentos del compendio de la gran familia, con pareceres e ideologías distintas que formamos este país democrático. Pero que ante este infortunio que estamos padeciendo, hay que ponerlos una drástica solución. Para eso han sido elegidos, para solventar los intereses vitales de la gran mayoría.

Debe haber en el Parlamento una confrontación de ideas y no una grosera disputa de ellas, pensando –que no estamos en campaña electoral– en el bien de todos, y no en la convulsión hacia el contrario político. Y a nadie importa los pasados familiares ni los rencores contra otras personas ajenas al hemiciclo.

Hagan una política responsable, honesta, para mejorar la vida de todos los que en esta nación vivimos y pagamos nuestros impuestos –y sus salarios señorías–, para que den digna y eficaz respuesta a los aconteceres que tiene la sociedad en cada momento. Y si no, puerta y a su casa.

Muy loable es la propuesta del Gobierno que ha aprobado en el Consejo de Ministros: el Ingreso Mínimo Vital, para aminorar las demandas de alimentación de más de 600.000 familias, sin trabajos, sin sueldos. Y esta se suma a la Renta Mínima de la Comunidades Autónomas del país. Y no es una denigrante “paguita”, como dicen denigrativamente los partidos, a los que también les parece fatal esta ayuda de emergencia social. De lo contrario, si no lo están ya muchas familias, se sumarán a la indigna y extrema pobreza, en la que tantas familias quedarán por la carencia de empleos laborales.

Hemos asistido esta semana, como meros y atónitos convidados de piedra, y en los últimos meses desde el comienzo de esta epidemia generalizada –y desde la coalición del presente gobierno–, a uno más de los más vergonzantes y bochornosos espectáculos parlamentarios que hemos tenido que sufrir, por los supuestos representantes de las mayorías de ciudadanos, que con sus castos votos han hecho que estén en el Parlamento español y relegan de su obligaciones para con la sociedad.

Todo un esperpento, en un gravísimo trance de mortandad y enfermedades, sanitarias, económicas y sociales, como la que estamos atravesando en esta espantosa tormenta epidémica, que incluye, sin excepción alguna, a todos los componentes de la sociedad civil.