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“Votar, ¿para qué?”

El runrún de que la democracia participativa es uno de los pilares fundamentales de nuestro sistema político y cosas por el estilo no cesa en estos días y lo cierto es que desde que lo escuchamos (o algo parecido) nos desconectamos del tema y pasamos a otra cosa lo más rápido posible.

¿O no, querido lector o lectora?

Sé que sonríe porque sabe que es verdad.

Da igual quién sea usted, dónde esté y lo que esté haciendo, que muy probablemente está deseando que acabe cuanto antes esta campaña electoral y proseguir con su vida sin tanta propaganda, eslóganes y discursos acechándole por cualquier esquina.

Es precisamente este comportamiento generalizado el que en parte explica que, salvo imprevistos de última hora, la abstención volverá a ser una de las opciones más escogidas entre la población canaria llamada a las urnas el próximo 28 de mayo.

Pueden insistirnos en lo desolador que es presenciar cómo gran parte de la población permanece ajena a la “fiesta de la democracia” y hacernos llamadas constantes al voto (el que sea), pero a casi todos y todas la campaña electoral y las elecciones nos parecen un coñazo. Yo diría que incluso hasta a los propios candidatos y candidatas.

Esta indiferencia electoral es una realidad que amenaza nuestro sistema democrático, pero poco o nada se habla de ello -y menos aún fuera de los periodos de votación- y eso que a nadie se le escapa que de unas urnas débiles salen gobiernos igualmente frágiles y que eso nunca es bueno para nadie.

¿Cómo es posible entonces que generación tras generación no se haya combatido la denominada “desafección” de la política entre la ciudadanía? ¿A quién le ha beneficiado esto? ¿A quién le conviene esto?

¿Por qué ha calado tanto la idea de que en realidad da igual quién ostente el poder porque todos son iguales? ¿Por qué la abstención tampoco parece importarle a nadie salvo el día de la jornada de reflexión? ¿Por qué todo lo que tenga que ver con las elecciones nos produce ese rechazo?

Lo fácil es ir al manido discurso de “todos los políticos son iguales”, “nadie me representa”, “no entiendo de política” o “son todos unos ladrones”, pero reflexionando sobre esta cuestión de la abstención me he sorprendido a mí misma preguntándome si el desprecio por las urnas y lo que representan tendrá algo que ver con el sepulcral silencio y el tupido velo que le ha ocultado a las últimas generaciones el hecho de que provenimos de una dictadura y lo que ello supuso en lo que a libertades personales y sociales se refiere.

Casi que prefiero no pensarlo y dejar ese melón cerrado, aunque seguramente por eso mismo estoy contribuyendo a todo lo contrario a lo que considero que debe de hacerse.  En fin…

“¿Votar?, Yo paso, ¿para qué?”. Esto es lo que les dirá una amplia mayoría de personas de todo tipo de edad, lugar y profesión a las que se le pregunte sobre qué van a hacer el 28 de mayo.

Dirán que es por la apatía política, el desencanto con las opciones mayoritarias o la sensación de que el voto individual no marca la diferencia y tienen razón, un voto por sí solo no suele ser decisivo pero cuando son miles (incluso millones) los que faltan en las urnas se convierten en los más decisivos de todos.

El problema es que esa pereza hacia todo lo que huela a política y al propio acto de ejercer el derecho al voto puede abrir paso a intereses particulares y al surgimiento de fuerzas antidemocráticas que ya están llamando a las puertas de nuestras instituciones y que no sabemos a qué nos pueden llevar (aunque lo sospechamos).

Es crucial entender que la participación en las elecciones no se limita al acto de depositar una papeleta, también implica el gesto de hacerse escuchar, de formar parte activa, de exigir que se cumpla lo dicho, de reclamar rigor y honestidad dejando claro lo que se quiere (y lo que no) para nuestra tierra y para quienes la habitamos ahora y en el futuro.

Se puede votar por convicción, por rabia, por miedo, por ideología, por afinidad, por amistad, como castigo, por simpatía, porque te has leído todos los programas electorales y te ha convencido uno, pero en todos y cada uno de esos actos la persona está ejerciendo su derecho como considera que debe de hacerlo y merece todos los respetos.

Las personas que no pisan los colegios electorales son igualmente respetables, faltaría más, votar es un derecho, no una obligación, pero ¿esas personas realmente no opinan nada? ¿Les trae al pairo lo que ocurra?

Me niego a pensar que les da igual lo que suceda con el medio ambiente, el empleo, su asistencia sanitaria, o la educación de su familia. Es imposible que no tengan ideas claras sobre los precios, las carreteras o la vivienda. ¿Entonces? ¿Son opiniones de puertas para adentro, de barra de bar, de peluquería y de cola del supermercado? Porque dudo de que con la enorme lista de partidos políticos que se presentan a los comicios ninguno que refleje sus inquietudes y represente lo que quieren para ellos mismos y su tierra.

¿Es resquemor? ¿Es ignorancia? ¿Es una forma de protesta que comparten gentes de lo más dispares? ¿Es pura vaguería por tratarse de un domingo?

Me temo que me hago muchas preguntas y no hallo en ninguna parte respuestas fiables. 

La abstención no es la mejor opción si queremos construir un futuro basado en nuestras propias decisiones porque es la ciudadanía la que con su voto tiene que marcar el camino, y la clase política es la que tiene que poner los medios para andarlo, y a quien no lo haga como prometió se le cambia y que se vaya por donde vino. Así de sencillo y eficaz.

Lamentablemente creo que la abstención volverá a ser altísima y me pregunto si su victoria no representará la de aquellas personas que teniendo la información y la posibilidad de acceder al poder no solo sí que votan sino que además favorecen la ignorancia y la sumisión de otras para limitar su progreso y mantener el sistema adormecido durante todo el tiempo posible.

Creo que, de momento, lo mejor será dejar de preguntarme cosas sobre todo este barullo electoral; ahora solo tengo que encontrar la manera de lograrlo.  

¿Alguna sugerencia? Porque las siguientes elecciones están a la vuelta de la esquina y me veo dentro de unos meses con la misma cantinela en mi cabeza.

*Aclaración: he votado en todas las elecciones que se han convocado desde que cumplí la mayoría de edad y mi intención es seguir haciéndolo en todas las que resten mientras viva y haya democracia.

El runrún de que la democracia participativa es uno de los pilares fundamentales de nuestro sistema político y cosas por el estilo no cesa en estos días y lo cierto es que desde que lo escuchamos (o algo parecido) nos desconectamos del tema y pasamos a otra cosa lo más rápido posible.

¿O no, querido lector o lectora?