El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Casado con Soria
La corrupción se sigue permitiendo en el Partido Popular. Lo reflejó claramente en su discurso de postulante ante el congreso nacional el que luego resultó elegido nuevo presidente: “Somos un partido honesto (…) Este es un proyecto de manos blancas y bolsillos vacíos ” y “no voy a permitir que se tenga un doble rasero y se condene a compañeros que luego son absueltos”. Y lo confirmaron los militantes del PP de Las Palmas de Gran Canaria, que votaron masivamente a José Manuel Soria para que les representara como compromisario en el 19º Congreso Nacional del partido, celebrado este fin de semana en Madrid. Pablo Casado sabía lo que decía y los afiliados de Las Palmas de Gran Canaria, seguramente también lo que hacían. Echan de menos lo que este fin de semana se ha dado en llamar “las esencias” del partido, lo que en su día animó a Manuel Fraga a fundar Alianza Popular y a José María Aznar a llevarlo a las cavernas más ultras. La corrupción forma parte de esas esencias, como el ejercicio vitalicio del poder, el franquismo, el ultracatolicismo, el machismo y el nacionalismo centralista. Cualquier accidente, fenómeno o cataclismo que les arrebate esas señas de identidad, es inmediatamente anatemizado, por las buenas o por las malas. Ha vuelto el viejo PP.
Y, como venimos advirtiendo desde hace semanas en este periódico, José Manuel Soria también ha vuelto. Y no lo ha hecho -de momento- para pedir un cargo público o una responsabilidad orgánica que le exponga a los ataques de los adversarios o de los medios informativos. Ha regresado para imponer su poder a un PP canario que estaba actuando a su libre albedrío, sin someterse a los deseos del que ya no llaman “José Manuel” sino, metafóricamente, “el jefe”. El exministro ha aprovechado la sobrevenida coyuntura nacional para volver a meter la cabeza en Génova respaldando al único candidato que plantó cara a Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta que le torció el brazo hasta hacerlo dimitir por los papeles de Panamá, entre otros papeles.
A Soria se le atribuye la organización del famoso almuerzo en el restaurante Jai Alai de Madrid con los ministros desafectos a Santamaría (el G8), y por supuesto la confección del escueto pero elocuente comunicado elaborado a los postres, así como la fotografía en la que se colocó conscientemente en un extremo por si, llegado el caso, fuera conveniente hacer una mutilación.
La casualidad quiso que en el mismo asador vasco, Soria coincidiera con uno de sus más conspicuos enemigos en el mundo de la empresa, Rafael González-Bravo de Laguna, quien al igual que Sáenz de Santamaría o Montoro, conoce gran parte de la vida y milagros del teldense tanto dentro de las fronteras españolas como allende los mares.
La reaparición de Soria entraña ciertos riesgos para él, y lo sabe. El principal es que algunos de los asuntos que quedaron aparcados cuando decidió dimitir vuelvan a reactivarse y termine probando de su propia medicina. Por eso no pide nada más que lo dejen manejar el partido en Canarias desde las bambalinas, que lo dejen colocar en las listas de las próximas autonómicas y locales de 2019 a personas que lo respeten por lo que fue y quiere volver a ser, que le agradezcan su apadrinamiento y que, consecuentemente, le devuelvan el favor cuando se reclame. Al fin y al cabo de eso está viviendo desde hace poco más de un año, cuando creó su empresa de consultoría empresarial al límite de que se acabara el subsidio de exministro pero con una agenda de contactos más que nutrida.
Pero el regreso de Soria también es un lastre para Pablo Casado, aunque su agresiva ambición aun no le permita apreciarlo. Apoyarse en personajes como él no sale barato. Rajoy no quiso escuchar las voces que le advirtieron con tiempo de que metía en el Consejo de Ministros a un político con demasiada querencia a mezclar poder con negocios. Y llegó a decir de él lo mismo que el sábado dijo el atrevido presidente a los suyos, que lo condenó la prensa y luego resultó ser “inocente”. Y lo tuvo que hacer salir por la puerta de atrás convertido en el primer ministro de su gabinete que abandonaba por un escándalo de corrupción.
Además, Casado tendrá que ceder a las peticiones del exministro de Industria y puentear a honrados dirigentes del PP de Canarias que empezaban a reconstruir poco a poco el partido desde las cenizas que él dejó y que se preparaban para una dura campaña autonómica en la que les aventuran unos pésimos resultados.
La corrupción se sigue permitiendo en el Partido Popular. Lo reflejó claramente en su discurso de postulante ante el congreso nacional el que luego resultó elegido nuevo presidente: “Somos un partido honesto (…) Este es un proyecto de manos blancas y bolsillos vacíos ” y “no voy a permitir que se tenga un doble rasero y se condene a compañeros que luego son absueltos”. Y lo confirmaron los militantes del PP de Las Palmas de Gran Canaria, que votaron masivamente a José Manuel Soria para que les representara como compromisario en el 19º Congreso Nacional del partido, celebrado este fin de semana en Madrid. Pablo Casado sabía lo que decía y los afiliados de Las Palmas de Gran Canaria, seguramente también lo que hacían. Echan de menos lo que este fin de semana se ha dado en llamar “las esencias” del partido, lo que en su día animó a Manuel Fraga a fundar Alianza Popular y a José María Aznar a llevarlo a las cavernas más ultras. La corrupción forma parte de esas esencias, como el ejercicio vitalicio del poder, el franquismo, el ultracatolicismo, el machismo y el nacionalismo centralista. Cualquier accidente, fenómeno o cataclismo que les arrebate esas señas de identidad, es inmediatamente anatemizado, por las buenas o por las malas. Ha vuelto el viejo PP.
Y, como venimos advirtiendo desde hace semanas en este periódico, José Manuel Soria también ha vuelto. Y no lo ha hecho -de momento- para pedir un cargo público o una responsabilidad orgánica que le exponga a los ataques de los adversarios o de los medios informativos. Ha regresado para imponer su poder a un PP canario que estaba actuando a su libre albedrío, sin someterse a los deseos del que ya no llaman “José Manuel” sino, metafóricamente, “el jefe”. El exministro ha aprovechado la sobrevenida coyuntura nacional para volver a meter la cabeza en Génova respaldando al único candidato que plantó cara a Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta que le torció el brazo hasta hacerlo dimitir por los papeles de Panamá, entre otros papeles.