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Un concurso inútil

La gestión que Bravo de Laguna está haciendo del negocio que se cierne sobre el viejo Estadio Insular de Gran Canaria es manifiestamente mejorable. Empezó lanzando la genialidad de que las arcas públicas se iban a ahorrar 300.000 euros, los destinados a limpieza y adecentamiento de ese recinto de titularidad pública, porque había encontrado una fórmula mágica para darle aquello un realce de la leche. Luego, en un gesto tan incomprensible como descortés, se despachó de un manotazo el concurso de ideas de la anterior Corporación y el proyecto ganador, del que sencillamente dijo que era económicamente irrealizable. No tuvo ni siquiera la gentileza de dirigirse a los arquitectos redactores para plantearles que estudiaran una fórmula que se adaptara a lo que el nuevo Cabildo prefiere. Tenía la decisión tomada, el quién el cómo y el cuánto, y cualquier otra consideración le estorbaba. Pero sabedor de que en CANARIAS AHORA conocíamos el trasfondo de la idea, lejos de cortar de raíz cualquier sospecha no hizo otra cosa que acrecentarlas. Porque sus declaraciones públicas acerca de un concurso que resuelva qué ideas pueden aplicarse en el viejo Estadio Insular, dieron lugar pronto a su confesión de que ya hay una empresa que tiene avanzadas esas soluciones y que, a partir de ellas, convocará ese fantasmagórico concurso al que nadie se querrá presentar por temor a perder el tiempo miserablemente.

La gestión que Bravo de Laguna está haciendo del negocio que se cierne sobre el viejo Estadio Insular de Gran Canaria es manifiestamente mejorable. Empezó lanzando la genialidad de que las arcas públicas se iban a ahorrar 300.000 euros, los destinados a limpieza y adecentamiento de ese recinto de titularidad pública, porque había encontrado una fórmula mágica para darle aquello un realce de la leche. Luego, en un gesto tan incomprensible como descortés, se despachó de un manotazo el concurso de ideas de la anterior Corporación y el proyecto ganador, del que sencillamente dijo que era económicamente irrealizable. No tuvo ni siquiera la gentileza de dirigirse a los arquitectos redactores para plantearles que estudiaran una fórmula que se adaptara a lo que el nuevo Cabildo prefiere. Tenía la decisión tomada, el quién el cómo y el cuánto, y cualquier otra consideración le estorbaba. Pero sabedor de que en CANARIAS AHORA conocíamos el trasfondo de la idea, lejos de cortar de raíz cualquier sospecha no hizo otra cosa que acrecentarlas. Porque sus declaraciones públicas acerca de un concurso que resuelva qué ideas pueden aplicarse en el viejo Estadio Insular, dieron lugar pronto a su confesión de que ya hay una empresa que tiene avanzadas esas soluciones y que, a partir de ellas, convocará ese fantasmagórico concurso al que nadie se querrá presentar por temor a perder el tiempo miserablemente.