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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Cuatro empleos por millón

Pero esa cuidada rueda de prensa, esa demostración de poderío ejecutada este jueves en Las Palmas de Gran Canaria, no parece que vayan a surtir efectos sanadores en la imagen que de Repsol tienen los medios informativos canarios, o al menos los periodistas allí destacados. Las preguntas no fueron todo lo amables que cabría esperar ante un personaje de ese calibre. Es más, algunas de ellas llegaron a incomodar a Brufau, que se contuvo siempre de manera elegante excepto cuando tocó descalificar a Canarias y a sus representantes institucionales por un debate que calificó de “político y no social o económico”, como si la política energética de un Gobierno fuera innegociable cuando está en presencia el petróleo. Al presidente de Repsol le llama la atención que Canarias no quiera tener plataformas cerca cuando en Malibú, en Río de Janeiro o Tarragona las tienen más cercanas a las costas y nadie protesta. Resaltó que el mundo nos mira “atónito” por dudar ente este colosal negocio que promete tanto maná. Olvidó, claro, porque no es su compañía la perjudicada (Soria no lo permitiría), que el PP de Valencia se ha opuesto a prospecciones en sus costas, como ha quedado sobradamente acreditado. Al PP, por cierto, lo dejó en pelota picada cuando desmintió con cajas destempladas la remota posibilidad de que Marruecos pueda tocar un barril de las cuadrículas a este lado de la divisoria imaginaria: “Son dos plataformas distintas”. Como dejó en evidencia a los que profetizan decenas de miles de puestos de trabajo. En el mejor de los casos, encontrando crudo en los tres pozos a los que tienen echado el ojo (Sandía, Plátano y Zanahoria) pueden alcanzarse los 5.000 empleos, a razón de cuatro por cada millón de dólares invertidos. También desautorizó a los que destacan el peligro proclamando que los que hablan de afección al agua potabilizada en caso de derrame “no saben lo que dicen” porque el petróleo flota y las tuberías de las plantas desaladoras están en el fondo. O asegurando que “no contemplamos los siniestros porque si así fuera nos dedicaríamos a hacer hoteles”, lo que seguramente hará las delicias del empresariado turístico local. En varias ocasiones aseguró que no va a haber peligro de ningún tipo porque Repsol está acostumbrada a perforaciones en aguas profundas y que su nivel de seguridad está internacionalmente testado. Su encendida defensa de la seguridad le condujo a pronunciar una afirmación que él mismo desinfló: “Por cada 50.000 sondeos se produce un vertido. O dos”. Como Rajoy en el caso Bárcenas: “Todo es falso. Menos alguna cosa”.

Pero esa cuidada rueda de prensa, esa demostración de poderío ejecutada este jueves en Las Palmas de Gran Canaria, no parece que vayan a surtir efectos sanadores en la imagen que de Repsol tienen los medios informativos canarios, o al menos los periodistas allí destacados. Las preguntas no fueron todo lo amables que cabría esperar ante un personaje de ese calibre. Es más, algunas de ellas llegaron a incomodar a Brufau, que se contuvo siempre de manera elegante excepto cuando tocó descalificar a Canarias y a sus representantes institucionales por un debate que calificó de “político y no social o económico”, como si la política energética de un Gobierno fuera innegociable cuando está en presencia el petróleo. Al presidente de Repsol le llama la atención que Canarias no quiera tener plataformas cerca cuando en Malibú, en Río de Janeiro o Tarragona las tienen más cercanas a las costas y nadie protesta. Resaltó que el mundo nos mira “atónito” por dudar ente este colosal negocio que promete tanto maná. Olvidó, claro, porque no es su compañía la perjudicada (Soria no lo permitiría), que el PP de Valencia se ha opuesto a prospecciones en sus costas, como ha quedado sobradamente acreditado. Al PP, por cierto, lo dejó en pelota picada cuando desmintió con cajas destempladas la remota posibilidad de que Marruecos pueda tocar un barril de las cuadrículas a este lado de la divisoria imaginaria: “Son dos plataformas distintas”. Como dejó en evidencia a los que profetizan decenas de miles de puestos de trabajo. En el mejor de los casos, encontrando crudo en los tres pozos a los que tienen echado el ojo (Sandía, Plátano y Zanahoria) pueden alcanzarse los 5.000 empleos, a razón de cuatro por cada millón de dólares invertidos. También desautorizó a los que destacan el peligro proclamando que los que hablan de afección al agua potabilizada en caso de derrame “no saben lo que dicen” porque el petróleo flota y las tuberías de las plantas desaladoras están en el fondo. O asegurando que “no contemplamos los siniestros porque si así fuera nos dedicaríamos a hacer hoteles”, lo que seguramente hará las delicias del empresariado turístico local. En varias ocasiones aseguró que no va a haber peligro de ningún tipo porque Repsol está acostumbrada a perforaciones en aguas profundas y que su nivel de seguridad está internacionalmente testado. Su encendida defensa de la seguridad le condujo a pronunciar una afirmación que él mismo desinfló: “Por cada 50.000 sondeos se produce un vertido. O dos”. Como Rajoy en el caso Bárcenas: “Todo es falso. Menos alguna cosa”.