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Las frecuencias de radio lo chiflaron

Como les hemos venido contando reiteradamente, si había alguna querencia de don Pepito a poner a parir a Paulino Rivero, todo se disparó cuando la mesa de contratación del concurso de asignación de frecuencias de radio dejó fuera a El Día del polémico reparto. El editorialista, heredero de las más nobles e hidalgas esencias de su tío don Leoncio, que un día le legó el imperio mediático tras comprobar que apagaba como nadie las bombillas inútilmente encendidas en la redacción, perdió por completo el oremus al comprobar que el concurso no había salido como él quería que saliera. Y se agarró a unos papeles falsos para acusar a la esposa, a una hermana y a una cuñada de Paulino Rivero de haber constituido una empresa tenebrosa con el fin de delinquir desde México para el mundo, como un cártel cualquiera. La juez Ana Delia Hernández lo resalta en su sentencia: “Editorial Leoncio Rodríguez y José Rodríguez Ramírez adoptaron un posicionamiento en relación a la información [sobre los papeles de México], utilizándola como instrumento al servicio de una finalidad (primero, obtener una resolución a su favor en el concurso de emisoras, y luego mostrar bien a las claras su malestar por la adjudicación contraria a sus intereses)”. Y todo ello sin ceñirse a “una información que sea veraz, mereciendo tal calificativo la información comprobada y contrastada según los cánones de la profesionalidad informativa”. O sea, que don Pepito, montado sobre el caballo desbocado de la falsedad y al grito de a mí la Legión, acusó de delitos, insultó y difamó a las demandantes basándose en hechos falsos y a sabiendas de su falsedad. Un fuera de serie nuestro editor más dicharachero de Barrio Sésamo.

Como les hemos venido contando reiteradamente, si había alguna querencia de don Pepito a poner a parir a Paulino Rivero, todo se disparó cuando la mesa de contratación del concurso de asignación de frecuencias de radio dejó fuera a El Día del polémico reparto. El editorialista, heredero de las más nobles e hidalgas esencias de su tío don Leoncio, que un día le legó el imperio mediático tras comprobar que apagaba como nadie las bombillas inútilmente encendidas en la redacción, perdió por completo el oremus al comprobar que el concurso no había salido como él quería que saliera. Y se agarró a unos papeles falsos para acusar a la esposa, a una hermana y a una cuñada de Paulino Rivero de haber constituido una empresa tenebrosa con el fin de delinquir desde México para el mundo, como un cártel cualquiera. La juez Ana Delia Hernández lo resalta en su sentencia: “Editorial Leoncio Rodríguez y José Rodríguez Ramírez adoptaron un posicionamiento en relación a la información [sobre los papeles de México], utilizándola como instrumento al servicio de una finalidad (primero, obtener una resolución a su favor en el concurso de emisoras, y luego mostrar bien a las claras su malestar por la adjudicación contraria a sus intereses)”. Y todo ello sin ceñirse a “una información que sea veraz, mereciendo tal calificativo la información comprobada y contrastada según los cánones de la profesionalidad informativa”. O sea, que don Pepito, montado sobre el caballo desbocado de la falsedad y al grito de a mí la Legión, acusó de delitos, insultó y difamó a las demandantes basándose en hechos falsos y a sabiendas de su falsedad. Un fuera de serie nuestro editor más dicharachero de Barrio Sésamo.