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Fuego en el saloon

No es preciso que se haga el verano para que suban las temperaturas. El personal isleño es, por lo general, propenso a la calentura y da igual que sobrevenga en el paralelo 28 que en medio de la meseta, ahí, en pleno apogeo de cualquier feria que se tercie. Y si el personal isleño se junta para demostrar que no sólo de Carnavales se llena el cuerpo de salsete, se arma, se ponga Álvarez del Manzano como se ponga. Así que situamos nuestro cuento en cualquier afamado saloon de la capital Kansas City, más que nada para despistar. Y en el porche, el pistolero más aguerrido de Arucas se apresta a penetrar con su mundialmente conocido estilo prudente y cadencioso. Empuja las puertas abatibles y una cae estrepitosamente al suelo. Fino. “¿Es esto el D'Angelo?”, pregunta con su muy personal entonación. A lo que medio aforo le contesta que sí, que pase para adentro y se deje de tanto ceremonial.

No es preciso que se haga el verano para que suban las temperaturas. El personal isleño es, por lo general, propenso a la calentura y da igual que sobrevenga en el paralelo 28 que en medio de la meseta, ahí, en pleno apogeo de cualquier feria que se tercie. Y si el personal isleño se junta para demostrar que no sólo de Carnavales se llena el cuerpo de salsete, se arma, se ponga Álvarez del Manzano como se ponga. Así que situamos nuestro cuento en cualquier afamado saloon de la capital Kansas City, más que nada para despistar. Y en el porche, el pistolero más aguerrido de Arucas se apresta a penetrar con su mundialmente conocido estilo prudente y cadencioso. Empuja las puertas abatibles y una cae estrepitosamente al suelo. Fino. “¿Es esto el D'Angelo?”, pregunta con su muy personal entonación. A lo que medio aforo le contesta que sí, que pase para adentro y se deje de tanto ceremonial.