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Soria, entre el agasajo y el zarandeo

A José Manuel Soria ya le han tributado dos homenajes. El primero, muy casero, fue el que le rindieron en forma de cerrada ovación sus compañeros del Partido Popular de Canarias cuando acudió a la primera (y última) reunión de su dirección general tras su triple dimisión para despedirse y dejar marcadas las pautas a seguir para su relevo.

El segundo, hace una semana, en casa del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, donde se celebró una cena promovida por el grupo de ministros que quiso auparlo a las más elevadas responsabilidades nacionales dentro del PP y del Gobierno. Una cena, por cierto, a la que acudió Mariano Rajoy y que, consecuentemente, provocó las iras de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.

Es más que probable que la vicepresidenta sea de todos los miembros del Gobierno la única que conoce las verdaderas y profundas razones por las que el ex ministro de Industria abandonó todos sus cargos políticos y orgánicos, y esa razón no fue precisamente la pésima gestión que hizo de aquella crisis negando la existencia confirmada de sus empresas offshore.

Eso explicaría que el cabreo de la número dos del Gobierno sea doble: de un lado por lo que puede considerarse una provocación en toda regla. Que los ministros que la querían tumbar para poner a Soria se atrevan a hacerle un homenaje discreto y que a él acuda Rajoy no es desde luego un signo de concordia.

Pero el cabreo se acrecienta para la vicepresidenta sabiendo como sabe que saben Rajoy y los demás ministros: que hubo y sigue habiendo sobrados motivos para que José Manuel Soria se alejara lo antes y lo más posible del Partido Popular y, por supuesto, del Gobierno.

Bien es cierto que Rajoy siempre tuvo una estrecha amistad con el ex ministro y que puestos a echar cal viva sobre la relación que siempre mantuvieron, es probable que haya preferido tenderle un puente de plata en previsión de que, entrado en zona de despecho, le de al canario por sacar la lengua a paseo.

Así que, en aplicación de la flema presidencial, el agasajo tenga sus motivos.

Cosa distinta será que se pase del agasajo a la recompensa: este martes se divulgó desde La Sexta que el Gobierno quiere proponer a Soria para un puesto de asesor en el Banco Mundial. Podría cuadrar, sobre todo tras conocer que de las tres plazas que correspondería proponer a España, dos de ellas quedan ahora vacantes. Por cierto, una ocupada por una sobrina de otro ministro, casualmente íntimo de Soria, Luis de Guindos, una profesional a la que seguramente tampoco sobraron capacidades y méritos suficientes para hacerse en su momento con esa canonjía en Washington.

El periódico ABC situaba este mismo martes al ex presidente del PP canario en alguna universidad americana todavía sin identificar dando clases (sic), es decir, impartiendo urbi et orbi sus vastos conocimientos en el mundo del mercado exterior. Conocimientos que ha ido acumulando a lo largo de su trayectoria empresarial y política, y no necesariamente por ese orden, ni siquiera de modo excluyente.

Lo cierto es que Soria aún continúa por estos lares, aunque es verdad que tiene programado un próximo viaje a Nueva York para seguir intentando ese propósito de convertirse en conferenciante de postín. Pero todavía no hay nada cerrado.

Parece descartarse, a la vista de la querencia soriana a poner Atlántico de por medio, que vaya a ocupar la plaza de consejero en la Oficina de Turismo de España en Londres, plaza que él mismo modeló a su imagen y semejanza mientras estuvo al frente del ministerio del ramo. Londres es una ciudad muy presente en la vida de nuestro personaje del día, y una plaza comercialmente muy propicia para la actividad mercantil y el control patrimonial planetario.

Mientras tanto, personas que tienen trato directo con él aseguran que todavía no se ha recuperado anímicamente del shock que le produjo su accidentado y repentino abandono de la política. Lo dicen apesadumbrados porque en ese selecto grupo de amigos ha cuajado la versión de que fue una mala gestión de comunicación y no la existencia de negocios (empresas y cuentas) en paraísos fiscales lo que acabó con su prometedora carrera en lo público. Allá ellos.

Episodios protagonizados por Soria estas últimas semanas, esos de difícil comprobación, ratifican que el humor se le ha agriado más de lo normal. No encajó bien, dicen esos rumores, la broma que un grupo de jubilados le gastó en el restaurante Bentayga, del Monte Lentiscal, la mañana que lo vieron entrar a desayunar. Los cuatro viejos salieron escopeteados para regresar minutos después todos ellos luciendo sombreros Panamá y montando el correspondiente jolgorio.

Más serio resultó el incidente que relatan testigos presenciales que lo vieron hace pocos días en El Corte Inglés de Las Palmas de Gran Canaria. El hombre se cruzó con varias personas que lo increparon con insultos tan vulgares como “chorizo”, “corrupto” o “ladrón”. Soria se revolvió contra ellos y la cosa estuvo a punto de llegar a las manos. Según esas fuentes presenciales, el altercado no acabó en comisaría gracias a la intervención de un vigilante de seguridad del establecimiento.

A José Manuel Soria ya le han tributado dos homenajes. El primero, muy casero, fue el que le rindieron en forma de cerrada ovación sus compañeros del Partido Popular de Canarias cuando acudió a la primera (y última) reunión de su dirección general tras su triple dimisión para despedirse y dejar marcadas las pautas a seguir para su relevo.

El segundo, hace una semana, en casa del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, donde se celebró una cena promovida por el grupo de ministros que quiso auparlo a las más elevadas responsabilidades nacionales dentro del PP y del Gobierno. Una cena, por cierto, a la que acudió Mariano Rajoy y que, consecuentemente, provocó las iras de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.