El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
El virus y el rey
Era obligado que el rey de España se dirigiera a la población en unos momentos tan singulares como los que vive el país en estos momentos. Lo hizo tras el referéndum del 1 de octubre en Catalunya para echar más gasolina al fuego, y lo ha hecho ahora para darnos ánimo y conminarnos a seguir creyendo en nosotros mismos y en las instituciones (también en la monarquía) ante una pandemia que se llevará a mucha gente por delante y que reducirá la actividad económica del país prácticamente a la nada.
De pie, ante un atril (o taca-taca) con el escudo de la Casa Real, Felipe VI eludió por completo la más mínima referencia a la otra grave crisis que padece España, la de la imagen y el prestigio de la monarquía que él representa en estos momentos y que acumula una larga sucesión de escándalos cada cual más grave. La constatación de que conocía desde hace al menos un año la existencia de fundaciones y fondos en cuentas offshore a nombre del rey emérito, Juan Carlos I, su padre, de los que él era el beneficiario, ha venido a coincidir con el momento más difícil para España en toda su historia reciente, solo asimilable al pánico que nos invadió por los atentados del 11-M, tan mal gestionados a continuación por el Gobierno de José María Aznar con muy malas artes electoralistas.
En su discurso de siete minutos, Felipe VI pidió unidad a los españoles y dejar de lado nuestras diferencias para luchar contra un enemigo exterior, para lo cual recurrió incluso a terminología bélica en varias ocasiones (el personal sanitario es “nuestra primera línea de defensa”, “España es un país que nunca se rinde”), de modo que parezca que todos nos necesitamos, incluso que necesitamos a la monarquía para protegernos de esta y otras inclemencias, para que así los que sobrevivan sean generosos en la victoria, empezando por los que los jalearon durante la batalla.
El modo de acometer el aspecto puramente económico de esta crisis, que el rey como figura decorativa defiende como si fuera su propia iniciativa, difiere muchísimo de la estrategia que el mismo jefe de Estado defendió para la de 2008, en la que se dejó atrás a tanta gente que todavía no se había terminado de recuperar cuando le ha caído encima esta pandemia y sus consecuencias.
Probablemente el rey, la Casa Real, el Gobierno y una parte de la clase política, crean que la pandemia y los sacrificios que provocará en la ciudadanía, tanto en lo sanitario, como en lo social y en lo económico, tapará las vergüenzas que viene provocando la monarquía. Pero la respuesta de una parte de la gente desoyendo su discurso y saliendo a sus balcones y a sus ventanas para hacer sonar sus calderos es una clara muestra del hartazgo de una sociedad que en el fondo sueña con que esta crisis sirva para limpiar algo más que la atmósfera y los pasillos de los hospitales.
Ya es mala suerte que la pandemia sea por un coronavirus.
Era obligado que el rey de España se dirigiera a la población en unos momentos tan singulares como los que vive el país en estos momentos. Lo hizo tras el referéndum del 1 de octubre en Catalunya para echar más gasolina al fuego, y lo ha hecho ahora para darnos ánimo y conminarnos a seguir creyendo en nosotros mismos y en las instituciones (también en la monarquía) ante una pandemia que se llevará a mucha gente por delante y que reducirá la actividad económica del país prácticamente a la nada.
De pie, ante un atril (o taca-taca) con el escudo de la Casa Real, Felipe VI eludió por completo la más mínima referencia a la otra grave crisis que padece España, la de la imagen y el prestigio de la monarquía que él representa en estos momentos y que acumula una larga sucesión de escándalos cada cual más grave. La constatación de que conocía desde hace al menos un año la existencia de fundaciones y fondos en cuentas offshore a nombre del rey emérito, Juan Carlos I, su padre, de los que él era el beneficiario, ha venido a coincidir con el momento más difícil para España en toda su historia reciente, solo asimilable al pánico que nos invadió por los atentados del 11-M, tan mal gestionados a continuación por el Gobierno de José María Aznar con muy malas artes electoralistas.