La decisión del Gobierno de España de ampliar los aeropuertos de Barajas y El Prat ha soliviantado a las asociaciones ecologistas por el posible impacto medioambiental que podrían provocar las obras. En el caso concreto del complejo catalán, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, ha admitido que el acuerdo alcanzado con el Ejecutivo nacional no concreta las afecciones a la fauna y la vegetación que derivarían de la reforma. Tampoco si se construirá una tercera pista que dañaría la laguna de La Ricarda, zona protegida por la red europea Natura 2000 habitada por 43 especies incluidas en la directiva de aves protegidas, orquídeas (hasta 23 tipos diferentes), peces y reptiles.
En Canarias, la decisión de ampliar el Aeropuerto de Gran Canaria hace una década también desencadenó en gritos de protesta por la amenaza que supuso, entre otras cosas, para el escarabajo Pimelia granulicollis, conocido como bombón negro, una especie endémica de la isla redonda en peligro de extinción por la presión urbanística, que ha disminuido de manera significativa los arenales donde vive.
La extensión del Aeropuerto de Gran Canaria se incrementó porque según las previsiones de tráfico aéreo era necesario hacerlo. El Plan Director de dicho complejo, publicado en 2001 y que sentó las bases del hipotético número de llegadas y salidas de aeronaves, apuntó que para 2015 circularían poco menos de 17 millones de pasajeros por sus pasillos. Unos años después se modificó a la baja esa predicción: 10,7 millones para 2012 y 16,1 para 2025.
En estos momentos es difícil prever si este último pronóstico se cumplirá debido a las voces cada vez más resonantes que reclaman un frenazo al sector aéreo, cuyas emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático han crecido un 30% en solo seis años, así como el cartel ‘se acabó el turismo de masas’ que han colgado cada vez más canarios en sus casas reclamando una diversificación de la economía.
Pero a pesar del rechazo que lideró la asociación Ecologistas en Acción, la ampliación del Aeropuerto de Gran Canaria salió adelante. Tras una inversión de alrededor de 200 millones de euros, se agrandó el estacionamiento para aviones por el norte en 23.000 metros cuadrados y en 28.000 por el sur. Esto propició nuevas salas con más mostradores, salas de embarque y espacios comerciales, además de una zona de logística para vehículos de suministro de mercancías.
Como cualquier gran proyecto, la Secretaría de Estado de Cambio Climático del Ministerio de Medio Ambiente, y Medio Rural y Marino tuvo que comprobar el impacto ambiental de la medida. Encargó el trabajo a Aena, que redactó un texto de poco más de 50 páginas en las que detalló cómo las obras y el mantenimiento de la ampliación del Aeropuerto iban a repercutir en la calidad del aire, el suelo, la hidrología, la vegetación, la fauna y el patrimonio cultural.
Aparte de un evidente aumento de las emisiones de gases contaminantes, se dio especial relevancia a la eliminación de suelo productivo en la zona de actuación por “la escasez de este en las Islas”, apunta el documento.
El impacto sobre la vegetación también fue evaluado como “moderado”. Para la construcción de varios edificios anexos al Aeropuerto se eliminaron 1.680 ejemplares de casuarina (pinos marinos), 127 palmeras canarias y varios dragos. Estas dos últimas son especies declaradas como protegidas. Cualquier acción sobre ellas debe contar con el visto bueno de la Dirección General. La mayoría fueron replantados en la Base Aérea de Gando, aunque algunos no sobrevivieron a la mudanza.
“Los primeros, los que se han podido salvar, se han llevado hasta la Base Aérea y se han replantado, si bien con algunos de ellos, los más viejos, no ha quedado más remedio que talarlos”, señaló una fuente de Aena por aquel entonces. En caso de que el trasplante no resultase viable, se ordenó llevar a cabo una reposición de los ejemplares por otros de la misma especie.
Con respecto a la fauna, hubo afecciones de forma directa durante la fase de obras por la alteración de los hábitats faunísticos. Los investigadores concluyeron que habría que tener especial cuidado con no interrumpir el periodo reproductor del lagarto gigante de Gran Canaria (ejemplar endémico de la isla y de interés especial, según el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas) y el perenquén de Boettger. Pero la lupa estaba puesta en el escarabajo Pimelia granulicollis, en peligro de extinción por el abusivo deterioro medioambiental de los espacios en los que habita. “Se deberá tener en cuenta la posible existencia en la zona de actuación del escarabajo Pimelia granulicollis para evitar afecciones sobre el mismo”, indica el texto.
Según un estudio publicado por el biólogo Cristóbal González Betancor en la revista Medio Ambiente Canarias, son varios los factores que han incidido sobre esta especie y que han reducido el número de ejemplares a registros alarmantes, como la fragmentación de su hábitat o los cambios de uso del suelo en el que residen.
“Suele chocar a la opinión pública que una determinada especie de la fauna invertebrada esté en peligro de extinción o se haya extinguido. Sin embargo, se dan numerosos casos que, la mayoría de las veces, suelen estar ligados irreversiblemente a la destrucción y desaparición del hábitat que ocupa”, explica González.
La especie Pimelia granulicollis se extendía en el pasado por los arenales del este de la isla de Gran Canaria, desde la capital hasta las Dunas de Maspalomas. Ahora apenas quedan reductos de arena donde se puedan observar estos escarabajos fáciles de diferenciar por su gran tamaño, su color negro brillante y una superficie cubierta de pequeños puntos que le otorgan un aspecto granuloso.
La contaminación acústica y la expropiación de viviendas
El único impacto “positivo” de la ampliación del Aeropuerto de Gran Canaria ha sido el incremento de la mano de obra y la creación de empleo (el horizonte para 2025 es que haya 47.854 personas trabajando en él). No obstante, ha habido otros, como la contaminación acústica y la expropiación de viviendas, que no han sentado especialmente bien entra la población cercana al complejo, la principal afectada.
Según el mapa estratégico de ruido de 2019, 3.300 personas de las urbanizaciones de El Oasis y Paraíso (Agüimes), Las Puntillas (Ingenio) y Caserío de Ojos de Garza (Telde) oyen más de 55 decibelios de media diaria, un valor que sobrepasa los límites de calidad de día (53 dB) y de noche (45 dB). Los altos niveles de ruido podrían contribuir a la aparición de enfermedades cardiovasculares, trastornos del sueño, efectos perjudiciales en el sistema metabólico y deficiencias cognitivas en los niños, según expone la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). Se calcula que alrededor de 12 mil muertes prematuras al año estarían causadas por la contaminación acústica.
Además, el Plan Director del Aeropuerto contempla la construcción de una tercera pista de aterrizaje (de la que aún se desconoce cuándo entraría en escena) que requerirá la expropiación de decenas de viviendas del barrio de Ojos de Garza o el realojo de sus vecinos. En los últimos años la controversia de qué hacer se ha enfriado, pero hace unos meses el Gobierno de Canarias reveló que solo 253 residentes aceptarían una reubicación. De este modo, no se alcanzaría el 60% del apoyo necesario para que Aena costee el traslado. En estos momentos todo apunta a que el debate sigue estancado.