Puedes empezar un concierto entregándote a la ceremonia colectiva del culto de masas y terminarlo como si el artista hiciera un viaje en el tiempo y aterrizara justamente en el salón de tu casa para susurrarte unos acústicos al oido. Es el efecto que consiguen durante 150 electrizantes minutos de espectáculo (que se dice pronto) los cuatro músicos de esa banda mexicana llamada Maná, que literalmente incendiaron este viernes por la noche el Estadio Heliodoro Rodríguez López de Santa Cruz de Tenerife.
Era este viernes la primera parada en la gira española del Cama Incendiada Tour, la nueva criatura de la banda que lidera Fher Olvera. Eligieron para el debut Tenerife por razones que cabalgan entre la emoción y la logística. Tenerife es el talismán de la suerte donde Maná suele rematar sus giras. El lugar donde los mexicanos se dan usualmente el último baño de rock y rancheras, cantando con la grada hasta desgañitarse ambos el estribillo mítico de Pero sigo siendo el rey.
Pero esta vez Tenerife no estaba al final del camino, como última escala de la ruta española, sino justamente al principio. Por emoción, porque los Maná, como relató Olvera el día anterior, querían darse un chute de la irreductible pasión de uno de sus públicos más incondicionales. Y también por logística, porque Canarias era la primera escala obligada del barco que traía desde Estados Unidos sus 80 toneladas de equipo de sonido y luces. Sin embargo, al término de una noche brevemente iluminada por una luna menguante, la emoción arrolló a la logística hasta doblegarla sobre el césped del Heliodoro. Aquello no fue un concierto. Fue una gigantesca fiesta tribal donde los Maná pusieron la música y la pasión y el público, el aullido que se apoderó de Santa Cruz hasta bien pasada la medianoche como sinónimo del triunfo. El triunfo de la cama incendiada.
Ya lo había dicho bien claro Alex Animal González, el batería de Maná. Este no es un show común a donde uno llega “con todo planchadito” para subir al escenario, despachar el repertorio de rutina y luego volverse al hotel como si entre el público y el artista no existiera más conexión que las entradas que pagan los primeros y el caché que cobran los segundos. No. Esto, como había pregonado en vísperas Alex González, es un espectáculo concebido para absorber, derrochar y retroalimentarse de energía, de modo que nadie se vaya a casa con la sensación de que el artista, su artista, le ha estafado robándole el corazón por puro postureo a cambio de un puñado de dinares. No. Maná no es así. Maná es“una banda honesta” (sic de Alex González) que este viernes hizo fácil lo difícil: demostrar que cuando se crece, incluso cuando se crece mucho, sigue siendo posible exhibir, bajo toneladas cuantificables de poderío técnico y escenográfico, la humildad cautivadora de los principios. Y eso es Cama Incendiada Tour: un viaje en el que, en medio de un despliegue de luces y sonidos sin precedentes, lo que Alex González llama “un audio con muchos huevos y una salvajada de luz”, primero transitas por los nuevos, desafiantes y subidos de tono territorios del Cama Incendiada y luego vuelves a la humildad hipnótica de los principios.
¿Quiéres saber de qué materiales están hechos los nuevos mimbres del repertorio en directo de Maná? Pues literalmente de todo. De todo, excepto de Drama y luz. Salvo por su título, aquel penúltimo disco de la banda mexicana, publicado muy poco después de que en la vida de Fher Olvera se sucedieran hechos trágicos, marcó una suerte de trance oscuro que inevitablemente contagió los directos del grupo. Cuatro años después, ese capítulo está cerrado y blindado. Tanto, que de Drama y luz apenas quedó en el repertorio como único testimonio la bellisima Amor clandestino. El resto ha desaparecido.
El nuevo Maná, el que se dejó asesorar por George Noriega e incluso se atrevió con un remix de Steve Aoki, está muy presente en el Cama Incendiada Tour, por cuyo repertorio desfila mucho material del nuevo disco: La prisión, Adicto a tu amor, Mi verdad, la propia Cama Incendiada...
Pero, con una impresionante puesta en escena para la que el grupo se ha traído “hasta el último tornillo” del equipo que ya utilizó en junio y julio en Estados Unidos, el nuevo tour es también un reencuentro con todos y cada uno de los rutilantes éxitos de la banda mexicana, desde En el muelle de San Blas hasta Rayando el sol, pasando por Vivir sin aire, Mariposa Traicionera o Corazón espinado.
Por lo general, un concierto suele ser una secuencia de picos y valles. No es el caso de este nuevo show de los mexicanos, que no dan respiro en un repertorio donde se suceden los grandes hits con las nuevas canciones, tan bien “balanceadas”, como diría Alex González, que en un momento dado son indistinguibles. Como si los primeros acabaran de nacer y como si las segundas fueran ya parte inseparable del ADN de la banda de Guadalajara. Pero si hubiera que señalar un momento cumbre, diríase que este se presenta justo en el ecuador de este concierto de dos horas y media, justo entre las míticas Clavado en un bar y la customización manática de Pero sigo siendo el rey.
Como corresponde a un show que combina torrentes de sangre latina con un apabullante despliegue técnico, este nuevo Cama Incendiada contiene algunas sorpresas que no merece la pena relatar aquí a costa de romper la magia que ha de reservarse para los escenarios. Pero digamos que, frente a todo el poderío del escenario principal, el segundo tramo del concierto es como si en lugar de un estadio habitaras el propio salón de tu casa y los Maná se escaparan de la tele para invitarte a un tequila y regalarte una tanda de acústicos.
Para entonces, el público, que ya se ha dado un festín de adrenalina, completa la fase de mimetización con su banda, pero ésta aún reserva para el final algunas piedras preciosas. Que no vamos a enumerar aquí para no destruir la magia.
Son Maná, bailando una danza hipnótica sobre una cama incendiada. Los Maná. Los que siguen siendo el rey.