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El paso del tiempo marcado en la piel

En el número 11 de la calle Pelota, en Vegueta, el corazón de Las Palmas de Gran Canaria, se encuentra una tienda con todo el encanto de la historia. María Teresa Morales González es la dueña de una guarnicería que lleva abierta desde 1830. “Ojalá lo hubiera abierto yo”, bromea. Fue su tatarabuelo quien instaló el Almacén de Curtidos Pedro Morales. Desde entonces, cinco generaciones han vivido de trabajar la piel.

En la actualidad tres personas se encargan del negocio. Además de María Teresa, están los empleados José Méndez y Pedro García. “Antes trabajaban aquí hasta once empleados”, afirma José. Después de 30 años trabajando juntos, el negocio es como una pequeña familia, María Teresa es una segunda madre y Pedro un hermano más.

“Nosotros nos dedicamos a la guarnicionería, que es como se llama este oficio, trabajando cueros de vacuno, de cabra u oveja”, explica José, que empezó a trabajar en 1964, con 11 años. “Para mí es un hijo postizo”, confirma María Teresa. Ella se hizo cargo del negocio cuando falleció su padre, hace ya más de 20 años, pero lleva toda la vida visitando la tienda familiar, y eso que pasa de los 70.

“Déjale que pase a dentro y enséñale las fotos”, dice la regente. En el interior, el olor a cuero inunda el local y acompaña el vistazo a las fotos que ilustran el siglo pasado, con el abuelo y el padre de María Teresa como protagonistas. José empieza a contar la historia del trabajo: “Aquí trabajamos por encargos y hacemos cinturones, bolsos, maletas, tapizados, mecheros...”. Pero no solo encargos grandes se hacen en la tienda. Si se necesita un botón, arreglar un zapato o betún para este, este es el sitio. También se pueden encontrar objetos para la equitación, como sillas de montar o bridas.

El cierre peatonal salva la crisis

Como en todos los negocios, la economía también ha afectado a la guarnicionería. “La crisis se nota, no se vende como antes” asegura José. “Antes venía un zapatero y se llevaba muchísimo cuero para trabajarlo, ahora no tanto”. Es un claro síntoma de que a los proveedores también les está afectando la situación actual. Vengan de donde vengan, los clientes son menos: “Hay de todo, clientes de toda la vida y clientes nuevos, pero por culpa de la crisis hay la mitad que antes”.

A pesar de todo, para José el local está mejor que antes “más que nada por la zona, que ahora es peatonal y no nos entra humos del tráfico al negocio, respiramos mejor”. La tienda se deja ver más que antes entre los viandantes de la calle Pelota.

En cuanto al futuro, María Teresa ya tiene algunos planes, pero cuenta que no se lo puede decir a nadie “es secreto”. Secretos como los que guarda esta tienda, testigo mudo del cambio de la ciudad en estos más de 180 años.