Risco Caído: la hora de los guanartemes

EFE

Las Palmas de Gran Canaria —

El reconocimiento otorgado este domingo por la Unesco a Risco Caído implica mucho más que la protección de uno de los yacimientos prehispánicos más espectaculares de Canarias, supone el empujón definitivo a los esfuerzos de generaciones de arqueólogos e historiadores por rescatar del olvido a una cultura milenaria, misteriosa y única.

En abril se cumplieron 537 años desde que el último caudillo de Agáldar, la capital prehispánica de Gran Canaria, Tenesor Semidán, fue bautizado con los Reyes Católicos como padrinos y firmó un acuerdo de paz que allanó definitivamente la Conquista de Canarias.

No recibió un nombre cualquiera, sino uno doblemente regio, en reconocimiento a su padrino (Fernando de Aragón) y a su rango la sociedad aborigen (guanarteme, rey), pero desde entonces en las crónicas empieza a dejar de ser el heredero del mítico Artemi y se convierte en don Fernando, el aliado canario de las tropas de Alonso Fernández de Lugo en la toma de las islas de La Palma y Tenerife.

La sustitución de Tenesor por Fernando fue casi un preludio de lo que estaba por llegar: el progresivo olvido de una cultura de raíces norteafricanas, arrinconada por otra europea que vivía horas más pujantes, la de una Castilla que estaba a punto de descubrir América y convertirse en el imperio más poderoso del mundo en su época.

No es que la cultura aborigen desapareciera sin más de las islas donde se había desarrollado durante 1.500 años, pero de ella fueron quedando solo el relato de los conquistadores y aquellos aspectos concretos que todavía hacían que parte de Europa mirara admirada a los “guanches”, como su capacidad para momificar los cadáveres.

Cuando los primeros conquistadores europeos (normandos, portugueses, castellanos...) comenzaron adentrarse en esta zona del Atlántico a final de la Edad Media, Canarias era el único archipiélago habitado de toda la Macaronesia. Ni en Azores, ni en Madeira ni tampoco en Cabo Verde había nadie, solo en Canarias.

La pregunta de quiénes eran esas personas ha levantado acalorados debates durante varios siglos. Y no es para menos. A su llegada en los siglos XIV y XV, los europeos se encontraron con habitantes en todo el archipiélago, pero con identidades distintas en cada isla.

Pueblos con tecnología propia de la Edad de Piedra por falta de metales en su entorno y que, a pesar de vivir en islas, no sabían navegar ni tenían contacto con sus vecinos de las demás islas, ni mucho menos con la costa África, situada a 100 Km de Fuerteventura.

La Unesco ha elevado este domingo a la categoría de Patrimonio de la Humanidad las llamadas Montañas Sagradas de Gran Canaria, 18.000 hectáreas que abarcan toda la Caldera de Tejeda, porque considera que ese enclave conserva el legado de culturas con raíz Amazigh del norte de África, la única cultura bereber asentada en islas.

El origen bereber de los canarios ha sido motivo también de todo tipo de polémicas académicas. Desde hace tiempo, distintos historiadores la venían defendiendo frente a otros posibles linajes (fenicios, romanos...) con base a todo tipo de indicios, que van desde los grabados en piedra y los vestigios de una lengua perdida, hasta las evidentes similitudes que existen entre las casas-cueva y los graneros colectivos que pueden verse en algunas islas con ese mismo tipo de infraestructuras trogloditas en zonas de África.

En los dos últimos años, otras disciplinas científicas han hecho que ya casi nadie discuta el origen Amazigh los canarios, en particular la genética. Investigadores de las dos universidades canarias, de sus principales museos de Arqueología y también de prestigiosas entidades internacionales, como la Universidad de Stanford, han acreditado esa conexión: los canarios eran bereberes.

Y, de paso, ha resuelto otra gran pregunta. ¿Qué fue de los antiguos canarios tras la Conquista? ¿Fueron exterminados? ¿Se perdió para siempre su linaje? Los colonos castellanos del siglo XV se andaban con pocos remilgos (los propios de final de la Edad Media en toda Europa) y sobre esa época hay todo tipo de leyendas negras con más o menos base real, como sucede con la conquista de América.

¿Dónde están los descendientes de aquellos pueblos? Pues caminando por cualquier calle de Canarias, porque un estudio de este mismo año liderado por la investigadora Rosa Fregel (La Laguna-Stanford) acredita que el 56 % de la herencia genética materna de los canarios actuales proviene de los aborígenes, mientras que solo el 39 % es europeo y el 4 %, subsahariano.

Y en paralelo, la alianza entre la arqueología y distintas disciplinas científicas está revelando cada vez más detalles de cómo era la vida diaria de aquellas sociedades aborígenes, despojándola de prejuicios, pero también de los mitos del “buen salvaje”.

Como los mayas, los egipcios o los constructores de Stonehenge, los antiguos canarios sabían mirar al cielo, en su caso para leer en los astros las estaciones y los tiempos de la siembra y la cosecha desde atalayas como el roque Bentayga o cuevas como Risco Caído, el “templo perdido” de Atevigua.

La Unesco ha decidido este domingo en Azerbaiyán que el legado de aquellos pueblos es patrimonio de todos. A 6.000 kilómetros de las islas, el sol que mueve los calendarios de piedra de la Caldera de Tejeda acaba de marcar la hora de los guanches, canarios, bimbaches, benahoritas, gomeritas y mahos. La hora de los guanartemes.