Los siete embalses públicos de Gran Canaria siguen hasta el 30 de octubre en la misma dinámica descendente de todo el 2017 y presentan un volumen de 1,3 millones de metros cúbicos de agua -cuando su capacidad supera los diez millones- uno de los peores datos del siglo XXI, según el gerente del Consejo Insular del Agua de Gran Canaria, Gerardo Henríquez.
La resignación con la que agricultores canarios aceptaban la escasez de lluvias durante el verano de este año -cuando los embalses públicos del Cabildo de Gran Canaria estaban al 22% de su capacidad- se corrobora con los datos hasta el 30 de octubre: las siete presas están al 13% de su capacidad.
“A finales de los años noventa y principios del siglo XXI hubo volúmenes muy reducidos, sobre todo en 2000 y 2001, cuando estuvimos en emergencia hidráulica” recuerda Henríquez, pero esta vez la situación es “más desfavorable” porque a penas quedan existencias, ya que los embalses aguantan con la lluvia de 2011, último año en el que cayó agua de forma abundante en la isla. La lluvia de hace unas semanas “no ha dejado nada en las presas”.
“Llevamos cuatro años difíciles, pero este ha sido criminal. Yo nunca había visto una sequía igual en Gran Canaria y ya paso la barrera de los 50 años” añade el secretario insular de la Confederación de Organizaciones Agrarias y Ganaderas (COAG), Juan Hernández.
Todas (Chira, Ayagaures, Gambuesa, Candelaria, Vaquero, Fataga y El Mulato) acumulan 1,3 millones de agua embalsamada y, excepto la de Fataga, han experimentado un descenso en conjunto con respecto al mes anterior de 100.000 metros cúbicos, siendo la de Chira la que ha perdido más agua (42.808 de metros cúbicos). Tanto la de Ayagaures como la de Fataga están prácticamente vacías (al 1%), mientras que la de Candelaria está al 6%.
La presa de Soria, la más grande de la isla (12.9 millones de metros cúbicos) y semipública, presenta 32.460 metros cúbicos, solo un 0,25% de su capacidad, también seca. Este embalse sigue tirando con las reservas que acumuló hace seis años, cuando las lluvias prácticamente llenaron su capacidad.
Sin embargo, los agricultores que pueden regar sus cultivos con el suministro de estas presas tienen asegurado el abastecimiento, como mínimo, hasta el 1 de octubre de 2018 debido a la inversión de 1,4 millones de euros del Cabildo de Gran Canaria para trasvasar 920.000 metros cúbicos de agua industrial al sur de la isla, de las más castigadas por la sequía.
“Esto supone ahorrar toda esa agua de las presas, lo que permite que las zonas más altas, a las que no se llega con agua industrial, se rieguen exclusivamente con agua de los embalses”, explica Henríquez.
Si durante el año 2018 el nivel del agua de las presas no mejora, desde el Consejo Insular de Aguas tiene planeado transportar 1.200.000 metros cúbicos más, una cantidad que, unido a lo que queda en los embalses, permitirá regar cultivos todo el año: “Esto evita tener que declarar la emergencia hidráulica porque, a diferencia de lo que sucedía a finales de la década de los noventa y principios del dos mil, tenemos mayores posibilidades de producción industrial de agua, fundamentalmente regenerada”.
“Las zonas donde llega el agua del Consejo Insular han escapado”, remarca Hernández, pero en otras geografías “se han perdido cultivos por falta de agua y además se está plantando mucho menos. Por ello hay escasez en el mercado de producto local”.
El precio del agua del Consejo Insular está entre 15 y 18 euros la hora (diez litros por segundo) algo asequible para el agricultor, pero “las aguas privadas doblan y triplican el precio y hay algunas que están a 40 euros la hora. Imposible de asumir”, explica Hernández.
Desde COAG creen que esta situación se debe al cambio climático y consideran que en Gran Canaria no ha habido una planificación adecuada: “El agua que tradicionalmente se ha destinado al campo se ha usado, desde que comenzó a crecer el sector, para las zonas turísticas. Se dice que el campo gasta mucha agua y eso no es verdad, habría que cuantificar cuánto gastan los hoteles, que gastan a mansalva porque vienen turistas europeos que no tienen una cultura de ahorro de agua” concluye Hernández.