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Corrupción e idiosincrasia

Carlos Sosa

Da gusto sentarse en las nuevas salas de vistas de la recién estrenada Ciudad de la Justicia de Las Palmas de Gran Canaria, sobre todo cuando no ocupas lo que se denomina despectivamente banquillo, que en realidad se conforma con una sucesión de sillas ancladas entre sí exactamente iguales a las que completan la zona de público. Las instalaciones son soberbias, en el más amplio sentido del término, con espacios tan diáfanos que causan perplejidad puestos en comparación con el agolpamiento de sumarios, tomos y rollos que llenan las dependencias de los juzgados que ya se han trasladado hasta esas cuatro torres levantadas en el polígono de la Vega de San José, a muy pocos metros del cementerio de Vegueta.

La sala de vistas, volvamos a ella, tiene aspecto de pequeña sala de teatro. Los estrados, la zona que ocupan los miembros del tribunal, el fiscal, el secretario y las defensas, parece una pequeña caja escénica. Lo atestiguan las maderas nobles y los elementos de insonorización que la recubren que le imprimen un tono más oscuro, en contraste con el blanco todavía radiante de la zona destinada al público. Hasta la iluminación invita a creer que allí se escenifica algo. Y se escenifica.

Este sábado, de manera extraordinaria, se abrió ese edificio para que se celebrara una sesión del juicio que se sigue por el caso Grupo Europa, destapado, como saben nuestros amables lectores, por Canarias Ahora. En el banquillo, personajes de toda índole: desde el archiconocido Jorge Rodríguez Pérez, portavoz económico del PP en el Parlamento canario, hasta la incauta esposa de un gerente que tuvo un día la empresa municipal teldense Urvitel, envuelta en esa trama por ayudar a su esposo, Juan Carlos Saavedra, a cobrar una mordida de la empresa que pretendía hacer las viviendas sociales en Telde sin pasar por la ley de contratos de las administraciones públicas.

Un banquillo con una silla de más que ocupaba a medias la anchura que presenta otro de los imputados, José Luis Mena, actual jefe del servicio de Personal del Ayuntamiento de Telde, pero que en el momento de los hechos que se juzgan se ocupaba del urbanismo y de todo lo que de él cuelga. Y en esa ciudad del sureste grancanario de 100.000 perplejas almas colgaba mucho en la época ahora bajo análisis judicial en varias causas (2003-2007).

En los estrados, los abogados, la secretaria judicial y el fiscal anticorrupción, Luis del Río, uno de los profesionales de la justicia más solitarios (por imposición de la superioridad y en parte por su propio carácter) de cuantos trabajan en Canarias. Junto a Del Río, sentado ante una pequeña mesa, el testigo de cargo e imputado, Francisco Benitez Cambreleng, que contestaba en esta sesión extraordinaria de sábado a las defensas de sus ofendidos, es decir, de los que en su denuncia de cien folios ante la Policía acusó de haber sido untados por el administrador de Grupo Europa, José Manuel Antón Marín, para recibir sus favores en el Ayuntamiento de Telde.

El tribunal lo preside quien se acaba de estrenar como presidente del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, José Ramón Navarro Miranda, auxiliado por dos magistrados de adscripción territorial que han acabado formando Sala ante las idas y venidas del abogado de Jorge Rodríguez, más dado al enredo que al desbroce, como quedó patente nuevamente en la sesión de este sábado.

Sí, José Aníbal Álvarez García no pudo disimular tampoco este sábado cuál es su intención, ni su proceder ni su procedencia: invalidar el testimonio del denunciante y hacer salir de la sala de vistas a su cliente bajo palio. Le va a costar un poco, sobre todo si no se adapta antes a la realidad donde su patrocinado supuestamente cometió los delitos por los que se le pide pena de cárcel e inhabilitación.

Porque tratar de reírse de Cambreleng cuando le contestó que su denuncia la firmó “en la Supercomisaría” o cuando utilizó la expresión “rastrillazo”, no sólo transmitió la impresión de estar acabado de bajarse del avión en Gando y tener ganas de acabar ya para poder tomar el de vuelta, sino la de llegar a este juicio como si fuera pan comido por la debilidad de un denunciante que ni se achicó ni se desdijo en ningún momento.

El abogado de Rodríguez se gusta. Tiene voz de locutor de radio o de doblador de cine y la utiliza para impresionar al respetable, ventaja que él trata de reforzar con un recorrido de su mirada en busca del reconocimiento del presidente y de su patrocinado cada vez que acaba de formular una pregunta. Cree que tiene la situación controlada, y su experiencia le permite levantarse del toletazo (otra expresión que seguramente desconocerá por no ser de aquí) sin aparentes rasguños.

Pero en el ambiente quedaron flotando sus estruendosos patinazos. Como cuando aseguró muy solemnemente que Benítez Cambreleng había hecho “una entrevista junto a la delegada del Gobierno” en Canal 9 Televisión amparándose en que en ese espacio televisivo se pasaron imágenes de Carolina Darias mientras era entrevistado el denunciante. Y a mayor abundamiento, que en ese programa Cambreleng llegó a afirmar que “no hay peor mentira que la verdad en los medios”, cuando en realidad dijo que “no hay peor mentira que la verdad a medias”, que es precisamente el clavo ardiendo del que se quieren agarrar algunos letrados en presencia para sacar a sus clientes del atolladero.

Da gusto sentarse en las nuevas salas de vistas de la recién estrenada Ciudad de la Justicia de Las Palmas de Gran Canaria, sobre todo cuando no ocupas lo que se denomina despectivamente banquillo, que en realidad se conforma con una sucesión de sillas ancladas entre sí exactamente iguales a las que completan la zona de público. Las instalaciones son soberbias, en el más amplio sentido del término, con espacios tan diáfanos que causan perplejidad puestos en comparación con el agolpamiento de sumarios, tomos y rollos que llenan las dependencias de los juzgados que ya se han trasladado hasta esas cuatro torres levantadas en el polígono de la Vega de San José, a muy pocos metros del cementerio de Vegueta.

La sala de vistas, volvamos a ella, tiene aspecto de pequeña sala de teatro. Los estrados, la zona que ocupan los miembros del tribunal, el fiscal, el secretario y las defensas, parece una pequeña caja escénica. Lo atestiguan las maderas nobles y los elementos de insonorización que la recubren que le imprimen un tono más oscuro, en contraste con el blanco todavía radiante de la zona destinada al público. Hasta la iluminación invita a creer que allí se escenifica algo. Y se escenifica.