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EL REY LEON

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Ese año se estrenó, primero durante el festival de cine de Nueva York y luego, a nivel mundial La Bella y la Bestia (Gary Trousdale & Kirk Wise, 1991), una película que era y es, aún hoy en día, la antítesis de lo que predicaban las películas creadas por Walt Disney desde que su estudio empezó a producir largometrajes de animación. Lo paradójico del caso es que, a pesar de las críticas que la película cosechó -al mostrar a un personaje femenino demasiado independiente, seguro de sí mismo y, casi diría que una abanderada del movimiento #Me too- La bella y la bestia fue un rotundo éxito en taquilla y terminó siendo nominada al Oscar a la mejor película, a pesar de no ser una producción de imagen real sino un largo de animación.

La bella y la bestia © 1991 & 2019 Walt Disney Pictures, Silver Screen Partners IV & Walt Disney Feature Animation.

Un año después y aún con la melodía de las canciones de las película -canciones que terminaron por soportar el primer musical de Broadway basado en una película de la factoría Disney- se estrenaba Aladino (Ron Clements & John Musker, 1992), adaptación de la milenaria historia contada en el libro de Las mil y una noches y que, por difícil que pudiera sonar en aquellos tiempos en donde la animación aún se consideraba un producto destinado para el público infantil, logró convertirse en la película más taquillera de aquel año.

Dos años después y con un listón muy alto que superar, Walt Disney Animation Studios presentaba El rey león (Roger Allers & Rob Minkof, 1994), película que no solamente sobrepasó las recaudaciones de las dos anteriores, sino que demostró que la animación era un territorio ideal para tratar temas mucho más adultos, por mucho que la parte de la crítica y el público pensaran lo contrario.

Dotada de una sensacional banda sonora -compuesta por Hans Zimmer y del trabajo conjunto de Tim Race y Elton John, responsables de algunas de las canciones más inolvidables de cuantas han sido compuestas para los musicales animados de Walt Disney- el guion que luego se rodó fue el resultado del duro trabajo desarrollado por una veintena de escritores. Y es que El rey León mezcla el espíritu que volcara en sus libretos el genial William Shakespeare, junto con los ecos de la leyenda del rey Arturo y su visión de una tierra y de un rey que le dé un sentido a todo.

El rey león © 1994 & 2019 Walt Disney Pictures.

Épica, dramática, con personajes y situaciones que resumían las miserias y las grandezas del ser humano desde que a éste le dio por vivir en sociedad, resulta difícil no sentir cómo se te encogía el corazón ante la osadía y la traición de un ser tan degenerado como es Scar para con su hermano Mufasa y cómo, luego, el traidor articulaba todo un torticero discurso para apartar del trono a su sobrino, Simba. En esto, como en otras cosas, el libreto argumental sobre el que se sustenta toda la narración es el más clásico de las tres películas anteriormente citadas, sobre todo a la hora de repartir los papeles y la posición en el tablero de juego. Simba, por ser el primogénito de Mufasa, debe ser el rey, sin tener en cuenta sus verdaderas necesidades y sus cualidades para el mando.

Hoy en día, la nueva adaptación, dirigida por Jon Favreau, aun siendo de animación logra hacerte olvidar el rostro de los animales que la protagonizan para ir un paso más allá y pensar que quienes interactúan en la pantalla son seres de carne y hueso. La película podría ser tachada de inmovilista, al no reconocer la valía de sus personajes femeninos, en particular la de Nala. La joven leona, poseedora de unas indiscutibles dotes de mando y deseosa de probar su valía frente a quienes tratan de limitar sus aspiraciones de ser una líder en un mundo que solamente le pone trabas, bien podría ser la sustituta natural de Simba, un ser demasiado condicionado por una realidad que no siempre es del agrado de quienes nacen predestinados para una determinada tarea.

En su día fueron muchos los que señalaron las muy acertadas similitudes del guion de la película original con Kimba the White Lion, serie escrita y dibujada por el inimitable y capital Ozamu Tezuka, el todavía considerado “dios del manga” para quienes hemos crecido con los cómics y las series de animación llegadas desde el país del sol naciente. Es más, sin negar que las influencias están ahí -muchas veces no se es del todo consciente de la forma en la que luego se reflejan en tu trabajo- resulta un tanto pueril argumentar ignorancia o desconocimiento ante el trabajo de uno de los mayores creadores del siglo XX…

Sea como fuere, esta nueva versión del clásico de animación de 1994 -realizada por medio de las nuevas tecnologías y por el enorme potencial económico de Walt Disney Pictures- es la que menos se sale del guion original, escrito hace más de dos décadas. Aladino (Guy Ritchie, 2019) y La bella y la bestia (Bill Condón, 2017) sí que buscan ir un paso más allá a la hora de tratar a los personajes principales y/o en cómo se plantean determinadas situaciones. Esto, en parte, se debe a que sus bases argumentales están sustentadas en valores y preceptos clásicos y universales, los cuales, por mucho que las nuevas generaciones se empeñen en denostar, forman parte de la historiografía de nuestra sociedad.

El rey león © 2019 Fairview Entertainment & Walt Disney Pictures.

El rey león, sin embargo, es una tragedia, igualmente clásica, con personajes que representan a quienes han ido formando parte de nuestra sociedad humana. Por mucho que quieran, éstos no pueden ser liberados por su amo, como el genio de la Aladino, ni regresar a su condición de ser humano antes de que una rosa pierda todos sus pétalos, tal y como le sucede al personaje protagonista de La bella y la Bestia. No, Mufasa, Sarabi, Simba, Scar, Nala, Zazu y los inimitables Timón y Pumbaa responden a unos parámetros prefijados, al igual que los personajes de William Shakespeare, los integrantes de la corte del rey Arturo y, si me permiten el símil musical, a quienes integran los libretos de las óperas compuestas por Giuseppe Verdi, Giacomo Puccini o Wilhelm Richard Wagner, el compositor que elevó la épica y la mitología clásica hasta el olimpo de las pasiones más humanas y desgarradoras.

El rey león © 2019 Fairview Entertainment & Walt Disney Pictures.

Sea como fuere, en esa nueva versión hay todo lo que se ya se vio en 1994, eso sí, con mayor realismo, mayor dramatismo y cierto toque de nostalgia para un momento en el que la animación dejó de ser la “hermana pobre e infantil” del séptimo arte para transformarse en un sensacional vehículo para contar historias, algo que Osamu Tezuka y Hayao Miyazaki llevaban años demostrando en el otro extremo del globo, pero que, en el mundo occidental, costó décadas y fracasos aceptar.

Además, ¿a quién no se le ha ocurrido decir Hakuna Matata cuando las cosas no le van como a uno quisiera?

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.

© 1991 & 2019 Walt Disney Pictures, Silver Screen Partners IV & Walt Disney Feature Animation

© 1994 & 2019 Walt Disney Pictures.

© 2019 Fairview Entertainment & Walt Disney Pictures.

Ese año se estrenó, primero durante el festival de cine de Nueva York y luego, a nivel mundial La Bella y la Bestia (Gary Trousdale & Kirk Wise, 1991), una película que era y es, aún hoy en día, la antítesis de lo que predicaban las películas creadas por Walt Disney desde que su estudio empezó a producir largometrajes de animación. Lo paradójico del caso es que, a pesar de las críticas que la película cosechó -al mostrar a un personaje femenino demasiado independiente, seguro de sí mismo y, casi diría que una abanderada del movimiento #Me too- La bella y la bestia fue un rotundo éxito en taquilla y terminó siendo nominada al Oscar a la mejor película, a pesar de no ser una producción de imagen real sino un largo de animación.