La esperanza es lo último que se pierde
Pocas alegrías nos ha dado el chorreo político de las últimas semanas. Aunque alguna hay, como verán más adelante. De momento les diré que el ambiente puso de los nervios a los que tuvieron en algún momento la sensación de que los españoles están por volver a las andadas de los años 30. Aunque ya son muy pocos los participantes vivos en la guerra civil española y no serán muchos más los nacidos en los años de la segunda contienda mundial o en los inicios de la guerra fría que sigan por ahí. En cualquier caso, poco pintan ya. Y no creo que esté muy presente en los actuales españolitos aquella contienda, por más que hayamos oído no pocas e inopinadas referencias a la posibilidad de que los españoles vuelvan a las andadas. Cansado estoy de que me recuerden con mayor o menor exactitud los versos con que Machado previno a los españolitos que vienen al mundo del peligro de las dos España, la que muere y la que bosteza, con la advertencia de que una de las dos les ha de helar el corazón.
Desde luego no faltan razones para que se le hiele el corazón a cualquiera. Más que nada por los esfuerzos considerables de las fuerzas políticas en presencia para organizarse en bloques con un grado creciente de enfrentamiento a menudo insuperable. Hay un bloque de derechas, formalmente suscrito por PP, Ciudadanos y Vox, y otro de izquierdas con el PSOE, Podemos, etcétera, entre los que figuran algunos que la derecha califica de nacionalistas, populistas y separatistas. Lo sean o no, que esa es otra.
Resultan curiosos los posicionamientos del bloque de derechas. Particularmente el de Ciudadanos al que se le llena la boca en defensa de la 2 Constitución y exigiendo a los demás patentes democráticas para pactar aunque a la hora de la verdad se alía con un partido como Vox, declaradamente contrario a la democracia parlamentaria actual al que ha abierto las puertas del sistema que quiere tumbar. No es necesario entrar en detalles porque basta como muestra lo ocurrido en el Ayuntamiento de Barcelona. Allí, Ciudadanos había decidido impedir que se hicieran con la alcaldía los separatistas, populistas y comunistas quitando de en medio a la alcaldesa en funciones, Ada Colau. Pero ocurrió que Manuel Valls, cabeza de la lista naranja, decidió apoyar a Colau para cerrarle el paso a la alcaldía al separatista Ernest Maragall. Valls obró, pues, de forma consecuente al poner por delante el objetivo de mantener a raya a los independentistas. Lo que no gustó a Rivera que rompió con Valls quien mostró con su maniobra que no se es en vano ex presidente del Gobierno francés. Sin duda, es grande esta contradicción de Rivera que se une a la ya mencionada de exigir patente democrática a todo bicho viviente y al propio tiempo actuar como presentador en sociedad e impulsor en la escena política de Vox, que agrupa a la ultraderecha contraria a la democracia constitucional que dice defender.
Es característico de la estrategia política de bloques acordar con grupos afines remar todos en la misma dirección y cerrarle el paso al bloque contrario. El formado por PP-Ciudadanos-Vox nació, aparte de para servir los intereses que ya amparaba la dictadura franquista, a la que añora, con un objetivo fundamental: hacer frente y detener, destruir a ser posible, al bloque de izquierdas, ocultando su actual inexistencia pues Pedro Sánchez no parece demasiado proclive a liarse la manta a la cabeza con Podemos, los independentistas catalanes, los nacionalistas vascos y demás grupos que puedan apoyar su investidura, la que obtendría con la simple abstención de PP y Ciudadanos que permitiría la investidura de Sánchez sin necesidad de pactos. O sea: abocan al PSOE a buscar esos apoyos que esgrime al mismo tiempo como prueba de la antiespañolidad de Sánchez con la que tratan de amedrentar a la gente. Estaríamos así ante otra característica de la política de bloques, la del odio mutuo con frecuencia irreconciliable. Un odio que, de momento, sólo parece anidado con fuerza en el de derechas que con tal de destruir a Sánchez no ha dudado en apopar a Vox, a despecho de los problemas que eran de prever y que ya le está planteando al reclamar la parte que le corresponde de su botín electoral. A lo que habría de añadirse lo señalado en el Ayuntamiento de Barcelona donde la derecha prefería a un independentista como Ernest Maragall que a Ada Colau, lo que movió la iniciativa de Valls para impedirlo. A lo que habría de añadirse lo ya dicho acerca de la forma en la que critica y hasta amenaza esa derecha, a Pedro Sánchez si recurre a la izquierda para ser investido presidente al tiempo sin permitirle otra salida que esa, la de liarse con la izquierda al negarse la derecha a abstenerse y anunciar su voto en 3 contra. Ni come (porque no pueden) ni deja comer esta derecha que trata de destruir a Sánchez a como dé lugar y presentarlo como aliado de los extremismos, lo mismo que en su día hizo a Zapatero aliado de ETA.
Está claro que España tiende a caer en la política de bloques enfrentados e incapaces de llegar a acuerdos ni siquiera en las grandes cuestiones de Estado a las que ponen también en solfa si estiman que interesa a sus designios. Una de esas cuestiones de Estado ellas es, ahora mismo, la lucha contra el cambio climático que esa derecha ha negado y ridiculizado históricamente hasta el punto de considerarla “invención” de la izquierda. En fin, imagino que se acordarán del primo de Rajoy, al que éste aludió como experto en estos asuntos. La derecha logró arrebatar a a Manuela Carmena de la alcaldía madrileña y lo primerísimo que hizo fue paralizar el proyecto de Madrid Central orientado a rebajar el grado de contaminación que aporta el tráfico rodado. No se habían apagado los aplausos de bienvenida al nuevo alcalde (del PP para que no se diga) cuando se dio la orden de abrir de nuevo la Gran Vía al tráfico que es, ya saben, una de las notas características de la personalidad de Madrid, Ayuso dixit. Dejaron en suspenso un proyecto bendecido por la UE a la que, por fin, vemos preocuparse seriamente por la cuestión universalizada de salvar el planeta.
En cuanto a Barcelona, debe decirse que con un 36% de los votos (10 concejales de un total de 41) no es posible imponer una agenda separatista que la mayoría de los demás grupos rechaza. Por no hablar de la izquierda catalana que acusó Colau de ser subordinada del Ibex 35.
¿Para qué quieren el poder?
Mi intención inicial era darle un repaso a las elecciones en las Islas, idea que abandoné al comprobar que el guirigay no llevaba a ninguna parte y no merecía la pena el esfuerzo. La sensación de que es el poder lo que realmente interesa a los partidos en general y no lo que puede hacerse con él acabó por imponerse. Aunque, por último, decidí ocuparme del Ayuntamiento de Las Palmas y del Cabildo de Gran Canaria. En el primer caso, la jornada electoral dejó a los mismos que ya estaban con el socialista Augusto Hidalgo en la alcaldía, al frente de un tripartito que ha funcionado. No habrá, sin duda, grandes novedades en la gestión de los próximos cuatro años pero todo indica que la gestión de Hidalgo en la alcaldía puede quedar entre las mejores que ha tenido la ciudad, muy favorecida, además, por el entendimiento de los grupos con los que ha pactado. Entre los que no figura Coalición Canaria-UxGC, lo que resulta llamativo y buena muestra de por donde anda la desdibujada CC grancanaria y su socio que se mueve en la órbita ática predominante en CC. Conviene no perder de vista en Gran Canaria a estos nacionalistas de los que es portavoz municipal Francisco Candil, que sustituyó a Nardy Barrios. Y es que en su primera intervención Candil proclamó que los 4 grancanarios “tenemos que dejar a un lado a los enemigos inexistentes para crear sinergias con el resto de las instituciones canarias”. Ese “enemigo inexistente” es, por supuesto, el espíritu ático que alienta por todas partes desde que logró hacerse con el control del Gobierno. Ya aburre pararse a hacer relación de las grandes y las pequeñas faenas de ese grupo encriptado en el Gobierno que nada tiene que ver con el tinerfeño común y corriente y sí con la trayectoria de esos personajes que a la sombra del Gobierno o atrincherados en él se han enriquecido a base de cosas feas. Ahora han comenzado a salir a la luz casos de los que algunos eran un secreto a voces. No es casualidad que estos feos asuntos hayan salido a la luz en Tenerife tras veinte y pico años de un estilo gubernamental reconocible. Ya le tocará el turno a Gran Canaria. De momento sólo tenemos, ya dicho, la recomendación de Candil para que dejemos de lado a un enemigo que para él no existe. Si él así lo cree, que lo siga creyendo.
Pero, ya ven, también hay algún motivo de alegría. Como lo es que Antonio Morales y Luis Ibarra, aspirante socialista a la presidencia del Cabildo grancanario, que sigue ocupando Morales, se han encontrado, al fin. Han hecho las paces como si dijéramos. Morales lo ha pasado mal con las tremendas embestidas que ha sufrido. Las ha aguantado aunque no siempre con el mejor tino, como soportó las críticas del mismo Ibarra sin traspasar los lindes de lo tolerable en una campaña electoral. Por mi parte, siempre he tenido buena opinión de Ibarra, la que refrendó con su trabajo al frente del Puerto de La Luz; y lo mismo digo de Morales que hizo una excelente labor como alcalde de Agüimes y a quien algunos veíamos hace años de presidente del Cabildo. Si los acuerdos a que hayan llegado se mantienen, estoy convencido de que entre los dos, cada uno en su papel, pueden hacer grandes cosas y si el gobierno municipal logra sus objetivos, quizá pueda disfrutar Las Palmas de Gran Canaria y su isla de unos años felices, lo que no es poco en la actual coyuntura del planeta.
Por lo que toca a Luis Ibarra, creo que merece un amplio margen de confianza, el que se ha ganado y cabe esperar, de él y de Morales que profundicen en su entendimiento y colaboración como la mejor fórmula de gobierno posible que se extiende al Ayuntamiento de la capital. Ganaremos todos si este entendimiento se mantiene con una inteligente interpretación de lo que es realmente la Isla en la que estamos. La esperanza es lo último que se pierde.
Dejo para otra ocasión el juego que se trae Casimiro Curbelo, líder gomero, que está muy en su derecho de administrar sus poderes como le parezca, siempre y cuando nos permita a los demás recordar que ya ha pasado casi un mes de las elecciones, lo que parece tiempo suficiente para que se decida por unos, por otros o por los de más allá. Ya jiede tanta demora, que dijo el poeta.
Pocas alegrías nos ha dado el chorreo político de las últimas semanas. Aunque alguna hay, como verán más adelante. De momento les diré que el ambiente puso de los nervios a los que tuvieron en algún momento la sensación de que los españoles están por volver a las andadas de los años 30. Aunque ya son muy pocos los participantes vivos en la guerra civil española y no serán muchos más los nacidos en los años de la segunda contienda mundial o en los inicios de la guerra fría que sigan por ahí. En cualquier caso, poco pintan ya. Y no creo que esté muy presente en los actuales españolitos aquella contienda, por más que hayamos oído no pocas e inopinadas referencias a la posibilidad de que los españoles vuelvan a las andadas. Cansado estoy de que me recuerden con mayor o menor exactitud los versos con que Machado previno a los españolitos que vienen al mundo del peligro de las dos España, la que muere y la que bosteza, con la advertencia de que una de las dos les ha de helar el corazón.
Desde luego no faltan razones para que se le hiele el corazón a cualquiera. Más que nada por los esfuerzos considerables de las fuerzas políticas en presencia para organizarse en bloques con un grado creciente de enfrentamiento a menudo insuperable. Hay un bloque de derechas, formalmente suscrito por PP, Ciudadanos y Vox, y otro de izquierdas con el PSOE, Podemos, etcétera, entre los que figuran algunos que la derecha califica de nacionalistas, populistas y separatistas. Lo sean o no, que esa es otra.