Congreso con resaca
“Yo solo he sido presidente del PP catorce años; del Gobierno, ocho años y diputado veinte, pero, probablemente, eso no da derecho a ninguna invitación”. Así expresó José María Aznar su contrariedad ante el feo que le hizo ¡a Él!, la Comisión organizadora que no lo invitó al alarde de democracia ma non troppo del Congreso del PP. La Comisión aprovechó la elaborada soberbia con que proclamó el ex líder no sentirse representado por nada ni por nadie para no cursarle la invitación y no darle la oportunidad de rechazarla. Por si alguien no recuerda el aplastante peso del hoy ex de casi todo, recordaré que el mismísimo Fidel Castro lo llamaba “Franquito”; admirativa y respetuosamente, claro. Una consideración del difunto líder cubano en abierto contraste con el cenutrio proceder de la Comisión congresual incapaz de comprender que los prontos de personajes de su calibre los provoca un Ego inevitablemente inflamado de por demás; un malejón que en la Sanidad pública pasa por mera hinchazón y en la privada llaman “tumefacción” o “intumescencia”. Todavía hay clases.
Aznar ¡presente!
Si indagamos en la génesis del supuesto desencuentro de Aznar y de los organizadores del Congreso, imagino que inquietó a los comisionados que Aznar no sintiera representada su Grandeza ni por Dios bendito. Aunque no sé la razón de semejante inquietud salvo que sean demasiado jóvenes y no tengan un abuelo que les cuente batallitas como la de que el presidente Bush lo llamaba “ansar”, vocablo castellano derivado del latín (ansereris=ganso) perdonando el modo de señalar pues bien sabido es que, aunque en desuso, llamar eso, ganso, a alguien, sigue siendo un insulto sólo tolerable, por lo visto, en labios del amo interino del mundo, cual fue el caso.
Pero, a lo que iba: los comisionados decidieron por fin no invitarlo. Tuvieron sus dudas, las que resolvió el propio Aznar al proponerse para liderar un centroderecha unido bajo el PP refundado para pararle los pies de una vez a los que quieren destruir España; o lo que quede de ella tras el devastador tratamiento neoliberal que iniciara precisamente Aznar. Comprendieron, los comisionados, la profunda sabiduría de nuestros mayores al aconsejarnos que nunca dijéramos de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre. Decidieron, como digo, no invitarlo y hacer como si olvidaran que Casado es de la cuerda de Aznar, según ha reconocido él mismo y pudo verse cuando arremetió contra los que piden el cumplimiento de la ley de Memoria Histórica acusándoles de andar de fijo con las “batallitas del abuelo” y otras lindezas hasta confesarse harto de “esa gente”, la que quiere sacar los restos de sus familiares de las cunetas, de los pozos o de las simas. Es verdad que su primera entrevista tras ser elegido presidente del PP fue con Rajoy, pero no es menos cierto que, a renglón seguido, Casado recibió a Aznar; o fue recibido por él, al decir de quienes cronometran todo y aseguran que conversó más tiempo con él que con Rajoy. Tendrían más cosas que decirse, digo yo.
Y Soria no menos presente
La tercera entrevista del nuevo presidente pepero fue con Soraya Sáenz de Santamaría. De las dos primeras poco se sabe pero sí ha trascendido la negativa de Casado a darle al bando de Soraya un número de cargos equivalente o así al 43% que fue el porcentaje de votos obtenido por su candidatura presidencial derrotada. Como no me gusta meterme en asunto de personas mayores, sólo diré que Casado no le regateó a Soraya elogios durante la campaña y aseguró que de ganar él contaría con ella y su gente. Dio, el hombre, sus razones, tan sensatas como las que da ahora, ya en la presidencia, para rechazar las pretensiones de Soraya que acaba de comprobar que no hay burros volando por esos celajes. No sé si es imaginar demasiado que Dolores de Cospedal, que se lleva fatal con Soraya, puso de su parte para dejarla en la calle y sin llavín; que no se decantó ella por Casado para que ahora consiga la niñata ésa acomodo a su sombra.
Vistos estos primeros compases de la nueva etapa del PP, resulta evidente que los enfrentamientos se han enconado y ya veremos si no los hay nuevos. De momento, hay sorayos quejosos que acusan a los de Casado de “no saber ganar” y de “haberlos pasado a cuchillo”. Sin contar el plantón de Soraya a Pablo Casado el jueves último al no personarse en una reunión prevista de antemano.
Tantos dimes y diretes allá por las Españas no deben distraernos de la reaparición del macho Soria. El tampoco puede ver a Soraya así que se confirma definitivamente lo que era fama: ella fue, como vicepresidenta del Gobierno, determinante de la dimisión inducida de Soria como ministro de Industria. No sé si consolará al vengativo teldense, pero no hay duda de que ha aportado su granito de arena a la conversión del verbo “dimitir”, personal e intransitivo, en transitivo total: del “yo dimito” al “yo te dimito”. Y a lo que iba: la nueva dirección del “honesto partido” que es el PP, al decir de Casado, ha recuperado a Soria. Puede cometer de nuevo el PP el error de Rajoy al que se advirtió de que tuviera cuidadito con él.
Confiemos en que vaya lo uno por lo otro y podamos, al fin, saber cómo se las arregla este hombre para salir con bien de feos asuntos a los que no es ajeno. Como lo fue el caso eólico en el que acaba de dictarse sentencia. Todo empezó a partir del concurso para la instalación de aerogeneradores en el Puerto de Arinaga, cuando se ordenó a Francisco Cabrera, director de la empresa pública Megaturbinas de Arinaga que entregara a una empresa privada, de la familia Esquivel, toda la documentación técnica y administrativa que había preparado para concurrir al concurso; o sea, que renunciara a presentarse en beneficio de la privada perteneciente al que era entonces casero de Soria; a título gratuito por decirlo de alguna manera.
En Megaturbinas de Arinaga, empresa pública como se indicó, participaban el Cabildo de Gran Canaria, el Gobierno canario y Puertos del Estado, con especial incidencia, supongo, del Puerto de La Luz. La cuestión es que en aquel momento José Manuel Soria era presidente del Cabildo grancanario, el socio de mayor peso, al menos el suficiente para darle a Francisco Cabrera la orden de entregar a la empresa de su casero la documentación y retirarse del concurso. Además, Luis Soria, su hermano, era el consejero de Industria del Gobierno canario, otro accionista y por si fuera poco, José Manuel Arnáiz, presidente de la Autoridad Portuaria, el tercer accionista, José Manuel Arnáiz, se reconocía públicamente como hombre de Soria. El asunto tardó casi tres lustros en ser sometido a juicio y no son pocas sus implicaciones si bien lo que siempre me ha llamado la atención es que nadie, mucho menos Soria como principal protagonista, ha explicado los motivos que llevaron a quitar de en medio a Megaturbinas, debilitando la presencia pública en el sector de las energías alternativas sin que ni siquiera se hayan ofrecido explicaciones políticas.
La habilidad de Soria para escabullirse de asuntos en los que se ha notado y hasta visto su mano no puede negarse. Víctima de ella fue Rajoy y tuvieron que venir los papeles de Panamá para que cayera en la cuenta. Algo parecido puede decirse del tremendo lío en que anda el juez Salvador Alba. Y paro de contar para no aburrir.
En toda su trayectoria Soria ha mostrado siempre un carácter vengativo. No son pocos quienes lo temen y hay quienes no le auguran nada bueno a Asier Antona, actual presidente del PP canario tras suceder al propio Soria. Antona ha tratado de recuperar al partido en las islas reconstruyendo lo destruido por Soria, al que no se ha sometido. De cara al Congreso que acaba de celebrarse se inclinaba por Soraya aunque, me dicen, decidió por último apoyar a Casado del que asegura que conoce bien los asuntos canarios. Que es lo que siempre se dice.
Después del Congreso
Muchos comentaristas han insistido en la escasa práctica democrática del PP que ha evidenciado su Congreso, aunque no creo que sea carencia exclusiva del PP pues se observa en casi todas las fuerzas políticas (subrayo el “casi” por si alguien quiere exceptuarse). Desde luego, está claro que los populares se han sentido obligados a darle unas manitas de barniz democrático a su organización y funcionamiento y a convocar un Congreso con el propósito de poner la casa en orden.
La primera cuestión, ya apuntada, es la organización aprisa y corriendo del Congreso. Nadie esperaba que la moción de censura socialista prosperara frente a un Rajoy que acababa de conseguir los apoyos precisos para sacar adelante los Presupuestos del Estado y daba por sentado que acabaría la legislatura en La Moncloa. Era su ilusión y que Sánchez lo descabalgara contra todo pronóstico fue un batacazo tan contundente que dimitió de inmediato como presidente del PP y anunció su retirada de la política, lo que determinó la inmediata convocatoria del Congreso que dio la presidencia del partido a Pablo Casado.
Tal y como anda el patio, era preciso demostrar que también el PP practica la democracia interna y somete su actuación política a la voluntad de la militancia. Como ya se indicó, la sorpresa de la victoria de la censura socialista descolocó a la dirección del PP a la que cogió con el pie cambiado. No había tiempo para organizar bien unas elecciones del partido a escala nacional de las que salieran los representantes de las organizaciones regionales en el Congreso para elegir nuevo presidente. Aunque pueda considerarse atenuante, por así decir, la premura con que tuvieron que actuar, no es menos cierto que el sistema de elección de compromisarios no es el ideal pues no los eligieron los militantes sino que de una u otra forma los designaron los mandarines del partido que no iban a dejar de caer en la tentación orientar sus votos. Si se fijan, la primera vuelta de las elecciones, en la que votaron los militantes, ganó Soraya a la que superó Casado, con el apoyo decisivo de Cospedal, en la segunda vuelta en que votaron los compromisarios.
Por lo que llevamos visto, no parece que Pablo Casado vaya a tener fácil conseguir la unidad del PP. Salvo que los intereses que condicionan la vida política tiren de cornetín para recomponer el bloque de centro-derecha. Que es, justo, donde entra en escena Albert Rivera. O sale de ella, vayan ustedes a saber. Quizá podamos averiguar en los próximos meses si atinaron los convencidos de que Rivera y Cs surgieron para relevar a Rajoy y al PP. Una operación sin duda inteligente desde la perspectiva de los intereses que la concibieron pero que sobre el papel podría llevar a un estancamiento del desarrollo de la democracia española. Pero Rajoy ya no está y se le nota a Rivera su desconcierto. Le han movido las fichas y Pablo Casado, que sin duda tratará de derechizar más al PP, no es Rajoy lo que, dicho en canario, equivale a decir que a Rivera le ha salido un buen gallo del que se recuerdan comentarios, como los relacionados con la memoria histórica que no indican nada bueno.
Sigue Rivera insistiendo en la convocatoria de elecciones anticipadas aunque sin la vehemencia de ocasiones anteriores. Será que los socialistas, que parecen dudar ahora entre agotar la legislatura como pensaban o convocar elecciones antes de que Casado consiga “rearmar” al PP, piensan en una nueva especie de bipartidismo pues si se le han bajado los humos a Cs no parece que Podemos esté en condiciones de aportar demasiado.
Lo que sea, sonará.
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