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Y dos huevos moles

José A. Alemán en el Foro de Periodismo de Gran Canaria

José A. Alemán

Me di cuenta de que era viejo por primera vez al sorprenderme añadiendo a los dígitos que arrastro, muy al estilo Rajoy, lo de “dicho de otra manera: ya he cumplido unos cuantos años”. O sea: una edad en que es inevitable el reblandecimiento que aprovecharon Carlos Sosa y Alexis González para traerme aquí, so pretexto de que 18 años contra corriente en este gremio tienen tela.

Yo estaba ocupado con un postre de huevos moles cuando ellos me pusieron en el aprieto. Y debieron darse cuenta entonces de mis reiteraciones viejunas, porque añadieron enseguida la opción de no hablarle a ustedes, recoger el recordatorio y volver a mi asiento. No sabían que cojo güiros y no se percataron de que calé su compartida esperanza de que escogiera la segunda opción y no les arruinara el acto, de modo que elegí la primera, para fastidiar.

Pero como no soy rencoroso, por comodidad y no por espíritu cristiano, agradezco, a los dos, la ocasión de contarles que la primera lección de Periodismo la recibí en el Colegio, en 3º o 4º de Bachillerato, de cierto entrenador de fútbol que redujo este deporte a cuatro movimientos en la cancha: “vista larga, paso corto, mala intención y brincos al portero”.

Es éste un relato obligado porque andan por ahí tres de mis cuatro nietos y no quiero decepcionarlos pues Andrea quiere ser periodista; a Carlos se le da el fútbol y espero que compense generacionalmente mi escasa habilidad con el balón; Naia, catalana ella, está aún sin definir por edad y el cuarto, Arai, su hermano, también catalán de año y medio, todavía no entiende nada pero se fija mucho.

El día de aquella lección, ya sabía que lo mío no era el fútbol y no se me ocurrió que sería periodista hasta tiempo después de los primeros pinitos en Diario de Las Palmas y La Provincia, periódicos a los que debo mucho. Y en eso estaba cuando recordé aquellos cuatro “mandamientos” futboleros que se me antojaron útiles para el ejercicio periodístico del momento. Es decir, vista larga para verlas venir; el paso corto para no facilitarle el trabajo a la Brigada Político Social franquista; la mala intención que atribuía el Régimen a los eternos descontentos, erróneamente porque las intenciones eran de las peores; y los brincos al portero, el movimiento sin duda de mayor riesgo pues los malditos saltaban más, manejaban manos y codos y dominaban el arte de dejarte el ojo como quisieran ponértelo la “gristapo” antidisturbios.

Un buen día llegó la Transición, ahora denostada por quienes no advierten que los problemas de hoy son resaca de la Dictadura de ayer. Y que si el proceso democrático se estanca sería el éxito de los añorantes del franquismo ya que su objetivo es ese. Los equivocados son, pues, los maximalistas, impacientes porque pasan los años sin que nadie ponga coto a esos añorantes, a sus provocativos actos de exaltación fascista tolerados y hasta financiados por las instituciones alegando la libertad que ellos negaron y persiguieron violentamente.

Creo que el error de los maximalistas es el hipercriticismo como enfermedad infantil que, además de afectar a la marcha del proceso democrático, devino en un anti europeísmo que ha debilitado a la UE frente a los populismos nacionaleros a los que debe Europa, en buena medida, dos guerras mundiales libradas en los primeros 50 años del siglo pasado.

Desde luego, no hay motivos para sentirnos orgullosos de la UE. El drama de los inmigrantes, los comportamientos contrarios a los principios de la Unión de varios miembros, el choque de mentalidades Norte-Sur, la insolidaridad, etcétera, no ayudan. Y si nos remontamos a la guerra fría, recordemos cuanto interesó a las potencias europeas apoyar a las dos dictaduras de la Península Ibérica. En 1989, con la caída del muro de Berlín proclamó Gorbachov el comienzo de un nuevo orden mundial que ha resultado de lo más desordenado.

Termino con el hispanista francés de origen español, Joseph Pérez, que señaló la tendencia en todas partes a concentrar la vida política en dos partidos principales, uno de derechas y otro de izquierdas, que siguen una línea parecida. No digo que el bipartidismo sea recomendable sino que no podemos olvidarlo como la fuerte realidad que es que nos obliga a considerar los pros y los contras de todo y a entender la razón de que cuando cualquiera de los dos llega al poder, vuelvo a Pérez, pone en práctica, sin admitirlo, lo que combatían desde la oposición. Porque están sometidos a las exigencias de la mundialización, de los mercados financieros y de las instituciones europeas que se han escarranchado sobre los partidos nacionales.

El mismo Pérez pone el ejemplo del FMI, el regulador del capitalismo mundial que en 2007 nombró director al socialista Dominique Strauss-Kahn, indicio de que ya no existen diferencias fundamentales; lo que confirmó la dimisión de Strauss-Kahn y su sustitución sin problemas por Christine Lagarde, que fuera ministra de Hacienda con Sarkozy y considerada una señora muy de derechas.

En esa línea cree Pérez que el problema de las democracias occidentales son las insuficiencias de un modelo representativo no del electorado que vota sino de los aparatos de los partidos, que imponen los candidatos a los que puedes votar. “Habría que inventar”, vuelvo a sus palabras, “una forma de democracia participativa en la que el ciudadano se sienta más directa y personalmente implicado. Pero esto es más fácil de decir que de conseguir”, asegura.

Creo que contribuir a la construcción de ese nuevo modelo de democracia participativa es una de las tareas del Periodismo de hoy. Y que siendo críticos, sin hipercriticismo, con la Transición, deberíamos agradecerle al menos que podamos escribir, hablar y reunirnos a debatir sin que venga la Policía política, el caballo de Pavía o cualquier otro animal a hacernos salir manos arriba y con el carné en la boca.

*José A. Alemán es el primer premio Canarias Ahora.

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