Pactos: el PP sin perro que le ladre
El otro día les dije que el país estaba para adelantar las elecciones generales. Pasé de plazos establecidos entre convocatorias y de si realmente merece la pena apurar el tiempo que queda de legislatura. Me preguntaba si tenía sentido que de aquí a noviembre siga Rajoy legislando en solitario con su mayoría según le cuadre. Su comparecencia del martes pasado ante la cúpula de su partido y los medios informativos me reafirmó en esa idea por la impresión de que sigue sin enterarse y que pretende continuar tal cual.
La lectura que hizo Rajoy de los resultados electorales podría inspirar al menos un capítulo de Antoñita, la fantástica, la vieja serie de la tele. Reconoció, menos mal, que los resultados no fueron los que hubiera querido para añadir que, de todos modos, el PP ganó las elecciones como partido más votado. Una versión de aquello tan isleño del equipo derrotado que regresa a casa cantando aquello de “¡fuerte paliza les peguemos ellos a nosotros!”.
Es cierto, desde luego, que a pesar de la tremenda pérdida de votos respecto a las elecciones de 2011, el PP obtuvo el 27% de los emitidos, seguido de cerca por el 26% del PSOE. De lo que dedujo alegremente que la mayoría de los españoles respaldan su política; lo que deja el descalabro del domingo pasado en mera contrariedad ocasional que se superará en los próximos meses, cuando los electores recuperen el famoso sentido común y comprendan el esfuerzo del Gobierno para sacarnos de la horrible situación heredada de Zapatero. Oculta que si bien no heredó una perita en dulce, su gestión ha empeorado la situación personal y familiar de millones de españoles, que en algunos casos el objetivo marcado es alcanzar determinados índices donde los dejó Zapatero, después de toda una legislatura beneficiando a los de siempre, de los que se agarra para hablar de “recuperación”. Y para que nadie diga que no hace autocrítica, atribuyó el “contratiempo” electoral a fallos de comunicación que, una vez corregidos, hará que el electorado le confíe de nuevo la presidencia del Gobierno para los próximos cuatro años. Con todo, se mostró muy realista ante el Comité Ejecutivo Nacional del PP al advertir a los descontentos que no tiene el partido mejor candidato que él; o sea, que no disponen de otro candidato por lo que la consigna es aguantar y aguantar. Por eso, para aguantar, anunció que no hará cambios en el Gobierno ni al frente de la organización pepera. Aunque al filo de cerrar estas páginas he sabido que el malestar interno parece haberlo inclinado a mostrarse más receptivo a la necesidad de introducir cambios.
No entraré en la comparación de datos ya de sobra conocidos que hacen de la recuperación no un dato objetivo sino algo muy subjetivo tipo cada cual cuenta según le va en la verbena. Sin embargo, no me resisto a anotar aquí que el 58,2% de los jóvenes españoles ni estudian ni trabajan. Han perdido la esperanza y han abandonado la formación y la búsqueda de empleo. Total, para qué. España está, pues, a la cabeza de la OCDE en este pavoroso ranking. La información figura en el informe Skills Outlook 2015 presentado el miércoles pasado en Berlín. Los datos corresponden a 2013 y ahí los dejo para que cada cual juzgue de qué recuperación habla esta gente. De todos modos, también está el dato de que en los últimos tres años se han marchado de España más de medio millón de jóvenes: si tienen en cuenta que Las Palmas, ciudad, cerró 2014 con 382.000 y pico habitantes podrán hacerse una idea de la dimensión de ese éxodo forzoso que, imagino, algo habrá influido a la baja de los índices de paro y en la “recuperación”. Por si la ministra Bañez no sabe de qué hablo, le aclararé que es lo que ella llama “movilidad exterior” debida al ansia de aventuras propia de la juventud. Y ni colorados se ponen.
Sé que de las elecciones se ha dicho casi todo a lo largo de la semana. Pero, qué quieren, me gustaría insistir en mi impresión de que Rajoy no ha interpretado bien lo que hay. No parece entender que su manera de gobernar, la forma en que ha prescindido de la oposición, hace que ahora sean muy escasas sus posibilidades de acuerdos con otras fuerzas que le permitan reducir el alcance del hundimiento de su inmenso poder territorial; el que consiguiera en 2011. Tampoco ha entendido que nada tiene de casual que sea en las comunidades autónomas donde han comenzado a tirar la toalla destacados dirigentes regionales del PP; ni que haya sido el siempre morigerado Juan Vicente Herrera, de Castilla y León, quien le recomendara a Rajoy mirarse en el espejo; como si lo invitara a ver la realidad de que el tiempo ha pasado, que su tiempo ha pasado y se imponen cambios.
En más de una ocasión he escuchado a políticos afirmar que instalarse en Madrid les ha permitido adquirir una noción de Estado de la que carecían en sus atalayas regionales. Una noción centralista, por supuesto, que les oscurece la visión de las periferias. Si se fijan, los menos críticos con Rajoy, los que más le defienden, son la mayoría de los que se mueven en la capital de España y la tienen como modo o como medio de vida; los más son los que continúan bregando en sus comunidades, donde se han producido las primeras quiebras. Un virus, el del poder central, que ha afectado también a personajes de menor cuantía que aspiran a aumentarla; como José Manuel Soria en la parte que nos toca. Soria se ha puesto hasta empalagoso en sus elogios a Rajoy siguiendo el modelo del clásico adulón. No sorprende, pues, que Juan Vicente Herrera, al que acabo de citar, atribuya al muy ministro su cuota de culpa en que vaya a ser desalojado de la presidencia castellanoleonesa, uno de los puntos fuertes del poder regional pepero y cantera de su dirigencia. Herrera le ha afeado a Soria su arrogancia y miren que le hemos dicho desde estas mismas páginas que esas no son maneras.
En cuanto a Dolores de Cospedal, ya vieron que no le salieron las cuentas en Castilla-La Mancha por lo que se ha aferrado a su cargo de secretaria general del PP para encontrarse con que si Rajoy cede a las presiones de los barones regionales y de los estantes en Madrid y decide hacer cambios, ella será seguramente de las primeras en caer; no sé si en directo o en diferido.
A Esperanza Aguirre el batacazo le ha afectado de otra forma. No esperaba perder y mucho menos que Cristina Cifuentes, candidata a presidir la Comunidad de Madrid, obtuviera en la capital más votos que ella. Está como dislocada en una realidad diría que virtual. Su propuesta de formar un frente con el PSOE y Ciudadanos para impedir a Manuela Carmena llegar a la alcaldía madrileña resulta cuando menos patética; aunque habrá en la derechona quien le agradezca, manda huevos, el intento de impedir que la ex juez implante los soviets que nos tiene prometido en su programa el que, para más inri, confiesa Aguirre no haberse leído. No se ha parado en barras para tildarla de antisistema obligando a Carmena a recordarle que sí, que ella era antisistema contra el franquismo y que su lucha de entonces se orientó, precisamente, a conseguir el sistema democrático en que ahora estamos y que, según Aguirre, planea destruir. De todos modos hay que hacer también un esfuerzo para comprender a la presidenta del PP madrileño y considerar que si según propia confesión no se ha leído el programa, no es menos cierto que ella no estaba donde Carmena se jugaba el pellejo (literalmente) para hacer posible esta democracia. Aguirre estaba en otro sitio.
El caso es que la “contrariedad” del domingo 24 de mayo ha desatado la crisis en el PP, agravada por la escasa disposición de los restantes grupos a cerrar acuerdos que permitan a los conservadores salvar algún mueble. Como dije, son ya varios los barones, con alguna baronesa de por medio, los que han tirado la toalla convencidos de que el inmovilismo de Rajoy no los lleva sino al desastre. De momento, son evidentes sus dificultades para encontrar perro que les ladre y mueva el rabo al verles.
Izquierdas y derechas
Emilio Lledó dijo, días antes de la jornada de votaciones, que esperaba que sus resultados trajeran de regreso la decencia. Creo que ese es, justamente, el sentido profundo de la movilización que acaba de modificar la correlación de fuerzas políticas que la derecha ya está tratando de reventar. Ha sido, por encima de todo, un paso adelante de la ciudadanía en el que las organizaciones de izquierdas han jugado el papel vehicular que les corresponde. Así cobra sentido el debate medio en sordina acerca de si se ha superado o no la dialéctica tradicional de derechas e izquierdas; la que seguimos utilizando por la “economía” de lenguaje que aportan las convenciones, no porque se ajusten a la nueva realidad que, no nos engañemos, está todavía por nacer. Habrán de ser los estudiosos de las ideas, los politólogos, los sociólogos y demás especialistas en estos asuntos quienes encuentren los términos adecuados para designar el hecho de que cada vez sean más los etiquetados de derechas o de izquierdas que confluyen en reivindicaciones compartidas como ciudadanos. Dicho a la pata llana, convendrán que unos y otros están de acuerdo en la necesidad de una sanidad y una enseñanza públicas de calidad, de políticas urbanísticas y medioambientales que velen por los intereses públicos y un largo etcétera. Convendrán también que quienes están en ello son capaces, como ciudadanos, de identificar a los detentadores de intereses que atentan contra todo eso y de poner en un brete a los gobiernos que los protegen. No creo que en las frecuentísimas manifestaciones y “mareas” de infinidad de colectivos hayan participado sólo gente de izquierdas; “alborotadores” para la derechona. Es más, he comprobado que no es así y que, al margen de ideologías, defienden los derechos que les corresponden como ciudadanos. No sé si Pablo Iglesias, líder de Podemos, acertó cuando, tras definirse de izquierdas, habló de “los de arriba” y “los de abajo” y señaló la existencia de una “casta” que conforman “los de arriba” y cuantos les favorecen desde las instancias políticas y administrativas. Muy significativo de lo que entiende por “casta” es que, por ejemplo, Podemos no considere perteneciente a ella a Ángel Gabilondo, candidato del PSOE, a la presidencia de Madrid por razones que no parece necesario explicar.
Muchas veces, el súbito auge de una propuesta política obedece al acierto en la elección de términos y denominaciones que expresen o concreten lo que la gente piensa o barrunta. Creo que, al margen de que Podemos haya acertado a capitalizar la indignación de la gente, su terminología ha calado por lo que tiene de “descriptiva”; aquello de que lo que no se nombra no existe o no acaba de salir a la superficie, luego hay que nombrarlo. Encontró Podemos el campo abonado porque, además, ha mejorado la cultura política de los ciudadanos que disponen ahora de más elementos de juicio. En este sentido, por poner un ejemplo, la eliminación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía puede considerarse un triunfo de la casta política y económica dominante, a la que no interesa, en absoluto, que ya en las aulas más jóvenes adquieran los alumnos las nociones básicas de lo que es ser ciudadano consciente de sus derechos porque eso lleva a la impertinencia de reivindicarlos y defenderlos. Que es a lo que la derechona llama “caos”. Eso es lo que tenían en la cabeza cuando se la cargaron por “ideologizadora”; como si la Religión católica fuera neutra y no de los principales mecanismos de la ideologización conservadora que interesa al dinero. Y si seguimos por esa vía, la política de degradar la enseñanza pública y promover los centros privados orientados a las elites que pueden pagarlos se aproxima mucho a la división social en castas, determinada por el nacimiento o el dinero. Lo que es pura ideología; de casta, por supuesto, para asegurarse la formación de una elite en condiciones de prevalecer sobre las castas inferiores. Es divertido escuchar a los portavoces mediáticos de la derechona calificar de paranoicos los recordatorios de que ese ha sido el proceder del poder dominante a lo largo de la Historia.
Pero a lo que iba: el gran error de Rajoy es no haberse dado cuenta de que la gente se chupa cada vez menos el dedo. Por no hablar de que tanto se ha agarrado a sus supuestos éxitos económicos que oigo a la gente hablar de economía con mayor soltura y eso puede ser contraproducente para una derechona que necesita la ignorancia de la gente; como activo, por así decir. Hubo un tiempo, dicho sea como anécdota, en que hablar de economía era una forma de criticar e incluso de combatir al franquismo en plan de tirar la piedra y esconder la mano. Siempre creí que no se equivocaba el almirante Carrero Blanco, el que subió a los cielos, cuando dijo que la manera de acabar con la “insurrección” estudiantil era cerrar las facultades de Ciencias Económicas y Sociales. Después de todo, Adán no fue expulsado del Paraíso porque desobedeciera a Dios sino porque al comer de la manzana del significativamente llamado Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal adquirió el conocimiento y la capacidad de discernir. Debería Rajoy ponerse a dieta de manzanas hasta dar con la buena.
El pactismo isleño
Confieso que me he perdido un poco en la serie de pactos que comienzan a cocerse en las islas y que, por lo visto, alcanzarán su pleno hervor la semana que entra. Mientras haya señas, hay partida de modo que mejor será aguardar al 13 de junio en que se constituirán los ayuntamientos. Pero en algo hemos de entretenernos hasta entonces; aunque me referiré sólo a los 34 municipios de la provincia de Las Palmas, pues los de Tenerife son cosa de personas mayores.
En Las Palmas, provincia, sólo 12 ayuntamientos registraron mayorías absolutas por lo que el gobierno de los otros 22 deberá salir de los correspondientes pactos de los que llama la atención, aunque no sorprendan, las dificultades del PP para encontrar en principio con quien juntarse. Sus resultados han sido poco lucidos y ya comienza a imponerse en la militancia pepera que buena parte de la responsabilidad corresponde a José Manuel Soria; hasta el punto de que se habla, incluso, de la posibilidad de su relevo.
Para mí, el estilo soriano, ampliamente exhibido en el asunto de las prospecciones de Repsol y otras cuestiones en las que no entraré ahora, le pasó al PP la factura de unos desastrosos resultados electorales en los 34 municipios de las tres islas orientales. Del total provincial de 557 cargos a cubrir, incluidos los alcaldes, el PP consiguió menos del 20%. Por islas, los 80 puestos que se adjudicó en Gran Canaria suponen el 22% de los de esta isla, mientras en Lanzarote y Fuerteventura no alcanzó el 15%, todo en relación directa con los distintos grados de sensibilización popular respecto a las prospecciones, mucho más aguda en estas dos islas, donde se implicaron en el rechazo sus corporaciones, mientras en Gran Canaria Soria controlaba tanto el Ayuntamiento de la ciudad como el Cabildo Insular y ordenó no darse por aludidas; bueno, la verdad es que no lo ordenó sino que los peperos sabían bien a qué atenerse.
En cuanto a mayorías absolutas, Gran Canaria registró 9 por lo que serán doce los municipios donde deberán pactarse los gobiernos. Correspondieron 2 mayorías al PP que también logró ser el más votado en 3 municipios. En Lanzarote no hubo mayorías absolutas, si bien fue el PP el más votado en Tías y en Fuerteventura su mejor resultado fueron los 4 concejales de Puerto del Rosario.
En los Cabildos, perdió el PP la mayoría en el de Gran Canaria y se considera que en gran medida pudo deberse a la vengativa defenestración de José Miguel Bravo por Soria, hombre de viejos rencores. Aunque, con los resultados delante y las motivaciones observadas en el electorado, es muy probable que Bravo poco hubiera conseguido de ir con la marca pepera. En Lanzarote quedó el partido de Soria en cuarto lugar con 3 consejeros y fue tercero, también con tres consejeros en el de Fuerteventura.
Como uno es históricamente negado para los números, no descarto que se me fuera el baifo en alguna suma o cálculo de porcentaje, pero creo que con lo dicho el panorama queda bien ilustrado para andar por casa.
No puede decirse que el PSOE quedara para tirar voladores aunque tiene la gran ventaja sobre el PP de sus posibilidades de pactar. Algo que deberá hacer en consonancia con ese liderazgo de la izquierda que reclama. Cosa que, en principio, nadie le discute abiertamente. Pienso que en gran medida la estabilidad en los próximos tiempos va a depender de la actitud de los socialistas, de su sinceridad en la colaboración con sus socios de la izquierda y que estos hayan aprendido que los maximalismos desgarrados pueden llegar a ser un alivio para el alma, como un gran grito en el cañón del Colorado, pero también una forma de perturbar el tranquilo discurrir del cambio que se desea. Y hasta de frustrarlo, que no sería la primera vez. Cada cual, bien lo sabemos, es hijo de su padre y de su madre por lo que sería prudente sentar a los progenitores a tomar te con pastas, churros con chocolate o cafenileche y bocadillo de pata y procurar no derramar nada en el mantel. La conveniencia de que actúen todos como ciudadanos, con firmeza allí donde sea necesario, es, a mi entender, lo que requiere la actual situación y dejar el griterío para animar a la UD y acojonar a los árbitros. De que así sea dependerá que haya merecido llegar al punto en que estamos. Si lo que resulta es más de lo mismo con algún matiz para salvar la cara, malo.
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El otro día les dije que el país estaba para adelantar las elecciones generales. Pasé de plazos establecidos entre convocatorias y de si realmente merece la pena apurar el tiempo que queda de legislatura. Me preguntaba si tenía sentido que de aquí a noviembre siga Rajoy legislando en solitario con su mayoría según le cuadre. Su comparecencia del martes pasado ante la cúpula de su partido y los medios informativos me reafirmó en esa idea por la impresión de que sigue sin enterarse y que pretende continuar tal cual.
La lectura que hizo Rajoy de los resultados electorales podría inspirar al menos un capítulo de Antoñita, la fantástica, la vieja serie de la tele. Reconoció, menos mal, que los resultados no fueron los que hubiera querido para añadir que, de todos modos, el PP ganó las elecciones como partido más votado. Una versión de aquello tan isleño del equipo derrotado que regresa a casa cantando aquello de “¡fuerte paliza les peguemos ellos a nosotros!”.