Tierra de alegantines
Guillermo Mariscal es uno de los quince diputados de las Islas. Lo es del PP y por la provincia de Las Palmas. Se posó en su escaño hace 16 años y allí sigue sin otra función que calentar el escaño porque, la verdad, no se explica que más de tres lustros de parlamentario no le hayan proporcionado ocasión alguna de dejarse ver o sentir sin que esa circunstancia pusiera en riesgo sus sucesivas reelecciones: lo que no debería sorprendernos pues la cooptación es el mecanismo principal del PP para la elaboración de sus candidaturas. En lo que no entraré porque no es asunto que me quite el sueño aunque, eso sí, choca que Mariscal acepte pasar desapercibido casi diría que con desprecio de la alta graduación, militar por supuesto, de su apellido. Ignoro si ha aportado algo en su ya larga etapa parlamentaria aunque barrunto que no me he perdido nada pues la primera noticia de su existencia acabo de tenerla estos días en que el dicho Mariscal se ha dirigido a los canarios para advertirnos de que Sánchez no piensa cumplir los compromisos de Rajoy con Canarias. No digo que no esté en lo cierto y que el Gobierno socialista igual pasa olímpicamente de las Islas, pero recuerdo que lo mismo ha hecho el PP, que tanto montan uno y otro: una cosa es una cosa y dos cosas dar por sentado que Rajoy hubiera cumplido de seguir al frente del Gobierno. Dicho en otras palabras: no sería la primera vez que el Gobierno español, arrimando su coloración de cada momento, nos deja a los indígenas isleños en palanca, con las asentaderas al aire y caras de idiota. Sobre todo a los nacionaleros de CC porque, al fin y al cabo, para los socialistas y los peperos canarios lo que haga Madrid está bien. Con algún matiz y amagos de enfrentamiento aunque, sospecho, más por cuestiones partidistas internas que otra cosa.
Los papelones del centro-derecha
Resulta casi obligada la referencia a Albert Rivera, que es, no sé si lo han notado, un político de diseño pensado para relevar a Rajoy como referencia del centro-derecha y de los intereses que gravitan en su entorno. Estoy seguro de que a Rivera no se le pasó por la cabeza el triunfo de la censura de Sánchez al que consideraba un cantamañanas fracasado. Y como no hay una sin dos, Rajoy cogió puerta y lo dejó sin objetivo, descolocado ante un panorama político dominado por el Gobierno de Pedro Sánchez y otro mediático, el que entró enseguida en el forcejeo para hacerse con la presidencia del PP.
Pero a lo que iba: no le salieron las cuentas a Rivera que sigue tentando el enfrentamiento abierto, mientras más duro mejor, con el separatismo catalán. Una política que hace salivar a Inés Arrimadas que nos ha salido de armas tomar. No paran, ambos dos, de embestir los intentos del Gobierno Sánchez, Borrell incluido, de rebajar las tensiones para que ambas partes cojan el teléfono e introducir el grado de racionalidad que permita ir reduciendo el grado de judicialización del conflicto, lo que no ha contribuido, todo lo contrario, a facilitar una salida al conflicto. La judicialización, en fin, no ha contribuido a acercar las soluciones y ha provocado roces con la Justicia de otros países en los que ya está plenamente instaurada la independencia del Poder Judicial respecto al Ejecutivo. Todos estos tiras y aflojas con imputaciones irresponsables al presidente Sánchez por pagar con sus aproximaciones al diálogo las facturas que ya le están pasando los independentistas por ayudarle a ganar la moción de censura que lo sentó en La Moncloa. Es imposible no recordar los días de Zapatero al que llegaron a acusar de haber acordado con ETA el criminal atentado de Atocha para facilitarle el triunfo en las elecciones de 2004. Hasta 2011 estuvieron los peperos machacando a Zapatero con cuanto se les viniera a las manos fuera verdad o mentira y todavía siguieron culpándolo de la crisis económica internacional mientras desarrollaba su política de cargar a las capas sociales menos favorecidas el mayor peso de la crisis. Recuerden, si no, las amnistías fiscales.
No parece necesario insistir en lo ocurrido en los últimos meses. Pero sí parece oportuno insistir en que hay demasiada propensión de los partidos políticos a mezclar los ajos con las coles hasta el aburrimiento de uno, la confusión de otros y el pasotismo de los demás. Por no hablar de quienes se lo creen todo.
Y para completar las anotaciones relacionadas con Rivera, no está de más recordar su idea de recentralizar la administración del país acabando con el Estado de las Autonomías empezando por la eliminación de los regímenes especiales. Esa recentralización que pretende podemos emparentarla, a mi entender, con la ideología decimonónica sobre la que se construyó el Estado liberal burgués que mantuvo, hasta la Constitución republicana de 1931, el voto censitario masculino que impulsó el caciquismo, clave del funcionamiento del sistema. La misma Constitución de 1931 introdujo también el voto pasivo femenino.
Pleito de ida y vuelta
A Pablo Rodríguez, vicepresidente del Gobierno y consejero de Obras Públicas, Transportes y lo que haga falta del Gobierno de Canarias lo acusa la FEPECO, que dice ser y llamarse “Federación Provincial de Entidades de la Construcción”, de favorecer a Gran Canaria por encima de todas las cosas. Califican de “afán desmedido por beneficiar a su isla” el anuncio de la segunda fase de la carretera a la Aldea y el impulso al nuevo muelle de Agaete mientras en Tenerife no tiene el de Fonsalía. Dice FEPECO que su queja nada tiene que ver con planteamiento insularista alguno. Gracias a Dios.