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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

La ultraderecha ya no es la que era o lo simula

No sé cómo se dice en alemán la pregunta ¿tás bobo o qué? con que advertían los isleños a quienes decían o hacían algo contraproducente. Y creo que eso, cuarta más cuarta menos y en su idioma de ellos, dijeron los banqueros germanos a los promotores de la ultraderechista Alternativ für Deutschland (AfD), o sea, Alternativa para Alemania como su propio nombre indica.

AfD, deberían saber, surgió para cargarse el euro y recuperar el marco sin caer en la cuenta de que eran alemanes los principales beneficiarios del trasteo con la moneda única. Hubo discusiones y el sector más derechista, que lo hay incluso en la ultraderecha, impuso su criterio y el partido se olvidó del abandono de la UE para poner el acento en la recuperación de la soberanía nacional, que no compromete a nada, y en pararle las patas a la globalización y al multiculturalismo, no vaya a darle a algún musulmán por emular a Wagner con una versión de Lohengrin, que ya sólo falta que islamicen a herr Richard o se cuelen los jodíos sarracenos en la corte artúrica de la mano de Parsifal

No propugna AfD la violencia al menos en primera instancia y si quedan reservas de racismo y xenofobia, procuran disimularlas: no parece disparatada la sospecha de que las ultraderechas europeas tratan de estructurarse a escala continental y que les ha servido de mucho la experiencia de Marine Le Pen de no asustar al personal que la ha situado cerca del poder. Como si los franceses hubieran perdido el olfato político que han demostrado desde 1789, cuando el Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional y pegaron a cortar cabezas. Se han olvidado del Mayo del 68 que rompió ni se sabe cuantos tabúes. Se abrió entonces una etapa de tolerancia y permisividad, de revolución de las costumbres (drogas, sexo y rock and roll, clamaban los entusiastas) que podría estar ahora cerca de su final si prosperan los intentos disuasorios de control de los ciudadanos y el recorte de sus derechos, que por ahí vamos. Hacer los nueve primeros viernes de mes sería optativo.

Un juego de espejos

Es un juego de espejos. Cuando se habla de ultraderecha quienes tienen todavía memoria evocan al fascismo de los años 30 y 40 del siglo pasado; con la secuela patria del franquismo prolongado durante varias décadas y que no acaba de desaparecer del todo. La imagen reflejada en los espejos ofrece ahora perfiles más atenuados de la ultraderecha nacionalista: lo que se le reprocha al extraño no es ya el hecho de serlo que justificó la violencia explícita, campos de concentración incluidos con su política de sano exterminio. El pecado ahora sigue siendo pertenecer a una cultura distinta y los argumentos de los que se oponen a ella son, de momento y toco madera, más sutiles e incluso “científicos”. Por ejemplo, el demográfico: millones de emigrantes reproduciéndose como conejos intranquiliza y la ciencia radica en el principio de que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. O sea, que acabarán por ser mayoría, se harán con todos los puestos de trabajo, impondrán sus costumbres y religión a “nuestras” tradiciones (en las fiestas de “moros y cristianos” ganarán los primeros en adelante por decreto). Le han venido bien a ese discurso las guerras, el terrorismo yihadista y las oleadas de refugiados que han permitido a Europa mostrar lo peor de sí misma y ponernos el paisaje perdido de alambradas sin biosfera ni leches.

Las multitudes migrantes que vemos a diario por la tele darían cuerpo, presencia, a la “islamización” de Europa que temen los más exaltados y que, salvo en círculos integristas, no es peligro a tener en cuenta. Lo que en verdad preocupa es el drama humano y la crisis de confianza en Europa y sus instituciones con el regreso de los viejos fantasmas que los “padres” fundadores de la UE quisieron aventar: no en vano están esos nacionalismos en el origen de dos guerras mundiales en menos de cincuenta años. Según Joschka Fischer, ex ministro alemán de Exteriores, “la renacionalización de Europa se está acelerando, lo que hace de esta difícil situación la más peligrosa de todas, pues amenaza con desintegrar la UE desde dentro”. De hecho, el proceso se inició a medida que los europeos descubrieron que las instituciones europeas no están ahí para servir al bienestar de las personas sino a los intereses de las grandes compañías que hacen marketing con los valores espirituales europeos.

François Hollande parece consciente del peligro y anunció un plan para afrontar la crisis, digamos existencial, de Europa. Lo presentará después del referéndum británico de junio sobre la permanencia en la UE, aunque ha anunciado que no cambiará de contenido gane quien gane. Da la sensación de que está en la línea de recomponer el eje París-Bonn anterior a la caída del muro berlinés. Sobre ese eje basculó la construcción y el funcionamiento de Europa durante muchos años. El problema de Hollande es que carece del liderazgo preciso para aunar voluntades a escala continental, a lo que se une la sospecha de que obra mirando a las próximas elecciones ante las que necesita mejorar de imagen porque nos franceses no están contentos con él. No parece que por la derecha esté Sarkozy en mejores condiciones para intentar algo. De momento da la sensación de que la alternativa más aglutinada es la de Marine Le Pen que no es precisamente una esperanza.

En todo caso, no están solos los ultranacionalistas, que descuellan en países como Holanda o Austria. Cuentan con el respaldo de sus correspondientes en los que pertenecieron al bloque soviético. Para mi gusto, los dirigentes de la UE se dieron demasiada prisa en incorporarlos para contrarrestar, imagino, la influencia de la Rusia postsoviética en lo que fuera el bloque socialista. El conflicto de Ucrania es significativo en ese sentido. Y no lo son menos los acuerdos suscritos con Turquía donde poco se respetan los derechos ciudadanos. De oponerse algunos a formalizar su ingreso por ser la UE un club cristiano, a darle toda clase de facilidades a cambio de que controlen las fronteras no hay sino unos miles de euros y la desvergüenza de los actuales dirigentes de la UE. Para que al final sean los turcos quienes decidan mandarse a mudar.

Sadiq Khan, los ultras y la cosa española

En realidad, viene todo lo anterior a cuento de la elección de Sadiq Khan como alcalde de Londres, una de las pocas buenas noticias de los últimos tiempos. Pero se cruzó el anterior comentario y no iba a desperdiciarlo.

Su nombre, el del nuevo alcalde londinense, me recordó a los “malos”, musulmanes por descontado, de las películas de los años 40 y 50, tipo La carga de la brigada ligera; que es de 1936, pero aquí la vimos unos cuantos años después; como tantas otras cosas. Recordarán las perversas conspiraciones fílmicas de los nativos para liberarse del colonialismo victoriano que fue, ya saben, una bendición del cielo. Y sabrán, imagino, que Sadiq Khan es musulmán, hijo de emigrantes paquistaníes, vecino en su infancia y juventud del “Henry Prince Estate”, un complejo de viviendas sociales al sur de Londres, alumno de escuela pública, es decir, uno de los que nadie, ni él mismo, imagina que pueda llegar a una alcaldía reservada a ingleses honestos y responsables, con sus libros de cuentas en regla, no como otros, que llevan la Union Jack en los calzoncillos; lo que no le impidió calzar por el millonario tory Zac Goldsmith con un programa de tolerancia y solidaridad, de esfuerzos por la convivencia y la integración ciudadana en la multiculturalidad tan denostada por la derechona.

Sin duda, tiene mérito el flamante alcalde, pero no es mayor el de los votantes que no se dejaron impresionar por los tremendos insultos de los conservadores a tan osado “puto moro” y le dieron sus votos. Habrá que perdonarle a los ingleses el coñazo que dan con que si se van o se quedan en la UE, dándonos de merecer con la libra. De todos modos, una vez tirados los correspondientes voladores de celebración, conviene recordar que no todo el monte es orégano. Londres tiene algo más de ocho millones de habitantes de los que un millón son musulmanes. De ellos un buen porcentaje ve bien las acciones del Estado islámico, según la Oficina Nacional de Estadística. Ese porcentaje es del 80% entre los menores de 25 años, aunque la mayoría descarta la guerra, Por encima de esa edad, la opinión cambia y entre los más mayores (no diré “ancianos” para no tirar piedras sobre mi tejado) sólo uno de cada doce considera favorable el Estado islámico. En cualquier caso, si en 2001 uno de cada veinte jóvenes se decía musulmán, hoy se ha duplicado el porcentaje pues aseguran serlo uno de cada diez.

Con esa realidad habrá de vérselas Sadiq Khan. La forma en que lo combatieron durante la campaña no indica que la ultraderecha nacionalista esté dispuesta a facilitarle las cosas pero es evidente que cuenta con un electorado conocedor que no siente profanado el tabernáculo. Y eso que luce un corte de pelo clásico donde lo tienen difícil los piojos que tanto teme el PP en las rastas podémicas.

No obstante, es preciso no confundir, es decir, no identificar sin más a la ultraderecha nacionalista actual con la de los años 30 y 40 del siglo pasado, como ya indiqué. Volviendo a Alemania, Fernando Aramburu ha señalado que, pese a su rechazo del feminismo y la defensa del modelo cristiano de familia y de empresas dirigidas por hombres, qué van a creerse éstas, preside AfP Fauke Petray, una química y empresaria, junto a Jörg Meuthlen. Mientras, otra mujer, la eurodiputada Beatrix von Storch, es de sus dirigentes de corte más fundamentalista. Observa Aramburu que las dos están en los cuarenta años, lo que para él corrobora que no estamos “ante un puñado de carcamales emperrados en devolver su país a los viejos tiempos”. Lo mismo puede decirse por extensión de otras ultraderechas europeas; no de todas.

Precisamente porque no es de ultraderecha ni un carcamal choca escuchar a Pedro Sánchez hablar de la “trinca” Rajoy-Iglesias con Alberto Garzón de monaguillo para perpetuar al PP en el Gobierno. Recuerdan los socialistas la que formaron Anguita y Aznar con el resultado que todos sabemos. Así ven las cosas desde el PSOE, si bien no es menor el desenfoque de Iglesias que trata de “castigar” a los socialistas muy en la línea de los viejos comunistas que los siguen culpando de conchabarse con los fascistas para entregarles Madrid. Se trata, ya saben del “sorpasso” famoso, palabro que me trae a la memoria el “zarpazo” que se daba en lo antiguo quien caía de narices o desde alguna altura con resultado de descalabro. Y quen dice “zarpazo” dice “leñazo” etcétera. Si volviéramos a aquellos tiempos, diríamos que los socialistas se darían un “buen zarpazo” si Podemos se les pone por delante en las urnas. Para ello, Iglesias abandonó la batalla de abajo/arriba, con lo que tiene esa dirección de regeneración democrática desde el origen mismo del poder, para volver al juego derecha/izquierda, de enfrentamiento por arriba.

Y si en la izquierda van tal que así, por la derecha no van: sólo ven comunistas, radicales, extrema izquierda, pagados todos por el oro que ya no es el de Moscú pero que en su imaginar sigue siendo inagotable. Con el mismo desparpajo con que anuncian el infierno si gana esa gente, con la pérdida del actual “paraíso”, por supuesto, critican que los medios informativos se ocupen de las tribulaciones judiciales más de lo deseable. Se agarra el PP a la concejala madrileña que se desnudó de cintura para arriba en una capilla; como si semejante grosería y desconsideración para las creencias religiosas hubiera puesto en peligro las bases de la civilización cristiana. Sin entrar en que no parece la Universidad pública de un Estado aconfesional el marco más adecuado para una capilla católica. Más grave es el saqueo a que han sometido al país, durante años, el PP y no pocos de sus dirigentes. Dicho sea porque anda por ahí Rajoy proclamando que éstos “no son tiempos para amateurs”, o sea, que lo son para profesionales como Martínez Pujalte, que acaba de añadirse a la larguísima lista de profesionales del saqueo. Una forma de ver las cosas en la que insistió al defender la necesidad de un Gobierno sensato y no de una pandilla que viene para aprender porque “eso sale muy caro”.

Si a nadie sorprende que casi cada día le salte a Rajoy un nuevo saqueador, tampoco sorprende, en esa línea de viejos resabios y nuevas desvergüenzas, oír a Rafael Hernando impartir doctrina como portavoz pepero en el Congreso. Entre las últimas aportaciones del animalito a este subgénero figura la mención a los regímenes marxistas-leninistas (muy versado, sí señor) que tienen embobado a Iglesias: Corea del norte, China, Bolivia, Venezuela y Cuba. Bueno, confieso que sí, que algo me sorprendió la inclusión de China dada la cantidad de chinos que andan haciendo negocios en España y no creo que le convenga al PP disgustar a semejante nicho de negocio. Igual compran el partido si lo ven más rentable que los equipos de fútbol o baloncesto. También me llamó la atención que se olvidara de Irán y no cayera en la cuenta de que la coleta de Iglesias no gustaría a los coreanos. Por cierto, ¿tiene este Hernando algo que ver con el otro Hernando, su colega del PSOE? Lo digo porque no se llevan paja y media.

No sé cómo se dice en alemán la pregunta ¿tás bobo o qué? con que advertían los isleños a quienes decían o hacían algo contraproducente. Y creo que eso, cuarta más cuarta menos y en su idioma de ellos, dijeron los banqueros germanos a los promotores de la ultraderechista Alternativ für Deutschland (AfD), o sea, Alternativa para Alemania como su propio nombre indica.